La desclasificación del informe de la CIA sobre el asesinato del disidente saudí Jamal Khashoggi confirma lo que era una evidencia traslúcida: que el príncipe heredero y máximo gobernante en la práctica, Mohamed Bin Salman (conocido como MBS) autorizó el crimen y, por tanto, debe ser considerado como responsable.
Joe Biden, hasta aquí, ha cumplido con lo que prometió: hacer público los entresijos de una operación execrable. Khashoggi fue retenido en la embajada saudí en Estambul, asesinado y posteriormente descuartizado. Sus restos no han sido encontrados. El ahora presidente calificó al reino saudí de “paria” y se comprometió a revisar las relaciones bilaterales. Una decisión más fácil de proclamar que de ejecutar, teniendo en cuenta la mutua dependencia entre ambos estados.
El Washington Post, diario en el que colaboraba habitualmente Khashoggi, ha revelado el trabajo realizado desde finales de enero para ajustar intereses de Estado y compromisos electorales (1). El resultado sigue on working (no completado), aunque se habían decidido ya algunas medidas antes de hacerse público el informe de inteligencia:
Cancelar la venta de armas destinadas a ser empleadas en la guerra de Yemen (de la que MBS es el principal inspirador y responsable) y designar el diplomático Tim Lenderking como enviado especial para negociar el fin de ese conflicto (Riad ha aceptado de inmediato esta misión, como era de esperar).
Denunciar el encarcelamiento de disidentes en el reino (en especial de las mujeres).
No responder a las llamadas de felicitación del rey saudí al presidente Biden (se hizo finalmente en la víspera de la publicación del informe).
Una vez que el gran público conoció lo que la inteligencia norteamericana sabía del caso Khashoggi era inevitable ampliar la presión. Las decisiones, no obstante, han sido tibias:
Congelar los depósitos bancarios del exsubdirector de los servicios secretos saudíes, Ahmed Al-Assiri (supuesto responsable operativo del crimen) y de los integrantes de la unidad que ejecutó la operación
Las 76 personas que supuestamente intervinieron de una u otra manera en el caso (no se publicarán sus nombres) no obtendrán visa para entrar en Estados Unidos.
Nada concreto sobre MBS. Informalmente se dice que Biden no hablará directamente con él, sino con su padre, el Rey. Pero el monarca, con 85 años y una salud muy quebradiza, no se ocupa de los asuntos cotidianos. El príncipe lo controla todo. ¿Es viable ese “castigo”? ¿O es mero postureo?
Legisladores de ambos partidos han criticado la tibieza de la administración. Desde el 11 de septiembre, los saudíes cotizan a la baja en el Capitolio, aunque los congresistas incurren también en el postureo. Saben que la opinión pública tolera mal la indulgencia de la Casa Blanca con el Trono de Riad. Trump, ignorante de cualquier consideración ética o de pura decencia política, se dejó llevar por sus intereses empresariales privados y premió a los saudíes con la luz verde en Yemen y un jugoso contrato de armamento (que, en realidad, sólo se ejecutó parcialmente).
El jefe de la CIA en la administración Obama, John Brennan, tuiteó su insatisfacción por estas decisiones iniciales de Biden, que consideró “insuficientes”, por considerar que sólo mencionar a MBS como responsable del asesinato equivale a exonerarlo de sus consecuencias. Brennan propone que, para empezar, no se le permita entrar en Estados Unidos y que altos cargos norteamericanos eviten reunirse con él (2).
Obama tuvo una difícil relación con los saudíes debido a la negociación del acuerdo nuclear con Irán, pero se cuidó mucho de no dañar la relación con el reino. Biden camina por una senda similar. Ya no es el petróleo el principal factor de las relaciones bilaterales. Es Irán. O la percepción de la amenaza iraní sobre los intereses norteamericanos en la región. El nuevo presidente sabe que las cosas han cambiado en estos cuatro años.
Israel y Arabia Saudí mantienen una alianza de facto frente al “enemigo persa”. Las relaciones diplomáticas de los principales socios de Riad en el Golfo con la otrora “entidad sionista” parecen pasos previos calculados de una presión meditada y pautada. Ambos aliados tratan por todos los medios de condicionar la recuperación del acuerdo nuclear mediante la introducción de nuevas exigencias norteamericanas que obliguen a Teherán a rechazarlas.
Biden ha invitado a los ayatollahs a “volver a respetar el acuerdo”, es decir, a rectificar la superación de los límites fijados. Irán ha enriquecido uranio al 20%, muy por encima del 3,67% estipulado, y en una cantidad estimada en 2,400 kilos, doce veces lo permitido, aparte de reactivar el funcionamiento de las centrifugadoras de última generación. Pero todo ello ha sido después de que Trump, con su política de “máxima presión” denunciara el acuerdo y retirara a Estados Unidos de la obligación de cumplir con sus compromisos, especialmente el levantamiento de sanciones.
El jefe de la diplomacia iraní que negoció el JCPOA, Mohammad Javad Zarif, reclama que se recupere el acuerdo original, el que se firmó, y no se pretende revisarlo para incluir otros asuntos que, en opinión de Teherán, nada tiene que ver con lo negociado (3). Esta línea es la oficial del régimen iraní, que ya ha desestimado una iniciativa europea para restablecer el diálogo entre Occidente e Irán.
Biden ha nombrado a Robert Malley (un integrante del equipo de Obama y luego director ejecutivo del International Crisis Group) como responsable de las negociaciones con Irán. Ese think-tank recomendaba recientemente la “reavivación” del JCPOA y demandaba a las potencias europeas signatarias un esfuerzo en cuatro áreas: apoyar las gestiones de Washington en su nueva política, colaborar en el apoyo humanitario a Irán frente la COVID, estimular el comercio con Teherán y fomentar el diálogo constructivo entre los enemigos del Golfo Pérsico (4). Una minuta plagada de buenas intenciones, propia de un think-tank. De nuevo en la administración, Malley tendrá que sumergirse en los endemoniados detalles.
Para no parecer demasiado plegable a los deseos iraníes, el presidente ha inaugurado su palmarés militar con el bombardeo de un campamento de Kataeb Hezbollah, una milicia iraquí chií (proiraní), en el este de Siria, en represalia por un ataque de este grupo contra el aeropuerto de Erbil, en el Kurdistán iraquí, donde las fuerzas occidentales tienen una base (5).
El enredo del acuerdo nuclear exige decisiones más comprometidas. Como ya ocurrió en el periodo 2011-2015, es imposible tener a todo el mundo contento. Biden lo sabe mejor que nadie. Por instinto, alberga poca simpatía por cualquiera de los actores de esta disputa. Pero, contrariamente a Trump, se ha rodeado de colaboradores de ese establishment que se atiene cuidadosamente a las líneas maestras de la política exterior desde hace 70 años.
Notas
(1) “Inside THE Biden’s team deliberations over punishing the Saudi crown prince”. JOHN HUDSON y KAREN DEYOUNG. THE WASHINGTON POST, 2 de marzo.
(2) https://twitter.com/JohnBrennan/status/1366051008661626885
(3) “Iran wants the nuclear deal It made. Don’t ask Tehran meet new demands”. MOHAMMAD JAVAD ZARIF. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.
(4) “Reviving the JCPOA after maximum pressure”. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 29 de enero. https://www.crisisgroup.org/middle-east-north-africa/north-africa/libya/reviving-jcpoa-after-maximum-pressure
(5) “Biden’s warning to Iran and its proxies: implications of the Syria strike”. MICHAEL KNIGHTS. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 26 de febrero.