El 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía descansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas plazas, y el 23 de noviembre profetizó: Tendrá todo la cristiandad negocio con ellas… (Galeano, 1992).
Así se inicia, en el siglo XV, el proceso de mundialización. La Pinta, La Niña y la Santa María buscando la costa oriental de Asia y sus islas, arriban a un continente, que llamaría Américo Vespucci: el Nuevo Mundo. El occidente descubre la tierra como planeta. El capitalismo mercantil emprende su travesía por los mares hasta hacerse planetario. Si la vida, según Oparín, vino del mar; el capitalismo llegó a América por el mismo camino. La invasión a América es seguida del proceso de conquista. Se trastocaron no menos de 40 mil años de culturas. “La más feroz amputación de su historia” y el saldo del etnocentrismo superó los 30 millones de indígenas muertos.
Se inician procesos de aculturación compulsiva junto a la resistencia. El mundo comienza a occidentalizarse y “otro imperio entra en la historia a paso avasallante”. Se configura la Era Planetaria. “En un poco más de medio siglo, el cristianismo, las lenguas españolas y portuguesas, las bases e instituciones de la cultura occidental, con su herencia greco-romana-judía, formaron la base cierta e irrenunciable de la realidad cultural de los hijos del Nuevo Mundo” (Uslar Pietri, 1991).
Resistencia significa emancipación, toma de conciencia de clase y formulación de un proyecto político antiimperialista. La resistencia expresa valores solidarios, de cayapa, de encuentro y de sentido de pertenencia. Resistir, resistir es la consigna.