Bernard Henry Levy: Carta al presidente de los EE.UU, Joe Biden

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Yo soy una de las personas que aún viven y que han investigado a fondo el secuestro y la decapitación en febrero de 2002, de vuestro ciudadano, el periodista del “Wall Street Journal”, Daniel Pearl.

Después del asesinato, hice una investigación en la cual entrevisté a distintas personas en Islamabad, Karachi, Lahore y Peshawar, que llevaron a la publicación de mi libro: ¿Quién mató a Daniel Pearl?

En él di el nombre del hombre que tuvo en su mano el cuchillo, antes de su confesión en una corte especial en Guantánamo: Khalid Sheikh Mohammed, quien era el número 3 de Al Qaeda y un probable arquitecto de los ataques del 11 de Setiembre.

Pero sobre todo, revelé en detalle las maquinaciones que llevaron a Pearl al hotel Akbar en Rawalpindi y describí cómo fue engañado con mensajes electrónicos en los que se le prometió una entrevista con Mubarak Ali Gilani, líder de Jamaat ul-Fuqra y uno de los inspiradores de la creación de Al Qaeda y finalmente cómo se le indujo a ir al barrio Guizar-e-Hijri de Karachi a una casa aislada donde Fazal Karim, Naim Bukhari y otros, lo aguardaban para asesinarlo.

Yo llegué entonces a la firme conclusión de que el cerebro de la operación, el hombre que la concibió con precisión diabólica, y el que fue el coordinador de varias organizaciones “jihadistas” que cooperaron en su ejecución, fue Ahmed Omar Saeed Shaikh, quien fue inmediatamente arrestado, puesto en prisión y condenado.

Más aún, yo presenté pruebas de que este hombre, Omar Shaikh, no era un criminal común sino un miembro influyente de una galaxia de organizaciones terroristas estrechamente vinculadas a Al Qaeda. Educado en la “London School of Economics”, él había sido consejero financiero de Bin Laden que lo llamaba su “hijo favorito”.

Finalmente, quiero decir que Sheikh rindió un grotesco homenaje a mi libro de una manera terrible y paradójica en una entrevista con la revista pakistaní “Newsline” en el año 2005. “Vd podrá encontrar sobre mi vida en “Quién mató a Daniel Pearl”. El libro repasa toda mi existencia. Las referencias son sobre todo negativas, pero Levy hizo una investigación muy minuciosa.”

Todo esto, Sr.Presidente, está relacionado con el anuncio de la Corte Suprema de Pakistán, de que no hay ningún cargo contra Omar Sheikh y que él y sus cómplices debían ser “inmediatamente liberados” lo, que, por supuesto es un insulto a la memoria de Pearl y un escupitajo a la cara a su familia, especialmente a su hijo, Adam, que nació pocos meses después de la muerte de su padre. Es evidente que esto constituye otra amenaza a los valientes periodistas que trabajan en los lugares más peligrosos del planeta. Es un absurdo judicial inmenso, un insulto a las normas elementales de la civilización y una clara contradicción con el sentido común y las propias confesiones del criminal. También debe ser considerado una provocación contra su país y, llegando al comienzo de su mandato, contra Vd. en persona.

Es cierto, no es la primera vez que el régimen pakistaní ha actuado de esta manera. Con servicios de inteligencia corrompidos e infiltrados por grupos terroristas y escudándose en su posición de presunto  “aliado estratégico” el régimen juega magistralmente su doble juego basado en alguna versión del falaz argumento de que “de vez en cuando es necesario arrojar un “hueso” a ciudadanos enfervorizados por el Islam político” impidiendo de esta manera a que actúen de manera peligrosa.”

Según mis fuentes, este era, más o menos, el mensaje que el régimen hacía llegar a los Estados Unidos el pasado mes de abril, cuando la corte de Sindh conmutó las sentencias de Omar y sus cómplices a siete años (cubiertos por los 18 años de prisión preventiva ya cumplidos), sin que el Secretario de Estado norteamericano, el procurador general o el presidente Trump mismo, se decidieran a hacer algo más que “expresar profunda preocupación”.

Yo conozco bien los métodos de este estado regido por gangsters, que, cuando está de acuerdo en discutir, reconsiderar o en última instancia modificar una resolución judicial o a entregar a algún militante de Al Qaeda o de Isis que está muy tranquilo y cómodo en un barrio residencial de Rawalpindi o en una aldea en las áreas tribales en la frontera de Afganistán como parte de una negociación, es porque están en juego, como por casualidad, el envío de aviones F-16, un acuerdo comercial bilateral o un préstamo.

(Traducido de la versión al inglés por Egon Friedler)

 

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