Héctor Escandell: La posverdad Bolivariana

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“Bonos para toda la familia: hombres, mujeres, jóvenes estudiantes…” esta primera línea es parte de un texto que circula por la mensajería masiva de WhatsApp desde hace varios días. La publicación continúa con una jugosa oferta: “tarjeta solidaria de 500 dólares”, y cierra con una incuestionable invitación a pinchar un link que dice: https://cruzroja.Iive.best.

A todas luces parece una mentira, un mensaje malicioso que pretende atrapar usuarios para llevarlos a una página web, que no es precisamente un registro para obtener de forma gratuita 500 dólares sin hacer nada.

Una de las características principales de quienes comparten noticias falsas o sin confirmar es la aspiración de verdad, el deseo de creer que lo que están compartiendo es real y puede generar un beneficio que, en el caso del ejemplo, es conseguir esos dólares para cubrir necesidades básicas insatisfechas.

La difusión de mentiras o medias verdades es un problema tan antiguo como la mismísima humanidad. La creación y difusión de contenidos para manipular a los otros existe desde que hubo necesidad de imponer tácticas o estrategias de sobrevivencia. El gran descubrimiento de las antiguas civilizaciones fue la ficción. El gran argumento para atemorizar, persuadir y cautivar la simpatía de los miembros de una comunidad.

El escritor Nuval Noah Harari, en su libro Sapiens, de animales a Dioses se refiere a la ficción como un elemento diferenciador entre el Sapiens y las otras especies de Homo que también convivieron a lo largo de la evolución y fue, según su análisis, esa capacidad de crear elementos fantasiosos lo que permitió a los Sapiens imponerse en la pirámide jerárquica.

Volviendo al inicio, el mensaje de difusión masiva para captar usuarios que quieran ganar 500 dólares de la nada busca otro propósito, quizás ese link conduzca a un virus o a una plataforma para robar datos de usuarios, por ejemplo, o tal vez es parte de una campaña para desprestigiar a la Cruz Roja en el marco de la pandemia por coronavirus. En todo caso, el mensaje responde a una agenda oculta.

La posverdad venezolana

En política, la comunicación está dirigida a persuadir corazones y no cerebros. Los mensajes apelan a los sentimientos y no a la racionalidad. Venezuela lleva dos décadas sumergida en una profunda polarización política que ha servido, entre otras cosas, para inocular el virus de la incredulidad desmedida en los sectores enfrentados.

Desde el Gobierno se invirtieron grandes cantidades de recursos para construir la narrativa heroica de un pueblo oprimido, que se enfrenta a los poderosos del mundo para ser libre. Desde esa tribuna se construye, diariamente, un país inventado, de medias verdades y mentiras frescas.

El exdirector de la Real Academia Española, Darío Villanueva, definió a la posverdad “como aquella información o aseveración que apela a las emociones, creencias o deseos del público, en lugar de a hechos reales.” Por esta razón, los voceros oficiales dicen cualquier cosa capaz de conmover a la militancia, sin importar si la información es o no verificable. La narrativa ayuda a mantenerlos movilizados, en sintonía con la revolución. Así no haya forma de comprobar la veracidad de lo dicho, al final, nada importa más que el proceso y el líder, la independencia o la patria en construcción.

Es la posverdad venezolana el escenario en el que todos los días se paran los voceros oficiales para contar la realidad, que solo ocurre en el imaginario de la hazaña partidista. Por esto, es común escuchar que la causa de todos los males de la ciudadanía son las sanciones impuestas por Estados Unidos. Nunca se culpa a la corrupción, sino al imperio. Si la gente no tiene comida es culpa de las sanciones, si no hay medicinas es culpa de los gringos que se adueñaron de Citgo, si no hay tratamientos para los niños con cáncer el culpable es Voluntad Popular, un peón de los Yankees.

La relación de los voceros oficiales con las fake news es tan estrecha, que sin ella no tendrían posibilidad lingüística de pararse frente a un micrófono para justificar la pobreza de un país, al que tienen más de veinte años gobernando.

De fuente a medio

Y aunque las noticias falsas siempre han existido, fue con la proliferación de las redes sociales que se masificaron y, ahora, el impacto es tan profundo que pueden generar guerras o linchamientos morales en cuestión de segundos.

En la actualidad, los usuarios de los medios sociales pasaron de ser consumidores a productores de contenidos. Solo basta un teléfono y acceso a internet para hacer circular una información de forma masiva. A diferencia del periodismo, estos productores no aplican técnicas de verificación y una simple foto sacada de contexto puede atemorizar a un país entero.

Analistas atribuyen la victoria de Donald Trump, en 2016, a la creación y masificación de noticias falsas sobre su contrincante. Una gran maquinaria comunicacional se dedicó por meses a desprestigiar a Hillary Clinton. Aunque, posteriormente, cada información fue desmentida, las fake news ya habían hecho su trabajo de voltear las intenciones de voto.

La página web de Politicfact contabilizó ese año hasta 70 % de mentiras o medias verdades en cada discurso de Trump. Los laboratorios hicieron su trabajo de crear contenidos y las redes hicieron el resto, cientos de miles de personas confiadas en su líder compartieron estas publicaciones, sin verificar ni percatarse del propósito real.

En el caso venezolano, el poco acceso a información veraz y oportuna a través de medios tradicionales como la radio, la prensa o la televisión hacen que el Facebook y el Twitter sean la fuente más utilizada para buscar datos útiles que permitan enfrentar la cotidianidad y, es allí, en esos espacios virtuales, donde circulan noticias de todo tipo, que casi nunca son confirmadas o desmentidas por las fuentes oficiales.

A principios de noviembre de 2020 circuló la noticia de un nuevo aumento de salario, hasta hoy, ni el presidente ni los ministros han dicho que sí o que no. Asalariados aseguran que recibieron un pago superior al ordinario, pero esa ausencia de certezas también forma parte de la posverdad con la que todos deben lidiar.

La realidad real versus el país inventado

En la cotidianidad, es la gente de a pie la que constata frecuentemente los efectos de la posverdad gubernamental que se deshace en las colas de la gasolina o con la escasez de gas propano. No bastó con decir por televisión que Venezuela se convertiría en una potencia energética, repetirlo casi a diario, año tras año, eso no evitó que la realidad se impusiera.

Aunque en la práctica ese discurso propagandístico se transforme en un lamento porque las fuerzas extranjeras acechan al país, lo objetivo es que el país con las mayores reservas de petróleo de todo el planeta es una tierra que cocina con leña, y sus ciudadanos deben caminar kilómetros o dormir semanas enteras en la calle para, con suerte o maña, llenar de combustible los tanques de sus vehículos.

Como al principio del texto, detrás de cada media verdad o de cada mentira hay una agenda oculta, un propósito claro. En el caso de los voceros del Gobierno, no es otro que mantener el control sobre la gente, que la ciudadanía se desmovilice, que no sea capaz de exigir cuentas y que todos desconfíen de todos, romper el tejido social.

En fin, las fake news siguen movilizando las redes y el Gobierno lo sabe.

 

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