Ismael Pérez Vigil: Crudamente realista

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La discusión acerca de si participar o abstenerse en el proceso electoral de gobernadores que trata de abrirse camino tropieza con serias dificultades. Por ahora se desarrolla en redes sociales o bien en algunas entrevistas o artículos de opinión en los pocos medios que la oposición todavía tiene para expresarse. Pero esta carencia de medios para realizar la discusión no es la principal dificultad. La principal dificultad es la falta de interés de la población, en general y de la oposición en particular, por el tema.

Participar en un proceso electoral parece ser la última preocupación que tiene el ciudadano común, agobiado como está por la crisis cotidiana, por la carencia de todo, de servicios públicos, de gasolina, de alimentos a precios asequibles, de empleo. Frente a todo esto, pensar en elecciones no pareciera que tiene ninguna prioridad.

Los argumentos de esta discusión, a favor o en contra de participar, realmente no han variado mucho, casi todo lo que se podría decir, lo que se podría argumentar, ha sido dicho; no hay nuevos desarrollos que valga la pena repetir.

Solo debo constatar que, lamentablemente, lo electoral parece que solo es una preocupación de algunos líderes políticos y de algunos partidos. Años de campaña del régimen por restarle importancia al voto −campaña a la que algunos sectores opositores han contribuido− más la abstención en algunos procesos electorales importantes, finalmente han hecho mella en el ánimo de la población con respecto al voto como vía de solución a la crisis del país.

Las formas en que caen las tiranías son muy variadas pero podríamos resumir en cuatro las vías por las que pienso que puede salir este régimen de oprobio.

– La primera es que se produzca algún “milagro” o acto de “iluminación” por el cual la élite en el poder decida retirarse y abrir la negociación para que se produzca un proceso de transición.

– La segunda alternativa es una combinación virtuosa de movilización popular interna −de todas esas protestas que hoy en día se dan por muy variados y justificados motivos− con una presión internacional que ahoguen al régimen y concluya en un quiebre del bloque hegemónico de poder, que los lleve igualmente a renunciar y a aceptar una negociación para salir de la crisis.

– La tercera posibilidad es obviamente un pronunciamiento militar o golpe de estado que deponga el régimen y abra el espacio para un proceso de transición.

– Y la cuarta alternativa −la tan esperada por muchos− es una intervención externa, de fuerza obviamente, que obligue al régimen a dejar el poder y se abra un proceso de transición.

Salvo que —en los dos últimos casos— los que depongan al régimen decidan aprovechar para “prolongar su estadía”, en todos los casos, más temprano o más tarde se concluirá en la organización de un proceso electoral para que el pueblo decida quien lo debe gobernar.

Por supuesto, sería un proceso electoral que reuniría todas las condiciones de los más exigentes puristas; como mínimo: No habría presos políticos; cesaría la intervención de los partidos y estos regresarían a sus directivas originales; los líderes serían rehabilitados y podrían regresar del exilio para participar en el proceso electoral que se realice; sería depurado el Registro Electoral; se llevaría a cabo el registro de los venezolanos en el exterior mayores de 18 años y por supuesto se les permitiría y facilitaría que puedan votar en las elecciones presidenciales; abría observación nacional e internacional de organismos especializados y multilaterales como la OEA, la UE, etc.; y se darían, en general, todas las condiciones que permitan unas elecciones libres, justas, equitativas y democráticas, tal como es la aspiración normal de cualquier venezolano.

Suponiendo que se resuelven todos los problemas de que adolece el sistema electoral venezolano y el nirvana electoral descrito sea posible, si es un proceso electoral libre, justo, equitativo y democrático, se supone que el Psuv, partido del actual régimen, podrá participar con su candidato, que aunque no sea el presidente actual, tienen otros candidatos con los cuales concurrir al proceso. Cabe preguntarse: ¿Estamos en la oposición preparados para concurrir a un proceso electoral en estas condiciones?, y más importante: ¿Estaremos en condiciones de derrotar al candidato del régimen?

Dicho en otras palabras, la dificultad real y más importante es cómo evitar que nos pase en Venezuela lo que ocurrió en Nicaragua con el sátrapa Ortega que después de ser derrotado el sandinismo militar y electoralmente, regresó al poder con mucha más fuerza y hoy está convertido en un tirano que amenaza con perpetuarse.

Si hacemos algunos números veremos que esta inquietud no es meramente retórica y ese 80% que las encuestas dicen que rechaza al régimen, se expresa en las urnas de una manera diferente. La abstención instalada en el país desde el año 2000, es de aproximadamente un 30%, que, bajo ninguna circunstancia, ni en los momentos electorales más eufóricos ha disminuido. Por su parte, el régimen con todos sus “trucos”, demagogia e intimidaciones, logra mover un caudal electoral, que en sus peores momentos, ronda el 20%. Los llamados “alacranes” y el sector chavista, no madurista y los ex chavistas, podrán movilizar un 5% del electorado; eso nos deja un 45% para ganar esas elecciones, que en el mejor de los casos se realizarán no antes de un año, en el que pueden ocurrir muchas cosas. Y eso si logramos ir unidos con un solo candidato. La gran incógnita es si lograremos llegar a ese proceso unificados, con un solo candidato para que tenga alguna opción real de triunfo.

Mas concretamente, ¿Cuántos candidatos “opositores” se enfrentarán al candidato del régimen, llegado el momento que se den unas elecciones libres, justas, equitativas y democráticas? Seguramente habrá uno o varios candidatos −ya lo vimos el 6D− del sector “alacrán” u “oposición participacionista”, como algunos de ellos se autodenominan; y es probable que algún sector de la izquierda, exchavista o no madurista, concurra también con algún candidato; y no faltarán los oportunistas de siempre que se anotan en estos procesos electorales, cuando hay libertad de concurrencia.

¿Lograrán Henrique Capriles, Leopoldo López y María Corina Machado “disipar” sus diferencias para que alguno de ellos sea el candidato único opositor?, suponiendo además que no surja otro candidato de AD, PJ o UNT en la competencia, sino que estos partidos, y otros menores, apoyen al candidato unitario.

La unidad, entonces, no es un tema teórico, de principios o filosófico, sino algo realmente practico y de naturaleza política, de estrategia fundamental para lograr un triunfo electoral que permita reiniciar el regreso a la democracia.

La tarea primordial, ya lo hemos dicho en otro momento es la reconstrucción de la oposición, en cuatro áreas fundamentales: primero, la reconstrucción de los partidos políticos; segundo, la reconstrucción de la base de apoyo de la oposición democrática, es decir esos millones de personas y las miles de organizaciones de la sociedad civil y grupos muy activos en la resistencia al régimen, hoy ligeramente dispersos y desmoralizados; tercero, dirigir una acción específica hacia es inmensa mayoría del país, que permanece más indiferente a la actividad política, que no se involucra y que incluso en determinados momentos ha apoyado la demagogia y el populismo del régimen; y cuarto, no descuidar y dedicar un esfuerzo importante a mantener contacto y relación con la comunidad internacional, que nos ha apoyado en estos dos últimos años y que comienza a dar señales de duda o “fatiga”.

Resumiendo, la tarea fundamental es la organización de la resistencia que durante más de 20 años se ha enfrentado al régimen y ha impedido que se consolide de manera definitiva un totalitarismo en Venezuela. En este contexto, la discusión acerca de abstenerse o participar en los procesos electorales que se presenten, adquiere otra perspectiva, pues la participación electoral tiene el doble papel que siempre se ha señalado: organizar a la oposición y defender el voto, que en algún momento volverá a tener un valor fundamental para restablecer la democracia.

Politólogo

 

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