Marayira Chirinos: El Pensamiento Propositivo (Parte 1)

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Nació de un duelo hace casi 9 años. Una situación para muchos completamente adversa que me obligaba a fluir con esa realidad y a diseñar respuestas dentro del poco campo de acción, me hizo sentir lo que hoy denomino la “primera etapa del pensamiento propositivo”. Para entonces, esa forma de vivir no tenía nombre, ni fundamentos teóricos, ni mucho menos una metodología clara, solo acciones que la iban configurando por instinto de sobrevivencia y que iba de la mano de lo que ya empezaba a conocerse en diferentes espacios como inteligencia emocional, a la que sumé la que más necesitaba en ese momento: la inteligencia espiritual, que de alguna manera intentaba darle respuesta a la urgencia de “vivir” a pesar de la muerte.

Todo duelo “duele”, y muchos de los grandes proyectos y aprendizajes nacen del amor o del dolor. Benditos ambos sentimientos, que juntos fueron impulsores de esa filosofía que tenía el poder de desviar todo sentimiento que me debilitara emocionalmente, y me motorizó en la búsqueda de soluciones a los simples problemas cotidianos, que para entonces eran para mí los más importantes del mundo, de mi mundo, de mi pequeño mundo, del que dependían otras almas.

Sin papel en mano, y sin saber lo que estaba gestando inconscientemente, fui creando metodologías que iban desde agendas imaginarias del diarismo propio de una madre viuda con grandes responsabilidades personales y profesionales, hasta el hecho simple de sonreír… ese créanme, era de obligatorio cumplimiento; tanto, que lo considero CLAVE, para avanzar en las premisas básicas del Pensamiento Propositivo.

La búsqueda del propósito implica explorar con curiosidad entre nuestras pasiones lo que nos mueve realmente, dar con esa chispa. No se logra de la noche a la mañana, requiere constancia, repeticiones y una especie de ritual de recalibración permanente. En mi caso no era una justa lo que me lo imponía, era una actitud que yo hacía repetitiva porque notaba, con cierto asombro a ratos, la magia que tenía, las puertas que se abrían, era como si Dios, o alguna otra energía superior, patrocinara ese accionar. Luego entendí que algo así ocurría porque no se trataba de un simple deseo de sentirme a gusto a pesar de las adversidades, era el propósito alcanzado a través de la dificultad.

Una serie de cambios en el camino de la vida seguía impidiendo que me sentara a dar forma, a buscar referentes, a contemplar nombres, a diseñar estrategias, y a lo que hoy hago con especial devoción: presentar desde varios formatos el Pensamiento Propositivo.

Viene de propósito, viene de propuestas, viene de pasión, viene de soluciones; es una escuela de pensamiento que se inscribe en la nueva reingeniería humana. Ya configurada y articulada con otras áreas del conocimiento humano, tan firme en sus raíces y flexible en su andar como el bambú, con matices que lo hacen adaptar a cualquier situación y circunstancia, tan ligero y amable como los lentes que nos dejan ver el abanico de posibilidades reales de solución frente a la multiplicidad de problemas.

Para la comprensión del pensamiento propositivo los modelos referentes son de gran ayuda, las diferentes concepciones en torno a un ideal de la felicidad se hacen necesarias siempre y cuando conduzcan al perfecto equilibrio emocional no solo del individuo, sino de un colectivo. Felicidad comprendida desde la integralidad que trasciende los estados emocionales de alegría y satisfacción. Es por esa razón que los primeros valores que decidimos analizar al momento de iniciar la segunda etapa del Pensamiento Propositivo fueron la tolerancia, la reconciliación y el perdón.

Aquí la empatía juega un rol importante y por eso debe ser robustecida en la intención de comprender y atender las emociones ajenas, sobre todo, y con mayor fuerza, si no la compartimos, para poder dar lugar a soluciones que aporten a una de las premisas del pensamiento propositivo que es ganar-ganar.

Conoce mucho más en…

@marayirachirinos – @pensamientopropositivo

 

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