El interés de la cumbre que EEUU y China celebrarán en Alaska los días 18 y 19 de marzo se centra en saber si hay o no fundamento para atisbar un relativo deshielo en la relación bilateral.
Un encuentro similar, llevado a cabo en junio del año pasado en Hawái entre Mike Pompeo y Yang Jiechi solo sirvió para reafirmar el bloqueo. Si nos atenemos a lo acontecido en los dos últimos meses, tras la asunción de la Administración Biden, podemos inventariar: se han mantenido los aranceles impuestos por Donald Trump, también las líneas de presión en torno al Mar de China meridional o Taiwán con sus buques de guerra operando con normalidad en la zona, otro tanto podemos decir de la cuestión tecnológica (de hecho, se han impuesto más restricciones a las ventas de componentes a Huawei), lo mismo en materia de derechos humanos (Xinjiang o Hong Kong, especialmente), con avances en una mayor operatividad del QUAD en un contexto de restauración de la salud de las alianzas con vistas a confrontar con China, notoriamente exhibiendo la fortaleza del entendimiento de Washington con algunos vecinos significativos del patio chino…
Por su parte, China ha insistido ante la nueva Administración estadounidense en que debe hacerse un esfuerzo por alcanzar una mayor comprensión de las intenciones políticas y estratégicas del otro, potenciar las áreas de cooperación y desescalar la tensión.
¿Puede intuirse algo ntre líneas? La Casa Blanca ha confirmado la designación de Trump de China como competidor estratégico; no obstante, el énfasis de Biden se diferencia en la articulación de una vigorosa y amplia red con los “países afines” para contrarrestar la influencia de China. Del lado estadounidense, también se ha abandonado el tono estridente de las acusaciones, un cambio en la retórica muy apreciable en el discurso a propósito de la Covid-19, por ejemplo, y que debiera ayudar a una modificación de la atmosfera bilateral.
Del lado chino, a pesar de que el vicepresidente de la Comisión Militar Central y miembro del Buró Político del PCCh, Xu Qiliang, dijo en las recientes “dos sesiones” que debe proseguir la preparación para una posible confrontación con los EEUU, hay evidencias simultáneas de una clara voluntad de rebajar la tensión en aras de la estabilidad. Con el centenario del PCCh en agenda y un XX congreso a las puertas, la estabilidad lo es todo para Xi Jinping, lo cual significa que es momento de concentrarse en la agenda interna y expresar un tono más conciliador y paciente en otras áreas. Ese apaciguamiento, por otra parte, puede ayudar a conjurar el riesgo de que EEUU tenga éxito a la hora de cristalizar una coalición anti-China (para final de año hay prevista una Cumbre para la Democracia en EEUU).
Del diálogo estratégico de Alaska (Anthony Blinken y Jake Sullivan por parte estadounidense y Yang Jiechi y Wang Yi por parte china) debe resultar una elección entre competencia y cooperación, con delimitación de áreas precisas, y sujetando las tensiones más graves a protocolos gestionables. En este cara a cara, el primero de su tipo, la primacía de una cosa u otra dará el tono predominante –no exclusivo- en la relación bilateral.
¿Puede Biden desandar los pasos de su predecesor? A ambas partes les interesa evitar el colapso pero igualmente el pulso seguirá presente. No es previsible -ni lógico- un cambio drástico en Washington, sobre todo teniendo en cuenta que durante la campaña electoral y durante el mandato de Trump, republicanos y demócratas fueron de la mano en este asunto. Aun así, los cambios son previsibles en aquellas áreas donde la colaboración es indispensable y probablemente se potencie (esta posibilidad no existía con Trump en temas importantes como el cambio climático, Irán, la pandemia, etc.). Que haya acuerdos en estos temas puede tener repercusiones positivas en otros ámbitos.
Por otra parte, que Biden apueste por sumar aliados y no conducirse de manera unilateral puede exigirle una mayor atención –y vocación inclusiva- de otros pareceres, y ese es otro factor moderador pues son muchos los países que no quieren tener que elegir entre economía y seguridad, entre China y EEUU. Es igualmente previsible que se moderen las invectivas para el desacoplamiento, de escaso recorrido efectivo a día de hoy, aunque se implementen ajustes en las cadenas industriales globales.
En suma, si bien es probable que nada cambie en el fondo, los matices no deben subestimarse.