Brasil ya cuenta sus muertos de 100.000 en 100.000. Cuando llegó a los 100.000, la población sabía que llegaría a los 200.000. Cuando llegó a los 200.000, estaba segura de que llegaría a los 300.000. Con una media diaria de casi 1.900 muertes, este número de víctimas se alcanzará antes de que termine marzo. Y entonces los brasileños esperarán a que lleguen los 400.000. Es como si hubiera un marcador cuyos números no paran de aumentar ante los ojos de un pueblo paralizado: la mayoría por impotencia, una minoría por fanatismo. Jair Bolsonaro controla ese marcador. Rechazó vacunas cuando se las ofrecieron y sigue condenando el uso de mascarilla y ordenando a la población que salga a la calle a trabajar. Uno de sus hijos, diputado federal, dijo recientemente que la gente “se metiera la mascarilla por el culo”.
Brasil se ha convertido en un productor de imágenes de horror. Tras las decenas de tumbas abiertas, llegaron las escenas de pacientes que morían asfixiados por falta de oxígeno. Luego las de personas atadas a la cama del hospital porque estaban intubadas, pero no había sedantes. Las más recientes muestran a familiares haciendo cola para registrar a sus muertos de covid-19. El mundo puede quedarse observando la tragedia de Brasil, como ya ha hecho antes y como hace con tantas otras. La diferencia es que, si se limita a mirar, corre el riesgo de convertirse en Brasil. Cuando un país de casi 213 millones de habitantes amenaza con convertirse en un invernadero de nuevas cepas del coronavirus, nadie está a salvo, por muy lejos que esté. Con potencial para destruir los esfuerzos de vacunación de otros países, Brasil se perfila como la mayor amenaza para el control mundial de la pandemia.
El riesgo es aún mayor. Bolsonaro está destruyendo la Amazonia a gran velocidad. Una investigación reciente, apoyada por la National Geographic Society, ha analizado el impacto acumulativo de varios procesos de degradación. La conclusión de más de 30 científicos sugiere que la selva, ya muy dañada, quizás esté contribuyendo al sobrecalentamiento global. En otras palabras: la Amazonia está tan corrompida que empieza a dejar de ser parte de la solución para ser parte del problema.
La única salida es detener inmediatamente la deforestación, no construir más hidroeléctricas y reforestar la Amazonia. Bolsonaro estimula y hace exactamente lo contrario. Como la selva es también uno de los mayores depósitos de virus del mundo, su destrucción podría provocar nuevas pandemias. Bolsonaro no solo amenaza el control de la actual crisis sanitaria mundial, sino que contribuye activamente a generar la siguiente. Gran defensor de armar a la población, el presidente de Brasil se ha convertido en un arma biológica que apunta al mundo.
Traducción de Meritxell Almarza