Se anuncia desde el poder un pronto reinicio de clases presenciales en la educación venezolana. Un paso tan importante debe estar precedido y acompañado por lineamientos y medidas concretas de bioseguridad indispensables con respaldo presupuestario que las haga trascender al saludo a la bandera.
La pandemia tiene secuelas muy serias, también en lo educativo y las clases a distancia tropiezan con inconvenientes como las fallas en el servicio de Internet. Según el índice mundial Speedtest Venezuela ocupa el lugar 166 de 175 países estudiados. Se realiza principalmente por celulares con señal inestable, su penetración alcanza apenas al 43% de la población, pero sólo un 45% de los docentes cuenta con teléfono inteligente y nueve de cada diez no está suficientemente capacitado tecnológicamente para adaptar los contenidos a plataformas digitales.
Un informe reciente de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales pone de relieve esta grave brecha digital cuya incidencia en la brecha social al empeorar la desigualdad no se puede subestimar, porque la profundidad y la amplitud de nuestra crisis antecede al Covid 19 e incluso a cualquier medida de gobiernos extranjeros influyente en y a su vez influida por un cuadro nacional que agobia aquí y escandaliza afuera.
Entre 2014 y 2019 el PIB venezolano se redujo a una cuarta parte de lo que era, lo cual explica un empobrecimiento extendido a todos los sectores. Todos los niveles del sistema educativo han sido afectados con, reportan los académicos, decadencia en su calidad, en el programa de alimentación escolar, la infraestructura y la dramática caída en la remuneración al docente. Compárese el sueldo de los maestros en Uruguay y Brasil de mil quinientos dólares al mes con los dos o tres que recibían sus equivalentes venezolanos a fines del año pasado.
Encovi, el estudio que he citado antes, nos dice que antes de la pandemia apenas 28% recibía alimentos a diario. Al cerrarse los planteles “el 28% de los niños menores de 5 años está en riesgo de desnutrición crónica y 21% en desnutrición global”. Tenemos la más alta desnutrición global peso/edad en América del Sur.
No es de extrañar que desde la universidad pueda hacerse cada vez menos para dar respuestas a esas gravísimas demandas sociales, si las casas de estudios superiores públicas, intencionalmente ahogadas, reciben presupuestos que a duras penas cubren el 2% de sus necesidades.