Earle Herrera: Vacuna de las miserias

Compartir

 

No la peor, sino la auténtica cara de los poderosos ha develado la pandemia de la Covid-19, como en el final de un baile de máscaras. “El verdadero rostro del capitalismo”, me corregiría un marxólogo, de esos ironizados por nuestro recordado Ludovico Silva. Pero siempre he preferido hacerme entender por el parroquiano que hace cola en el hospital o la vecina que espera el camión con la bombona de gas, si la mafia vestida de rojo no lo desvía antes.

Primero fue la piratería por las mascarillas. Los países del G7, el G20 y el G qué sé yo, desviaban los barcos hacia sus puertos. O asaltaban los aviones que hacían escala en sus aeropuertos. Francis Drake y Walter Raleigh volvían a lanzar por los siete mares sus naves de abordaje. Agregaron como objetivos de su piratería siglo XXI los aeropuertos, aduanas, muelles y puestos fronterizos. En lugar de la calavera en sus banderas, ondulaba en sus trapos el rechoncho coronavirus, entre dos huesos en cruz, como los húmeros que se puso Vallejo bajo un aguacero parisino.

El robo de mascarillas fue el estornudo. De allí las filibusteras grandes potencias pasaron a arrebatarse ventiladores, medicinas y cuanto insumo sanitario pasara frente a sus costas. Lo que desde siempre hicieron a los pequeños países del Sur –llamados por sus gobiernos “repúblicas bananeras”-, se lo hacían entre ellas, pero sin invasión ni guerras de exterminio. Todo ante la indiferencia de la Organización Mundial de Comercio, un ente en este caso más mudo, sordo y loco que el canciller de la Unión Europea, Josep Borrell, quien solo sale de su estado catatónico cuando le nombran Venezuela.

Francia robaba a Italia, Inglaterra a España, Canadá a Portugal, Holanda a Suecia, EEUU a todo el mundo, en una rapiña planetaria salida de madre. La Covid-19 seguiría rasgando caretas y países del “tercer mundo”, con ínfulas de “grandes”, sacarían sus propias miserias. El Chile de Pïñera anunció que “no vacunaría extranjeros no residentes” y el colombiano Duque vomitó que no habría vacuna para los venezolanos. Más allá, los países ricos, con Canadá a la cabeza, acaparaban la compra de vacunas. Ese mundo, ahora sí, capitalista, no solo fue una porquería “en el 510 y en el 2000 también”, sino que lo será hasta su extinción. Es su naturaleza.

 

Traducción »