El proceso de destrucción de Venezuela avanza aceleradamente. En todos los sectores y distintos ambientes existe una creciente incertidumbre sobre el presente y con relación a un futuro que empieza todos los días. Lo grave es que la única certeza que tiene el ciudadano común es que las cosas caminan hacia peor y se hace general aquello de “sálvese quien pueda y como pueda”. El peligro es tremendo. La necesidad de sobrevivir genera una cierta anarquía presente hasta en algunos sectores del oficialismo. Puede pasar cualquier cosa, pero lo peor sería que no pase nada y la destrucción avanza.
Todo ello nos permite afirmar que llega una peligrosa tormenta. Rayos y centellas están a la vista y la velocidad con la que avanza dejará como tierra arrasada a buena parte del país. Esto sólo podrá evitarse provocando, en el menor tiempo posible, el cese de la usurpación. Es decir, la salida de Nicolás Maduro y del combo que lo acompaña. Esto provocaría la designación de un gobierno transitorio que reformule la vida nacional y garantice unas elecciones limpias de aceptación universal. Este fue el esquema planteado por la Asamblea Nacional Legítima desde el inicio de su gestión. Estos tres pasos fueron asumidos por todos los verdaderos demócratas y han sido ratificados por la respuesta popular a la Consulta realizada en diciembre pasado. Allí está la verdadera voluntad de un pueblo depositario de la soberanía nacional.
Pero llegó la hora de la acción. Tenemos diagnósticos brillantes sobre lo que sucede. Reuniones a granel, declaraciones y documentos al por mayor que mantienen viva la esperanza e informada a la comunidad internacional. Eso ayuda pero no basta. El trabajo tiene que orientarse hacia una rebelión ciudadana que sea capaz de lograr el objetivo de la liberación nacional a la que aspiramos. El tiempo juega un papel de primera importancia. No podemos darnos el lujo de perderlo.
Todos los sectores opositores tienen que tomar una decisión definitiva con relación a estos temas. No se trata de conservar espacios o de ganar algunos más. Mucho menos de convivir con el régimen. Quienes mantengan esa tónica, al tirar la toalla dejan de ser opositores y se convierten en aliados circunstanciales o definitivos de la dictadura. Las caretas están cayendo aceleradamente. El electoralismo agudo de algunos grupos y personalidades es señal inequívoca de sus intenciones al ubicarse dentro de la estrategia de la dictadura. Ojalá y reconsideren cuanto están haciendo y rectifiquen. En ese mundo hay de todo. Buenos, regulares y malos. Es hora de definiciones.
Mantengamos viva la esperanza. La tormenta que se avecina será definitiva. La lucha se hará más dura, pero venceremos.
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