Mi muy querido Carlos. Comienzo esta misiva recordando otra vez el golpe de ataúd en tierra, el golpe como del odio de Dios a que alude César Vallejo, ante el desconcierto que trae el dolor y la tristeza cuando perdemos un ser del querer y el amor.
Y en segundo lugar, te planteo mi reclamo por tu incumplimiento del acuerdo o pacto al que habíamos llegado hace un tiempo y según el cual estábamos obligados a discutir para su aprobación o desacuerdo cualquier decisión de marcharse a otra dimensión. Y todavía reciente lo recordamos.
Fue el día en que me dijiste que tenías algunas molestias respiratorias. Entonces te pedí que me mantuvieras informado del progreso o no de ese malestar. Eso no ocurrió. Y me entero de tu estado de salud, de la decisión que has tomado, cuando está materialmente ejecutada, cuando ya no había energía vital.
Pero no te culpo hermano. Te entiendo porque se bien quien eres en ese no querer causar zozobras, evitar dolores. Sin embargo, me queda el sentimiento de que en el proceso final hacia el momento supremo apenas pude estar unos instantes. Y tal vez eso ocurrió así porque sabías bien que ante lo irremediable, era mejor el silencio que todo lo contiene, que esa batalla invisible por tratar de detenerlo.
Por eso decidiste en tu despedida no activar adiós alguno, porque no hay ausencia cuando en el vivir se ha sembrado tanto afecto, expresado con tu bonhomía y sonrisa en alegría, aún en medio de tanta conmoción, tanta herida compartida. Pero este tema de tu ausencia tenemos que postergarlo hasta la fecha en que nos reencontremos.
Y hoy, ya ante tu inalterable decisión, vuelvo a la expresión que tantas veces te escuché: bueno, yo siento que he cumplido con la vida. Y alguna vez te monté la provocación: ¿Qué? ¿Con la vida de conspirador?
Sí, me respondiste he sido un conspirador a lo largo de mi existencia. Un inconforme con muchas cosas de esta sociedad cuadrada y llena de ambiciones, caudillos y demás traficantes de la política. Ese ha sido el signo de nuestra historia y por ello la necesidad de conspirar contra tal designio.
Me opuse a los llamados creadores de la democracia que siempre he considerado de papel, a la dictadura de Pérez Jiménez, a la falsa democracia desde 1959, desde las calles con el intento putchista del 11 de enero de 1960 y desde el Directorio Patriótico Nacional hasta mi propuesta de creación de un Comité de la Pacificación, en tiempos de Caldera, para ver si se lograba ayudar a mis amigos de la izquierda radical, entre ellos los comunistas, que ahora eran mis amigos.
Porque en la cárcel, en contacto con muchos de esos militantes me conseguí con gente de calidad humana y amantes del país. Y eso hizo posible que modificara mis posiciones iniciales y participáramos conjuntamente en planes conspirativos. Hoy tengo íntimos amigos que provienen de esas filas, tú entre ellos.
A comienzo de los 80’ me acerqué a la conspiración del chavismo y de allí salí despavorido, dada la condición de ultrajantes de quienes declaran ahora que adelantan una revolución socialista. Y recuerdo que en la década de los 70’ te dije una y muchas veces que el tal socialismo-comunismo en que estabas metido no tenía ni tiene pegada en este mundo en guerra o en ésta ni en ninguna Venezuela.
Y cuando triunfa esa conspiración infernal, con un apoyo político, económico, mediático y de la mayor parte de una sociedad muy golpeada y confundida, sentí que me había convertido en una especie de conspirador en receso por no lograr acompañantes para el ejercicio del oficio por aquello de la dispersión de las oposiciones como tú las nombras, y por la complicidad de muchos grupos colocados al lado de las sombras de la dictadura, ahora con el mote de ‘socialista’, en busca de beneficios en la política de la burocracia y la putrefacción.
Sí Carlos, amigo, hermano, cumpliste con la vida. Luchaste de manera persistente por la construcción de un mundo, por una Venezuela diferente. Y dejaste una huella significativa que, aun partiendo desde una posición de derecha no dogmática, pudiste avanzar hacia planos de luchas donde coincidieras con otras formas de pensar, otras posturas ideológicas y políticas, pero con objetivos comunes.
