La conquista de un nuevo espacio/tiempo fue el cometido por Ñuflo de Chávez y otros conquistadores españoles, cuando llegaron hasta estas inmensas llanuras, moxeñas entonces.
Venían en busca de El Dorado. Fue un proyecto impulsado por el deseo de acceso a oro y riquezas, que supuso, como toda conquista, elementos bélicos, es decir, “encontronazos” con los que estaban aquí antes que ellos: los autóctonos. Proyecto, de suyo, político/administrativo pues requería la fundación de un centro de poder: Santa Cruz de la Sierra, fundada un 26 de febrero de 1561, a orillas del Suto, y desligada definitivamente de Asunción, Paraguay. También proyecto romántico, cultural y biológico, arropado en el impulso de “poblar y desencantar la tierra”, como sentenciara el capitán Chávez.
En criterio del científico francés, Alcides D’Orbigny, que recorrió estas tierras entre 1830-32, la hazaña de ir y venir de Paraguay hasta Lima, Perú, para obtener el permiso de la corona, “merecieron ocupar mejor sitio en la historia”. No le faltó razón pues, si bien explica que “no tuvieron que batirse con los mejicanos civilizados ni conquistar las riquezas de Perú… exploraban un país menos poblado, más salvaje, y debían superar muchos obstáculos…”
No “ocupar un mejor sitio en la historia” se convirtiría luego en ausencia permanente, hasta conformar una triada de postergación-olvido-centralismo, en un conflicto oscilante entre baja y alta intensidad. La natauraleza del mismo puede resumirse en el centralismo, producto de la impotencia estatal para contener a la nación, como bien lo señaló el historiador y político paceño Ramiro Velasco, en los años ’80 del pasado siglo, versus regionalismo, que no es un “Vade retro Satanás”. Es la expresión de un malestar y de un descontento ante la necesidad de una convivencia menos coercitiva desde el centro político, como senteciara José Carlos Mariátegui en su “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, en 1928.
Con sus propios tiempos y urgencias, algunas de altísima intensidad, como la lucha por el 11%, regalías petroleras, Santa Cruz dio un salto cualitativo y generó un existoso proyecto de descentralización y desarrollo regional, que constituye uno de los pocos exitosos en América Latina, según expertos en Desarrollo Territorial. En el arco de menos de 20 años, la región más pobre del país, pasó a ser la más rica, gracias a su tierra y pampas generosas, a un capital humano educado y formado en buenas universidades, a una poca inmigración con destrezas y conocimientos, y a un arraigado apego a su region, vía la auto identificación territorial: “Soy cruceño”. Yo, cruceña.
Así se generó un proyecto político colectivo para sacar a Santa Cruz del atraso, vía la articulación de los 6 elementos de todo territorio organizado: actores, cultura, recursos, instituciones, procedimientos, entorno.
Hace 5 décadas, la clave fue la representatividad social del proyecto y el futuro que se proponía construir para desencantar la tierra y poblarla de esperanzas.
El ethos de aquel proyecto contenía esa lealtad regional y una cultura con predominio de rasgos cooperativos/solidarios, que produjo interacción positiva. De ahí la identificación de la mayoría de la sociedad con su propio territorio y con el discurso del desarrollo y progreso.
La lucha por las regalías, descentralización, democracia y autonomías, hasta federalismo, pacto fiscal para la redistribución de los recursos y la riqueza, son la antípoda al centralismo burocrático, ineficiente, con una visión parcial del país y la sociedad boliviana, sin atender ni respetar sus múltiples determinaciones.
Podrá criticarse a la clase dominante cruceña y sus elites, pero no se puede negar su lucidez, tanta como para construir un proyecto político de desarrollo en libertad e igualdad ante la ley. De ahí la inmigración constante y en aumento a esta región en los últimos decenios.
Las demandas cruceñas han tenido remate estatal y han cambiado, al menos en el papel, la forma del Estado: uno con autonomías, aunque el centralismo sigue su rumbo contra viento y marea.
A más de medio siglo de aquel democrático proyecto político colectivo exitoso, ¿existe hoy un proyecto colectivo cruceño? ¿Se puede hablar aún de una cultura con rasgos solidarios/cooperativos, de una ideología de valores empresariales y audacia pionera, como la calificaron algunos estudios? ¿O prima hoy la cultura individualista/competitiva globalizada? La pregunta es si, además, genera desarrollo político colectivo frente al proyecto político centralista, que tiene falencias, ineptitudes, corrupción a granel, antipolítica populista, también locales. Una y otra desvalijan la institucionalidad democrática inteligente, plural y eficaz del proyecto colectivo exitoso, amén de otros cambios.
Cuando mucha gente joven cruceña muy bien calificada profesionalmente en extensas áreas del conocimiento, en innovación y tecnología, eficiencia y transparencia en la gestión pública, ya piensa en el V centenario de la fundación de Santa Cruz, 2061, me inundó de optimismo porque miran lejos, aunque habrá quienes ya no estemos, mucho antes de aquí a 40 años. No obstante, desde ya rechazo el peligroso simplismo de obviar la acción política. Porque para vivir en libertad y democracia, concluyo con Hannah Arendt, pues “Sin un ámbito público políticamente garantizado, la libertad pierde el espacio para hacer su aparición.”