La mujer venezolana ha estado muy presente en nuestros procesos republicanos desde la época misma de la declaración de Independencia; como se pueda y desde el lugar que se pueda, sobre todo, en trances de tiranía, como el presente; solo que ha tenido una presencia de bajo perfil; puesto que, además, nuestra historia es hazañosa; por lo que está escrita por hombres; sin embargo, por mampostería, como se dice, han actuado en una y otra oportunidad; como acaba de suceder con María Corina Machado en su encuentro con la ONU, y donde dejó sentado la precaria situación por la que atravesamos los venezolanos, tomando en cuenta el carácter retrógrado del pensamiento de nuestra clase gobernante, que ha llevado el país a la ruina; con todas las consecuencias que de esta situación se derivan desde el punto de vista de la descomposición social.
Incluso, la propia Iglesia ha hecho un llamado, a propósito de la revelación del informe de la llamada misión determinante, que envió la Comisión de Derechos Humanos de la ONU; donde se describe la situación de violación de los derechos humanos, que ocurre en nuestra Venezuela, sobre todo, a nivel de la persecución a todo aquél que se declare contrario al régimen y, en ese sentido, la Iglesia ha dicho que dicho informe se ha quedado corto; pues si bien es cierto que destaca la circunstancia de esa tiranía que se padece, y que se ejerce con saña, no menos cierto es que también hay que destacar que hay hambre, y que el venezolano común solo come una vez al día; lo que explica el grado de desnutrición de nuestra población; consecuencia, precisamente, de una clase gobernante, que ha dicho: después de mí, el diluvio; de modo que siempre ha jugado a mantenerse, como el equilibrista, en la cuerda floja.
Que es una de las grandes aberraciones, que se presentan cada cierto tiempo en nuestro devenir; que no deja de ser cíclico; teniendo presente que en nuestro inconsciente colectivo todavía perduran algunas taras, de lo que fue nuestro mestizaje; que oscurecen por momentos nuestra conciencia; para llevarnos a cometer locuras; como el de entregarle el país a un aventurero, a partir del llamado voto castigo; como se decía cuando Hugo Chávez fue electo; aun cuando hubo más de una advertencia, en el sentido de que más de uno sí dijo que votar por Chávez era entregarle el país a unos delincuentes.
Ahora, cuando el venezolano dice a cada instante: éramos felices, y no lo sabíamos, se da cuenta de que al ejercer el sufragio de ese modo, tocaba lo irracional; tenía un concepto muy equivocado de la realidad, que se negaba a ver, y era que los gobiernos, que habían antecedido al que Chávez iba a asumir, habían descubierto el origen de nuestros desequilibrios macroeconómicos, y, en ese sentido, la situación económica del país comenzaba a estabilizarse; sobre todo, a partir del plan de gobierno que había arrancado, con la llamada Agenda Venezuela, puesto en marcha bajo la segunda presidencia de Rafael Caldera; incluido allí el proceso de Apertura Petrolera, y entonces, llegó el comandante Chávez y mandó a parar; son los momentos, como diría Mariano Picón Salas, en que nuestra historia adquiere color bizarro y epiléptico impulso.
De hecho, hubo aquél que se alarmó una vez que Chávez se juramenta con aquella soberbia, propia de un malandro, que no tiene idea, de lo que son las instituciones, ante “una moribunda Constitución”; luego, camino a Miraflores, a hacerse cargo de nuestro palacio de gobierno, golpeaba el puño contra la palma de su mano; en señal de que el pueblo se hacía justicia, y él era el pueblo; una atribución que todo demagogo desde la época misma de Robespierre en aquella Francia, que se conoció como la “época del Terror”, ha venido adoptando a lo largo de la historia de los Estados republicanos; que han caracterizado la estructura de poder contemporáneo. Por supuesto, una mente infantil, y que había sido beneficiada por un pueblo de conciencia inmadura, y que ahora se queja de que éramos felices y no lo sabíamos; aunque ya esa es otra historia.
El hecho es que ha sido una realidad que ha pintado Machado, a partir de la precaria situación que vive nuestra población, y la que es víctima, no sólo de la emergencia socioeconómica, en la que se debate a lo largo y ancho del país: hambre, insalubridad, malestar, infelicidad, inseguridad; todos los jinetes del Apocalipsis juntos sobre la realidad venezolana; sino también hacia donde ha tenido que emigrar; de forma que uno ve, como en el caso del Perú, que el venezolano ha venido como a suscitar una especie de fobia, una xenofobia; llegando al extremo de que un oriundo de este país; de padres peruanos, pero nacido, criado y educado aquí en Venezuela, hace campaña a partir de esa xenofobia; que ya también esa es otra historia. El hecho es que la intervención de Machado fue celebrada por el llamado “bravo pueblo”, y que resultó conmovedora; porque se trata de la manifestación de ese pueblo, que se siente impotente ante una realidad, que le resulta invulnerable; sobre todo, porque está ante un Estado policial; que es el que se ha configurado después de aquel nefasto 11 de abril de 2002; hecho que entonces dio lugar a que Chávez pregonara a cada instante, que a partir de allí dejaba de ser soquete, y entonces se buscó el protectorado de Fidel Castro y quien, por vía de los rusos, también había estructurado un Estado policial, a la manera soviética, y no se olvide que la tiranía nazi se inspira en el régimen que monta Lenin; aparte de que también tenemos en ese caldo una presencia rusa, iraní y china. ¿Quién puede contra un Estado así?
Por supuesto, el oficialismo no deja de acusar de apátrida todas las posiciones asumidas por Machado: como reza el Evangelio, mientras ve la paja en el ojo ajeno, no ve la viga en el suyo.
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