Lluís Bassets: Bloque contra bloque

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Empieza una nueva partida. Los jugadores desplazan sus fichas en rápidos y agresivos movimientos. Es un nuevo juego, muy especial. No se conoce el reglamento, ni siquiera quiénes son los jugadores. Serán las primeras jugadas las que lo definirán y construirán sus reglas.

Se impone la memoria fresca del mundo bipolar, cuando eran solo dos, Estados Unidos y la Unión Soviética, los que se repartían las áreas de influencia y ponían dificultades a los jugadores menores, atareados en buscar los márgenes para jugar por su cuenta. Había pocas transacciones y los envites eran a todo o nada, de suma cero: lo que uno ganaba lo perdía el otro.

Un equilibrio entre los dos polos era lo que aseguraba la estabilidad, no la negociación y el pacto. Se conseguía por la disuasión, que era nuclear: la siniestra doctrina de la destrucción mutua asegurada permitía dormir tranquilos a los dirigentes de ambos bloques.

No hemos alcanzado todavía un grado tal de definición estratégica, pero es la dirección que señalan las sucesivas jugadas que hemos visto: Josep Borrell, humillado en Moscú por Lavrov; Putin, considerado como un asesino por Biden; sanciones europeas contra dirigentes chinos y represalias chinas contra personalidades europeas; bronca entre diplomáticos chinos y estadounidenses en la cumbre de Anchorage; estrechamiento de relaciones entre Moscú y Pekín y entre Washington y Bruselas, alineados en un cuadrilátero inquietante.

Es una escalada que no sabemos a dónde conduce. Estados Unidos y Europa han protagonizado una apertura idealista, en la que han exhibido valores y principios frente a quienes los vulneran. La respuesta cínica y previsible de Rusia y China ha señalado los intereses y subrayado las debilidades. Ambos han perdido el respeto y la consideración a europeos y estadounidenses.

China se siente fuerte, como superpotencia en ascenso, y se burla del declive sin remedio del adversario. Saca partido de Trump: la torpe gestión de la pandemia, el deterioro de la democracia, la violencia en el Capitolio, la desconsideración divisiva hacia sus aliados y los efectos tóxicos de sus mensajes sinofóbicos en la seguridad de la población asiático-americana. Era lo que faltaba para reproducir un clima irrespirable como el de la Guerra Fría.

Conocemos la regla china. No se trata de copiar los imperialismos que hemos conocido, sino de inventar uno nuevo, el de una globalidad sinocéntrica. Pero todavía no sabemos, en cambio, si Washington y Bruselas están en disposición de envidar juntos e incluso idear una estrategia.

La jugada crucial para Joe Biden es de orden doméstico. Si supera rápidamente la pandemia, reconstruye la economía, restablece el prestigio de su democracia y recupera el consenso con los aliados, podrá avanzar en el juego y en la organización de sus reglas. En caso contrario, será Xi Jinping quién ganará la partida.

 

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