Netflix ha decidido alertar a todos sus usuarios sobre el contenido que se disponen a ver antes de que comience. Un poco antes de que se inicie cualquier serie, la plataforma lanza sus warnings. Por ejemplo, en el caso de la serie machista Los Bridgerton las alarmas son: Sexo, desnudez y violencia sexual. El solo hecho de escribir estas tres palabras una detrás de la otra es ya significativo. ¿Acaso el cuerpo humano desnudo puede herir alguna sensibilidad? ¿Debemos estar prevenidos para contemplar una escena de sexo? ¿Son la desnudez o el sexo comparables con la violencia sexual?
Otras de las alertas favoritas y repetidas hasta la saciedad en la plataforma son droga y sustancias tóxicas, miedo o angustia, autolesiones y suicidio. Estos temas son los que parecen determinar la edad recomendada del catálogo así como el tipo de espectadores a los que se ofrece. Por un lado, a poco que uno use la plataforma llegará a una conclusión sencilla. Lo que más triunfa (observen las tendencias) es el contenido que contiene todas estas etiquetas. Así que a base de repetir series de éxito con los mismos tags, podremos terminar convencidos de que nos gusta mucho la desnudez, el sexo, la violencia sexual, las drogas, la angustia, las autolesiones o el suicido. Así, cuando aparezca la advertencia violencia sexual, algún espectador podría pensar. ¡Bien! ¡Justo lo que me mola!
Puestos a poner etiquetas, a mí me gustaría que tuvieran alguna relación con el contenido que me dispongo a ver. Por ejemplo: machismo, racismo, violencia de género, populismo, explotación sexual, pederastia, violaciones, sacrificios humanos, edadismo, guerras propiciadas por Estados Unidos, incitación a la anorexia… Si así fuera, podría recomendar a mis hijas no ver series machistas, por ejemplo, que representan casi la totalidad del inventario infantil. Pero claro, nadie nos previene de eso. Lo importante es saber que no va a salir una teta, un culo o un pene. El juicio del espectador se da por perdido y en casos de extremo rigor se apela al de cada uno. Las plataformas no tienen ningún juicio de valor sobre lo que emiten pero sí una sofisticada relación con los prejuicios del espectador. Es por esos prejuicios por los que escribe: drogas, sexo, desnudez. No vaya a ser.
Si las etiquetas estuvieran bien puestas entonces sabríamos que nos gusta mucho ver violencia sexual contra las mujeres que es el nombre completo de la etiqueta violencia sexual. Este tag es el que aplica cuando se viola mujeres o adolescentes, cuando se las sodomiza o aparecen asesinadas en alguna serie policiaca donde existe una preferencia obsesiva por violar jóvenes y matarlas después. La agresión sexual contra las mujeres es de hecho un must de la ficción contemporánea. A los hombres apenas se los violenta sexualmente en la ficción, como también son mucho menos agredidos en la vida real. Si un espectador se encontrara con que sus series preferidas alertan de violencia sexual contra las mujeres, podría llegar a preocuparse por el asunto. Pero se recurre al eufemismo de violencia sexual que alude al prejuicio antes que al juicio. Como si aludiera a la intensidad de las relaciones que vamos a contemplar, como si los amantes fueran a romper la cama de pura intensidad.
Esta tendencia es especialmente incómoda cuando se ofrecen series con una ideología muy concreta. Como si nos ofrecieran una serie racista con la etiqueta desnudez como única advertencia. Justo eso sucede de una forma peligrosa con la serie Los Bridgerton. Esta ficción es machista en todo su sentido y manifestaciones. Tan machista como en su día lo fue 50 sombras de Grey, por ejemplo. Un relato que venía a contarnos una vez más que a las mujeres nos gusta que nos peguen y nos violen. Pero en este caso con la ambivalencia del sí quiero por parte de la protagonista. Muy freudiano todo.
En Los Bridgerton, que ha estado semanas entre lo más visto de Netflix en España, se ofrece un folletín romántico de época para un público contemporáneo donde se subrayan (y celebran) los roles patriarcales que tradicionalmente se asocian al cuerpo de las mujeres. Así, su identidad se debe articular en torno a su honor sexual, que se construye a partir de la virginidad. Su sexualidad marcará su destino y deberá ir cosida a un desconocimiento profundo de su cuerpo y hasta de sus deseos. Esto la hará más deseable y más feliz cuando el amor verdadero, un hombre sexualmente poderoso y dispuesto a enseñarla todo lo que no sabe, la haga suya. Los hombres de la serie son activos en todas sus manifestaciones (cazan, se baten en duelo, viajan, van a la guerra) y ellas por supuesto son pasivas en todo momento y tienen dos únicos objetivos en la vida: enamorarse y reproducirse. La serie acaba bien porque la prota se libera y consigue robar el semen a su marido y hasta convencerle de hacerle un hijo. Advertencia: Desnudez, sexo, violencia sexual.
La idea de millones de espectadores capaces de consumir compulsivamente contenidos sin sentido crítico o interpretativo sobre lo que están viendo se ha convertido en una necesidad de mercado y en una forma de construir la mirada cada vez menos crítica. Así, muy pronto las plataformas alertarán: ratas, arañas, aviones, contaminación, gordos o fealdad. No vaya a ser que alguien se tope con un fotograma que incomode su mirada. Agredir la dignidad o la inteligencia de las personas no parece una ofensa relevante. Parece puritano o extremo pretender que una plataforma alerte sobre el contenido machista o racista que emite, pero nadie se extraña de que la santa inquisición de Netflix nos avise de que hay desnudez a la vista. Al final todo nos lleva al mismo warning: imprescindible una educación crítica antes de darle al play.