La oferta de estancia por 10 años a refugiados venezolanos es un acto de realismo político. Algo que solo puede hacerse realidad con el apoyo de los colombianos y la comunidad internacional, opina José Ospina-Valencia.
Iván Duque, en Colombia percibido hasta ahora como el mandatario que preside, pero no gobierna, tomó – al fin – el toro por los cuernos ante uno de los mayores retos de la región en los últimos años: la llegada a Colombia de casi dos millones de venezolanos que han escapado – y siguen huyendo – de las inclemencias y la inhumanidad de la dictadura de Nicolás Maduro y sus Fuerzas Armadas.
Iván Duque aterriza en la realidad después de haber vaticinado en febrero de 2019 que “el régimen de Maduro caería pronto”; de promover un inoperante “cerco diplomático” que solo ha impedido la urgente e indispensable atención consular de los migrantes y refugiados en casi toda América Latina, y de haber afirmado que “excluirá de la vacunación contra el coronavirus a venezolanos irregulares en el país”, esto último carente de toda lógica y conmiseración.
El anuncio de la regularización por decreto de los venezolanos que hayan entrado al país antes del 31 de enero de 2021 es un golpe liberador de Iván Duque que puede, en efecto, llegar a hacer la diferencia en su gestión. Liberador porque las cadenas a las que está atado en su propio partido de gobierno son fuertes: mientras Duque habla de solidaridad con el pueblo venezolano en los medios internacionales, importantes figuras de su propio partido Centro Democrático utilizan el término de “vándalos”, para tildar a los venezolanos de ayudantes útiles de los violentos en las protestas populares de 2019 y 2020. Así, partes de su propio partido de Gobierno han promovido la xenofobia. Un arma perversa que, por otro lado, utilizan sendas figuras de la ultraizquierda, que simpatizan con el régimen del vecino país y que no tardaron en difundir fake news sobre que la presunta intención de Duque sería “recaudar electores”, cuando lo cierto es que los venezolanos NO recibirán la nacionalidad sino un permiso por 10 años.
El paso de Iván Duque en favor de la “inmigración con legalidad” lo da en un campo minado, porque en medio de los extremos políticos están, además, las legítimas o infundadas dudas, suspicacias y temores de muchos contribuyentes que no entienden la dedicación a los refugiados cuando millones de colombianos no pueden pagar los costosos estudios universitarios ni tienen trabajo.
Por eso al anuncio de la regularización de los venezolanos le hace falta un gran programa de ofertas de educación y trabajo para nacionales y extranjeros. Eso ayudaría a entender y aceptar mejor que Colombia no solo está obligada por tratados internacionales humanitarios a recibir a los refugiados sino que la migración misma es una oportunidad para el país, además de ser un invaluable acto de solidaridad.
Inteligentemente, Iván Duque presentó su proyecto acompañado de la comunidad internacional en Colombia. El sabe que sin su ayuda será imposible realizarlo. Peter Ptassek, embajador de Alemania en Colombia, reiteró el apoyo de Berlín en “esta histórica apuesta hacia el futuro”, probablemente tan importante como el cumplimiento del Acuerdo de Paz. Si bien la medida ha sido considerada ya un “ejemplo mundial” por Naciones Unidas, hasta ahora solo está sobre papel.
Iván Duque no es la Ángela Merkel de Colombia, como ya aducen algunos. Las condiciones son otras. Los retos para Duque son mayores, más aún en medio de la pandemia, del descalabro económico causado por esta y las presiones de extremistas; y por el fácil y destructivo efecto de la xenofobia.
Iván Duque necesita ayuda, y mucha. Empezando porque los políticos venezolanos, del régimen y la oposición, se abstengan de querer pescar en río revuelto en Colombia con sus discursos sectaristas y belicistas que ni en Venezuela se quieren oír. Esas intervenciones generan justo el rechazo que solo afecta a la absoluta gran mayoría de venezolanos de bien en Colombia.
La regularización de casi dos millones de venezolanos es más que un acto humanitario, es una necesidad. “Esto es lo que estábamos necesitando”, dicen jóvenes venezolanos altamente motivados que se alegran genuinamente de poder ayudar a construir país, hombro a hombro con los colombianos. Porque la legalización no significa menos derechos para los colombianos, sino más oportunidades para todos. Allá donde llegan hoy los migrantes y refugiados venezolanos, llegan para quedarse.