Soy médico, ciertamente, pero no me ocupo de enfermedades infecciosas, aclaro de antemano. De tal manera que mi opinión va como médico nutrólogo y como investigadora del área de la alimentación y nutrición y por lo tanto daré cuenta de lo que me “salta a la vista” en estas circunstancias.
No soy persona de posturas radicales, menos cuando se refiere a la ciencia, pues la ciencia tiene una metodología que sigue (el método científico), tiene unos tiempos en los cuales se cumplen los pasos de esa metodología, y así tal y como hace unos meses no teníamos algunas ideas claras acerca de este virus que vino a cambiar para siempre nuestra vida, hoy, a poco mas de un año del inicio de esta enfermedad en Wuhan, China, sí se ha avanzado algo en el entendimiento de algunos aspectos que vale la pena considerar. Además, habrá que esperar con paciencia los resultados de los ensayos clínicos todavía en curso para determinar eficacia de los mejores tratamientos y del efecto en el largo plazo de las vacunas desarrolladas hasta el momento.
El hecho que no podamos ver y demostrar algo ahora mismo, no quiere decir de ninguna manera que no exista.
Primero, como toda enfermedad transmisible, hay que cuidar los medios de la transmisión, esto requiere cuidar la higiene, el uso de tapabocas y máscaras y distanciamiento social. También ha requerido el pensar cuáles han sido las consecuencias generales para las familias, sociedades y países de la pandemia. Entre esas consecuencias destacan el decrecimiento económico, la pérdida aún mayor de los empleos formales, la disminución del acceso a los alimentos adecuados y el incremento de la inseguridad alimentaria con las consiguientes consecuencias negativas sobre el estado nutricional de las personas.
Dicho esto, vemos un planeta que debe enfrentar los retos, una vez más, de las situaciones inesperadas que toman a los gobiernos y sociedades en general sin preparación alguna.
Entonces, cuando vemos las posturas radicales de vacunarse o no vacunarse, lo que yo me pregunto cómo investigadora para entender más y poder tomar una decisión lo más acertada posible es lo siguiente: ¿cuál es la evidencia sólida que existe para que yo esté convencida de vacunarme? ¿Cuáles son los criterios para vacunarse? ¿Me incluyo dentro de esos criterios? ¿Pertenezco a algún grupo de riesgo?
No hay que ser un gran investigador para hacernos estas preguntas. Definitivamente, la evidencia científica apunta hacia el beneficio protector de vacunas de reconocidas farmacéuticas cuya implementación va en curso en el mundo desarrollado. También hay criterios para vacunarse, por ejemplo, los trabajadores en primera línea de salud son personas expuestas al riesgo de contaminarse, por lo que deben vacunarse con prioridad, pero las mujeres embarazadas pueden optar por ponerse voluntariamente la vacuna o pueden decidir no colocarla, pues los datos en embarazadas son limitados, aunque por la naturaleza de las vacunas la lógica nos dice que podrían hacerlo.
Al inicio de las jornadas se incluyeron los adultos mayores que son una población de riesgo y se ha mencionado que a medida que haya disponibilidad de vacunas otros grupos poblacionales serán incluidos en los procesos de vacunación.
Es una decisión que debe tomarse con la consciencia necesaria si se está en un grupo de riesgo. El sentido común nos lleva a vacunarnos.
Cuando se oyen teorías conspirativas o de efectos monstruosos sobre el hecho de vacunarse, pregúntese dónde están publicados esos hechos, cuál es la población del estudio, cuáles son las características del estudio que arroja tales resultados. Es hora de pensar objetivamente. Si a usted le dio covid-19 hace tres días, posiblemente usted no sea un candidato a vacunarse, pero si usted es odontólogo definitivamente lo es. Hamlet diría: Me vacuno o no me vacuno, esa es la pregunta, analice con evidencia y obtendrá la respuesta.
Marianella Herrera Cuenca es Médico, Profesora UCV/CENDES/F Bengoa – @MHerreradeF – @mherreradef – @nutricionencrisis