El estado en que se encuentra la política estadounidense es aterrador. Una campaña de mentiras en los medios de derechas —de la que se ha hecho eco cerca de la mitad de los senadores republicanos— ha convencido a casi dos tercios de los republicanos de que, de alguna manera, las elecciones presidenciales han sido un robo. Estas mentiras abonaron el terreno para el ataque al Capitolio del 6 de enero; pero la gran mayoría de los senadores republicanos parecen dispuestos a absolver a Donald Trump de su innegable papel como instigador de ese ataque.
A pesar de ello, los planes de Biden para rescatar la economía suscitan el apoyo abrumador de ambos partidos. Creo que el consenso entre la opinión pública favorable a las propuestas económicas de Biden ha pasado en gran medida inadvertido. Por supuesto, no estoy diciendo que la sorprendente unidad entre los votantes (no así los políticos) en materia de política económica compense el aterrador hecho de que uno de nuestros dos grandes partidos haya dejado de aceptar la legitimidad de las elecciones cuando pierde. Pero aun así, es importante para el futuro de Estados Unidos.
Es posible que pensaran que los planes demócratas de aprobar un gran paquete de rescate, cercano a los 1,9 billones de dólares como el que ha propuesto el Gobierno de Biden, suscitarían una reacción violenta a lo Tea Party. Pero un sondeo reciente de CBS News descubría que el 79% de los entrevistados cree que el paquete tiene el tamaño adecuado o es demasiado pequeño. Hay, por supuesto, diferencias entre partidos, pero incluso entre los republicanos, el 61% respalda un plan tan grande como el que se está elaborando, o mayor incluso.
Este amplio respaldo a la política económica de Biden resulta sorprendente, dada la profundidad de nuestras divisiones políticas. Es también muy distinto de lo que vimos en los primeros meses del Gobierno de Obama, durante la Gran Recesión. Biden obtiene una aprobación general un poco más baja y tasas de desaprobación mucho más altas que Barack Obama a estas alturas de su presidencia. Pero la popularidad personal de Obama no se tradujo en un respaldo fuerte a su plan de estímulos, apoyado solo por una estrecha mayoría. ¿Por qué es distinto esta vez? Yo sugeriría tres razones.
En primer lugar, el plan de Obama se vendió como estímulo: gasto deficitario para aumentar la demanda total. Era lo correcto, pero la teoría económica keynesiana que defiende el gasto deficitario durante las recesiones siempre ha resultado difícil de entender para muchos. Cuando John Boehner, el líder republicano de la Cámara de Representantes, se quejó de que “las familias estadounidenses están apretándose el cinturón, pero no ven que las Administraciones públicas hagan lo mismo”, estaba vendiendo ciencia económica basura, pero muchos votantes se identificaron con ella. El plan de Biden, en cambio, no es estímulo, aunque muchas noticias de los medios de comunicación sigan empleando ese término. Es ayuda para situaciones de desastre. Y en cierto sentido, creo que los votantes lo comprenden y apoyan que se ayude a quienes han sido golpeados por la pandemia.
En segundo lugar, el estímulo de Obama se mezclaba en la mente de la gente con otras políticas, como los rescates a Wall Street, profundamente impopulares. En concreto, el movimiento del Tea Party no fue principalmente, a pesar de lo que afirmen muchos analistas, una protesta contra los déficits presupuestarios. Comenzó con la indignación ante la idea de que los “perdedores” pudieran recibir condonaciones de deudas. Esta vez no hay nada comparable. La mayoría de los estadounidenses parece comprender que las personas que han perdido su empleo debido a la covid-19 no están sufriendo por culpa de su inutilidad.
Por último, los republicanos han perdido toda la credibilidad en materia fiscal. En 2009, muchos ciudadanos los creyeron cuando fingían preocuparse por los déficits presupuestarios. Desde entonces, tanto el hecho de que la crisis fiscal vaticinada tan a menudo no se materializase como el que el Partido Republicano impusiera un enorme recorte de impuestos sin financiamiento durante el mandato de Trump hacen más difícil que se tomen en serio ese postureo.
De hecho, las únicas objeciones coherentes al plan de Biden parecen ser las planteadas por algunos economistas de centro izquierda a quienes les preocupa que provoque un sobrecalentamiento de la economía. Muchos otros economistas, quizá la mayoría, yo incluido, disentimos, y es probable que el plan se apruebe más o menos como se ha propuesto. Pero resulta curioso que los políticos del Partido Republicano apenas intenten siquiera oponerse a los planes demócratas basándose en cuestiones de fondo. Este vacío intelectual no impedirá a los republicanos del Congreso votar contra el plan de Biden, muy posiblemente de manera unánime. Pero al hacerlo no solo irán contra la opinión pública en general, sino también contra la de muchos de sus propios votantes. Y es posible que eso sí importe.
En un mundo mejor, el continuo vasallaje del Partido Republicano a un expresidente que intentó revertir unas elecciones con mentiras y violencia produciría una reacción masiva de los votantes; en el Estados Unidos de 2021, no tanto. El bajo desempleo ayudó a los republicanos a obtener resultados mejores de los esperados en las elecciones de 2020; la promesa de cheques de ayuda permitió a los demócratas ganar la segunda vuelta en Georgia, y con ella el control del Senado. Lo cual es, por cierto, una de las razones por las que sería de tontos rebajar el gasto en ayudas porque a algunos economistas les parezca excesivo.
Esto significa que la negativa de los republicanos del Congreso a respaldar políticas económicas populares tal vez perjudique más al partido que su complicidad con un intento violento de revertir los resultados electorales. No es justo ni correcto; pero la rigidez ideológica de los republicanos en tiempos de crisis tal vez importe más, desde el punto de vista político, que su rechazo a la democracia y al sistema de derecho.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.