Si en el ámbito interno Joe Biden tomó decisiones rápidas, inmediatas, para desbaratar la herencia más perniciosa del mandato de Donald Trump, el cambio de rumbo en política exterior se hace esperar. En cierto modo es comprensible, porque los EE.UU no pueden, ni quieren, bailar solos y las decisiones son más complejas.
Hasta la fecha, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha realizado declaraciones de intenciones que suponen un giro con respecto a su antecesor, pero aún no se visualiza muy bien el contenido práctico de esas nuevas políticas. Rusia, China y Oriente Medio son los tres principales teatros de actuación.
Rusia: El riesgo de sobreactuación
La decisión más concreta hasta ahora ha sido la prórroga (cinco años) del acuerdo NEW START (limitación del armas nucleares estratégicas) con Rusia. Pero se trata de una medida para ganar tiempo y definir una nueva política sobre control armamentístico (1), que depende, como es lógico, de cómo se articulen las relaciones con Moscú. Nada indica otro reset, como el que Obama ensayó fallidamente en 2009. Entonces el presidente ruso no era Putin sino su socio Mevdeved, aunque siempre se dudó de su liderazgo real. La carrera armamentística nuclear ha experimentado una aceleración notable desde comienzos de siglo, a pesar del NEW START, debido al fomento de los dispositivos antimisiles, que debilitan la disuasión (2).
Biden y todo el establishment demócrata desconfían profundamente de Putin. Esa actitud se nutre de una cultura de guerra fría, reforzada por la orientación autoritaria que el líder ruso ha ido adoptando a medida que se afianzaba en el Kremlin y se desprendía de las amenazas a su poder (oligarcas, oposición liberal, disgregación regional). Las sospechosas relaciones con Trump le han servido para recuperar peso e influencia en zonas externas, como Oriente Medio, y presión en el entorno cercano (Bielorrusia y Ucrania), pero suele exagerarse el poderío ruso y su capacidad para desestabilizar áreas de interés occidental.
Para intentar definir un nuevo marco de relación con Rusia, Biden quiere (y necesita) recuperar el vigor de una Alianza Atlántica en el momento más crítico de su historia. A sus 70 años bien cumplidos, la OTAN es una dama repleta de achaques. “En muerte cerebral”, dijo Macron, teatralizando la situación. El daño de Trump ha sido llamativo por su brusquedad, pero no debería ser inquietante. No hay casi nadie en los resortes de poder en Washington que le siguiera el juego al incendiario expresidente. Pero las perturbaciones transatlánticas eran anteriores a Trump y con sólidas raíces. Con Obama hubo mucha amabilidad aparente, pero bastantes desacuerdos subyacentes, algunos desencuentros sonoros y tensiones por episodios desafortunados. Biden quiere restañar heridas y superar dificultades. Desde los think-tanks se articulan los campos de cooperación (3).
La semana pasada, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, habitual toma de temperatura de las relaciones atlánticas, hubo bellas palabras de Biden sobre la recuperación del espíritu aliado. Pero los europeos dejaron entrever sus reticencias y un cierto escepticismo sobre la importancia que Washington concede a Europa en estos tiempos. De ahí que alemanes y franceses insistan desarrollar una política exterior cada vez más autónoma, y lo dejaron claro en Múnich tanto Merkel como Macron (4). Otra cosa es que coincidan en cómo hacerlo y en el calibrado de sus iniciativas. La separación británica complica aún más las cosas.
El reciente viaje a Moscú de Josep Borrell ha mostrado las carencias de esa estrategia. El Kremlin no está dispuesto a permitir que Europa quiera introducir en el menú de las relaciones el respeto por los derechos humanos y las libertades políticas en Rusia. Era ilusorio esperar lo contrario. La encarcelación de Navalny y la represión de las manifestaciones son asuntos vedados. Por eso, algunos analistas creen que la visita debía haberse aplazado hasta que los aliados hubieran definido con precisión objetivos y agenda de la relación con Moscú.
