El anuncio de la puesta en circulación para los próximos días de los nuevos billetes de alta denominación, representa la consumación de otro cono monetario, y que ya automáticamente el comercio lo denomina, cuando en lugar de hablar de un millón, se habla de mil. Así aparece el billete de un millón de bolívares; lo que nunca hubiera imaginado aquella Venezuela de la época de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni; cuando entonces existía un billete de 500 bolívares; que circulaba sólo en los grandes negociados; cuando en verdad, la economía estaba monetizada; incluso, circulaban las de cinco céntimos, que tenían un cierto poder de compra, de acuerdo al precio, sobre todo, de algunas chucherías; mientras existía el fuerte, es decir, la moneda de cinco bolívares, y el que rendía en una familia, para comprar el almuerzo y la cena del día.
Además de fuerte, se le decía “cachete·”, en virtud de que era de plata, y su demasiado uso, lo iba poniendo lucio, al punto de llegar un momento en que parecía un pómulo; lo mismo que la moneda de veinticinco céntimos, es decir, el medio, y había la expresión, de que el medio lucio en el bolsillo era el único, que era el amigo de uno. Eso costaba una barrita de margarina; cualquiera se desayunaba con una arepa y una barrita de éstas. Medio era el intermedio entre la locha, que eran doce céntimos y el real, que eran cincuenta céntimos; pero, además, porque medio costaba un sinfín de cosas: un refresco, un café pequeño, cinco cambures, cinco cigarros, medio kilo de caraotas, y así sucesivamente; pues las cosas que costaban más de un real, venían a ser de clase aparte, y no se diga de un bolívar; que es por donde comienzan a medir los economistas el grado de control inflacionario, que se tiene sobre una economía; por la forma como se mantienen monetizadas las compras cotidianas y eso en forma sostenida; pues aquí se vino a conocer inflación a partir del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, y eso cuando comenzaron a aparecer los primeros intentos de control de precios; además de creación compulsiva, por la vía de Decretos presidenciales, de puestos de trabajo.
He allí lo que da lugar a esa economía distorsionada, que veremos establecerse a continuación, y que corre parejo con la política de las nacionalizaciones; nacionalización de la industria del petróleo y del hierro; momento en que el país se hace más dependiente de la renta minera, en su conjunto, y entonces comienzan a aparecer los llamados déficit fiscales; tomando en cuenta que se configura una burocracia estatal devoradora de los recursos públicos, a partir de lo que se conoce como la política del clientelismo partidista; además del peculado, y así que se apela a la llamada maquinita de hacer billetes; es decir, se inicia el proceso de financiamiento del déficit por la vía monetaria; una política que se irá resbalando, como cosa de correr una arruga, una especie de burbuja, que tendrá un estallido un 27 de febrero de 1989; por supuesto, una fecha que no dejó de ser recordada hace días, cuando se cumplieron 32 años de su manifestación; precisamente, en momentos en que el gobierno de turno intenta ponerle coto a esta situación, y entonces se procede a llevar a cabo eso que se conoce como un ajuste a la moneda; es decir, la manifestación de un pueblo descontento, y que ve en el saqueo una forma de protesta.
Entonces, los únicos billetes que se deterioraban eran los de diez; pues el almuerzo más caro costaba cinco bolívares, y se pagaba con un fuerte; que también era el otro símbolo del equilibrio, que existía en la economía; pues no había necesidad de hacer ese gasto tan a menudo, cada vez que se introduce un nuevo cono monetario; tomando en cuenta el costo que supone la impresión de los nuevos billetes, a propósito de los dispositivos de seguridad, que se le incorporan, a los fines de evitar su falsificación; que, al final, termina siendo un gasto innecesario; ya que a los dos meses, a propósito del acelerado ritmo inflacionario como se elevan los precios en el mercado, ese billete ha pasado a ser basura; nadie lo quiere; como ocurre con el antiguo billete de 500 bolívares soberanos; que aún se mantiene en vigencia del presente cono monetario; mientras que hasta ahora la supremacía la llevaba el billete de 50 mil bolívares, y que apareció en nuestro horizonte a la chita callando, como ha sucedido ahora con el billete de un millón de bolívares; sin aquellos anuncios aparatosos, que solían hacerse con motivo de la configuración de un nuevo cono monetario, y la eliminación hasta de ceros al bolívar.
Es por eso que algunos economistas hablan de que, más bien se impriman billetes de monopolio; puesto que la pérdida de valor de nuestra moneda al ritmo que lleva, los vuelve desperdicio enseguida, y eso es que nadie los quiere. Incluso, uno los ve en medio de una basura amontonada, proveniente de una entidad bancaria, y la que, seguramente, ha decidido vaciar sus bóvedas; convirtiéndose también el basura el capital de nuestro sistema bancario; lo que comprueba eso que estamos diciendo: demasiado gasto en lo que atañe a los costos, para garantizar la seguridad del billete, si a la vuelta de la esquina ya no vale nada. En los primeros años del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez los fundidores de metales acapararon el níquel de las monedas, que entonces circulaban, y a falta de las mismas, se pasó a imprimir unos billetes de formato mínimo, para el mercado de la microeconomía; mientras se acuñaban nuevas monedas, pero en otro metal.
He allí otro de los grandes fracasos de Hugo Chávez: intentar monetizar por la vía de Decretos la economía, cuando procedió a quitarle por primera vez los tres ceros a la moneda, y entonces mandó a que se acuñara la de cinco céntimos; que, por ser de cobre, enseguida la industria de la fundición se la tragó, mientras que al resto se lo tragó la inflación, y las que uno ve en el suelo también tiradas, hechas chatarra.
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