Permítame decirle, buen amigo.
Siendo usted ministro y estando yo de paseo en la laguna de la Arestinga, en Margarita, por azar, pude hablarle personalmente. Desde la mesa ocupada por usted, nos saludó, a mi compañera y a mi, con afecto, buen ànimo y empatamos una breve y cordial charla. Aquel gesto suyo, de dirigirse a dos personas humildes y desconocidas, nada habitual entre quienes estàn a los niveles que Ud. entonces ostentaba, creo que Ministro de Finanzas de Chàvez, nos causò una bella impresión, eso al margen de la posición polìtica de mi compañera y mìa, militantes de la izquierda de toda la vida.
Hay muchas cosas que nos han unido y nos unen. Mucho de lo que usted piensa y defiende està en el campo de nuestro interès, objetivo y en la plaza por defender, sin que este signifique no tengamos diferencias en lo inmediato, conducta y relaciones.
Creo, y eso predico entre amigos, intentando iniciar algo que, desde el campo de lo que llamamos la izquierda, es necesario hacer, una revisión de la coyuntura mundial y venezolana, reacomodar nuestro discurso y elaborar un proyecto amplio que se inserte en la idea de buscar y promover cambios sustanciales en el modelo, dada la profundidad de la crisis del capitalismo y los que dentro de él se vienen produciendo, sin que parecièramos percatarnos. Seguimos dando cabezazos en base a los viejos manuales y esto lo hacemos hasta quienes decimos haber roto con la ortodoxia.
Me motivó a decir las pendejadas que ya dije, y perdona la expresiòn, la lectura de su trabajo en aporrea, titulado “Venezuela: el sonido del silencio de las vìctimas o la coartada antimperialista de los victimarios”, en el cual dice: “Asì, el antiimperialismo se convierte en la retòrica de turno que intenta expiar sus responsabilidades en la devastaciòn de la repùblica”.
Resulta que, en mi trabajo, tambièn inserto en Aporrea, titulado “Vladimir Acosta: El monstruo se maquilla” y nosotros oscilamos entre el perecer o la evasiòn”, sostuve “Estamos siendo chantajeados o por lo menos eso se intenta, con lo del imperialismo”.
Hay como una visión acartonada, acomodaticia, teatral, según la cual, los problemas de la gente poco interés tienen; menos los persistentes errores, omisiones, inhibiciones del gobierno en el manejo de la política en toda su gama, ante la definición formal de antiimperialismo del mismo. Es como si gritar, como cuando eso hacíamos siendo chamos, ¡abajo el imperialismo! fuese suficiente para merecer el respaldo incondicional de todos aquellos que asumimos como valedera esa concepción estratégica.
No sé si estoy en lo cierto o es mi deseo, pero creo que mi amigo Vladimir Acosta -me guío por los antecedentes – está en la actitud contraria al uso de la bandera del antiimperialismo para evitar confrontaciones que se cree innecesarias, por eso, percibo en él, aunque de manera discreta, la misma advertencia que usted y yo hacemos de manera frontal.
Lo que sí sé, es que, en el campo de la izquierda, por lo menos eso que solemos llamar la vanguardia, crece el descontento, el distanciamiento y el nùmero de hombres que perciben con claridad lo que acontece. Aunque algunos números también parecen rebelar que la base de apoyo popular del gobierno tiende a descender sustancialmente.
Es asunto, es el reto, como el de hace muchos años, de encontrar las palabras, los caminos, deslastrándonos de los simplismos y de toda aquella inútil ortodoxia y retórica acartonada, según la cual cambiar la sociedad es como armar un lego y disponer de unos pocos y heroicos soldaditos barbudos con signos de paludismo.
El cambio de un modelo de sociedad a otro, definitivamente, segùn mis convicciones, nada tiene que ver con aquello que Jhon Reed, narrò en “Los diez dìas que cambiaron al mundo”, como que se trata de de tomar el poder, contar con el respaldo de unos soldados y hasta de una enorme masa humana y empezar a lanzar decretos. La sociedad no cambia si, en toda ella, no maduran las bases, instrumentos y procederes que habrán de darle sustento al futuro, lo que, por no darse, sería como un lanzarse al vacío; no se trata de dejar de hacer, pero tampoco ponerse a madurar cambur con carburo. Pues el cambio, en verdad, no lo harán las leyes ni la fuerza que de ellas y el Estado emanan, sino el trabajo. luchas y las relaciones íntimas y cotidianas de la gente.
Eso sì querido amigo, tampoco se trata de empeñarse en encontrar los aliados para emprender la tarea o mejor continuarla, de cambiar la sociedad por una justa y que produzca felicidad, entre los eternos y naturales contrarios; esos que siempre hemos sabido que lo son. No es verdad que, necesariamente, el enemigo de tu amigo es tu enemigo y viceversa. Hay que ser lo indispensable y necesariamente selectivos, tanto como para tampoco tener en todo aquel que discrepa en detalles, en asuntos de tàctica y hasta estrategia, un contrario irreconciliable y menos echarse de amigo a uno que pudiera en apariencia coincidir con nosotros por el odio o simple distancia particular de sus intereses con quienes uno también se distancia. Es necesario afinar los detalles. Tanto como no caer en la tentaciòn de hacerse amigo y coparticipante en la lucha, de quien es nuestro contrario en lo sustancial, en las contradicciones fundamentales, sólo porque es enemigo de alguien que, por alguna causa, es contrario a lo que pensamos y hacemos.
Saludos y sería buena una respuesta porque podrìamos estar en las instancias para unos encuentros necesarios; la inquietud crece.