Sea como fuera, los problemas de fondo en relación con Rusia no son de fácil solución. El caso más emblemático es el proyecto de gasoducto Nord Stream 2, que Berlín quiere mantener a toda costa, por muy incómodas que sean sus relaciones con el Kremlin. En esta Casa Blanca se piensa que Alemania debería poner condiciones a esa colaboración, pero saben que si Merkel no lo ha hecho, más improbable resulta que lo haga su sucesor. El previsible candidato democristiano, Armin Laschet, pasa por ser aún más acomodaticio con Moscú (5). Putin no se fía de esa aparente falta de sintonía transatlántica y mantiene la frialdad (6).
China: Desconexión aliada
China es otro asunto que generara difíciles debate entre los aliados occidentales. La UE concluyó un acuerdo de inversiones con Pekín cuando Biden aún no había tomado posesión, lo que provocó malestar explícito a su equipo de seguridad nacional. Merkel quería cerrar ese capítulo como colofón a los seis meses de presidencia europea. Pero sobre todo deseaba blindar los intereses de la industria exportadora alemana (7).
Biden revertirá los aspectos más autolesivos del mandato de Trump, porque los incrementos arancelarios han perjudicado más a Estados Unidos que a China, pero no habrá un giro de 180º grados en la política hacia Pekín. Cabe esperar una mayor dureza en los asuntos de derechos humanos y políticos en áreas sensibles (Hong-Kong, Xin Jiang) y una mayor vigilancia en áreas de presión china (Taiwan y Mar del Sur de China). Pero la capacidad de actuación norteamericana es limitada. En Europa saben que en esa zona los interlocutores preferentes de Washington son los aliados asiáticos y oceánicos, y éstos reclaman cautela (8).
Oriente medio: irán, piedra de toque
En Oriente Medio, la primera pieza a restablecer es el acuerdo nuclear con Irán, quizás el elemento que genera una menor dificultad. Hay ya un consenso sobre la necesidad de volver cuanto antes a la situación anterior a Trump. Pero hay sectores en Washington que desean replantear el trato e introducir nuevos elementos de control del régimen iraní (programa de misiles y actuación de las milicias afines en la región). Los ayatollahs no están dispuestos a ceder en algo que consideran esencial para su seguridad, aunque necesiten un alivio de las sanciones. Europa quiere recuperar las relaciones económicas con Irán y puede mostrarse más abierto al diálogo con Teherán que Estados Unidos, donde no hay consenso bipartidario.
Arabia Saudí e Israel actúan coordinadamente y se preparan para ese escenario indeseado, con distintas palancas de obstruccionismo (9). Biden ha tardado semanas en comunicarse con un Netanyahu, que afronta las cuartas elecciones en dos años. Una muestra de la frialdad entre ambos que se arrastra desde la era Obama. Con los saudíes, las cosas no pintan mejor. La suspensión de la venta de armas que los saudíes emplean en Yemen es una muestra del cambio de temperatura entre la Casa Blanca y el trono de Riad. El dossier iraní dificulta cualquier avance en Palestina, donde deben renovarse las instancias de poder político, aunque hay poco ánimo y mucho escepticismo. Israel seguirá poniendo obstáculos si no hay replanteamiento del acuerdo nuclear iraní. Una excusa, más que una razón.
Notas
(1) “Extending NEW START should be just the beginning”. CARNEGIE, 25 de enero.
(2) “The Nuclear Option. Slowing a new arms race means compromising missiles defenses”. JEFFREY LEWIS. FOREIGN POLICY, 22 de febrero.
(3) “Working with the Biden administration: opportunities for the EU”. ROSA BALFOUR. CARNEGIE, 26 de enero.
(4) “Biden tells allies ‘America is back’, but Macron and Merkel push back”. THE NEW YORK TIMES, 19 de febrero.
(5) “Germany is pouring cold water on the Biden-Europe love fest”. CONSTANZE STELZEN-MÜLLER. BROOKINGS, 22 de enero.
(6) “German-Russian relations at a new low”. CHRISTIAN ESCH. DER SPIEGEL, 7 de enero.
(7) “Chine-Europe-Etats-Unies: [Le] jeu entre les troix côtés du triangle géopolitique’”.SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 30 de diciembre.
(8) “How to keep U.S.-Chinese confrontation ending in calamity”. KEVIN RUDD. FOREIGN AFFAIRS, marzo-abril, 2021.
(9) “The real regional problem with the Iran deal”. TRITA PARSI. FOREIGN AFFAIRS, 23 de febrero.