Y fue allí donde nos encontramos, donde hemos estado por más de medio siglo, sin que nada nos pudiera separar. Por ello puedo dar testimonio sobre tu inmensa condición de humanidad y valores de gente de firmeza y porvenir.
Carlos, amigo, hermano. Hoy podemos comprobar, a propósito de tu partida no acordada, que nuestros decires de ver la ausencia como algo natural e inevitable, que debe considerarse y vivirse más allá del dolor y el destrozo humano-espiritual, es una mentira.
Tú decides irte por tu cuenta para evitar el desgarramiento de los otros y el que corresponde a tu persona. Sin embargo, no lograste tu propósito. Nuestro destrozo es inmenso y es una huella en el camino que sabemos ya convertida en nuestro Carlos acompañante.
Carlos, amigo, hermano. Hoy vas a la tierra, a los mares y cielos, a la mayor dimensión del infinito a reunirte con tu Carlitos y con muchos otros seres queridos, con tus íntimos amigos, para organizar las próximas luchas conspirativas y continuar la contienda por la vida.
Y para cumplir con esta tarea hoy haces permanente la formación para la que te venías preparando no sólo como lector inigualable y una memoria y capacidad interpretativa sin vacíos, sino también desde la posición del ajetreo político y humano que juzgabas indispensable para ayudar a crear conciencia mientras solidificabas la propia.
Allá te encontrarás con el hijo de todas las almas, con centenares de amigos en correspondencia con lo que fuiste y seguirás siendo: un cultivador permanente de la amistad íntima y comprometida.
Y en la pequeña escena del compartir entre amigos y militantes de la más próxima hermandad, nos manteníamos tú y mi persona, luego de ver partir amigos muy cercanos. Y me toca ahora seguir en el andar con la compañía de ustedes para cumplir con los acordes de la lucha que debe proseguir.
Si, Carlos amigo, hermano. Te fuiste antes de tu tiempo. Nos faltaban aún muchas tareas por cumplir. Quedó pendiente desarrollar y multiplicar aquellas conversas en las cuales bastaba que yo mencionara un nombre, un instante, un suceso de esta desgarrada historia, para que tú me señalaras los enlaces invisibles, las filiaciones impensables.
Nos quedó por establecer las tramas de las fuerzas armadas donde empezaste tu formación castrense de la que nunca te separaste. Y eso a pesar de la condena que te hiciera el mando de una institución que cada vez se alejaba en mayor medida de los intereses, visiones populares e hilos que ataban y desataban una sociedad que ha perdido una dirección que ya no va hacia la vida sino a todas las formas y espacios de la muerte.
Entiende Carlos, que por encima de todo esto, sigo manteniendo que nos sorprendiste, y en particular a esa tu Magaly del encanto, entrega y amor, con tu acelerado proceder y presentar la situación del adiós inmodificable.
Creo que en esto actuó tu empeño de no dejar que nada detuviera tu vivir de horizontes de creación y porvenir, para llevarlo también al espacio vertical para que crezca y ascienda hasta los infinitos, la esperanza que jamás perdiste y ese tu querer fiero y altivo, del hermano entrañable que no despedimos porque no podemos admitir que puedas irte y dejarnos en los territorios del olvido.
Carlos, amigo hermano, sabemos que haces tu tránsito con convencimiento, alegría y decisión. Tienes conciencia de que vas a otra dimensión a cumplir tareas de lucha, creación y amor por la humanidad que tendrá que ser. Y sabemos, por conocer tú temple, que proseguirás decididamente en el orbe de tus pasos para el advenimiento de otros tiempos, circunstancias y alegrías.
Mientras, aquí quedamos guindados en una lágrima que no sabemos dónde ni cómo podríamos esconder.
¡Y no olvides, Carlos nuestro, amigo, hermano, maestro de la vida en amistad pura, sincera y profunda que te hemos querido, que te queremos y que por siempre te vamos a querer mucho, mucho, muchísimo!
Palabras de Agustín Blanco Muñoz en el Cementerio del Este, en el sepelio del amigo y hermano Carlos Savelli Maldonado, el día 16 de marzo del 2021.