Ciertamente no logramos ubicar cuándo conocimos a Pastor Heydra. Sé que en ese momento era un revoltoso estudiante de periodismo en la UCV y aún no ostentaba la presidencia del cotarro estudiantil. Pero se perfilaba para ello. Nadie más con ese ímpetu por hacer la “La casa que venció las sombras” su mejor fortín para bruñir ideas con el rayado grueso en esa expectativa por protagonizar la lucha civilizada y hacer del país un mejor lugar para dirimir diferencias con el verbo, escrito, o a viva voz. Más que indoblegable, Pastor fue tenaz y su balada por la democracia intransigente.
En lo adelante Pastor sería mucho de lo que soñó porque su espíritu nunca fue desapercibible. Su presencia era imposible de ser obviada. Y su prestancia debió ser reconocida hasta por quienes adversaron su filosofía particular.
Hoy muy temprano, como acostumbró ser, hombre al que no sorprende el sol enchinchorrado, se despidió Pastor del lar terreno. De este pedazo de suelo que él siempre supo temporal. Y nos recuerda uno de sus más afectos compañeros de agendas infinitas, el Dr. Mario Valdez, Pastor pidió no ser sepultado en camposanto alguno, bajo peñascos y tierra, sino que sus cenizas besaran la brisa de cielos juangriegueros y se hicieran eternas en el crepúsculo del terruño que una vez le permitió despertar para inscribir su nombre con tanta hidalguía.
Paz, Pastor