El pasado golpe militar en Myanmar, la antigua Birmania, ha puesto de relieve un nuevo pulso entre la democracia y sus enemigos, encarnados respectivamente en las figuras de Aung San Suu Kyi y el general Min Aung Hlaing. Para los países con intereses locales lo ocurrido plantea una disyuntiva compleja: ¿Apoyar el resultado electoral y antagonizar con la junta? ¿Aceptar la imposición de la fuerza y alienar a la sociedad civil?
La geografía juega un gran papel. Myanmar forma una intersección geográfica donde se encuentran las ambiciones estratégicas de China y la India. Su territorio es susceptible de proporcionar una salida marítima a China que engarce con el sistema de comunicaciones del Indo-Pacífico. Motivo por el cual Pekín ha buscado establecer una relación de cooperación y vasallaje con la creación del Corredor Económico China-Myanmar. Para la India, que mantiene disputas fronterizas con la potencia asiática, su presencia en su patio trasero supone una amenaza acechante. La existencia de importantes reservas de gas ha elevado la apuesta regional con la construcción de sendos gasoductos. Ambos países priorizan fortalecer sus vínculos con Myanmar.
El prestigioso historiador Thant Myint en The Hidden History of Burma, desaprueba reducir la cuestión a un enfrentamiento entre “junta militar” y “democracia”. Piensa que este enfoque responde a un sesgo occidental en su anhelo de atestiguar una progresión liberal del mundo, cuando en realidad el golpe sería más síntoma que causa. El problema de fondo, constante desde la formación del país, es el de una identidad nacional no resuelta, que hunde sus raíces tanto en la historia colonial como en las permanentes reivindicaciones de las minorías, que en el pasado sirvieron de aliciente a las intervenciones militares.
Los británicos, fieles al principio de “divide y vencerás”, asentaron un orden jerárquico de corte racial que enfrentaba a las minorías étnicas con la mayoría bamar, plataforma del nacionalismo mayoritario. Con la independencia, la puesta en marcha del Estado-nación requería de un consenso. En 1947 estuvo a punto de lograrlo Aung San, padre de La Dama, con el Acuerdo de Panglong, pero su asesinato y el interminable gobierno militar del Tatmadaw truncaron el proceso y asolaron el país. La llegada de la democracia con Suu Kyi no estuvo a la altura de las expectativas al amparar la limpieza étnica de los rohingya.
China necesita un Myanmar estable para poder desarrollar sus intereses. Y la India y EE UU, una buena relación con las autoridades birmanas, preferiblemente democráticas, para contrarrestar a China. Tras el enfrentamiento entre las movilizaciones populares y la represión militar, sin una solución a los problemas estructurales que acabe con más de 60 años de guerra el futuro birmano seguirá siendo incierto.
@evabor3