Juan Antonio Sacaluga: Israel la votación interminable

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Las cuartas elecciones generales israelíes en dos años no han arrojado una mayoría suficiente para garantizar un gobierno mínimamente estable. Se habla abiertamente ya de las quintas elecciones antes del verano. Una inestabilidad sin precedentes.

El sistema electoral proporcional puro y la atomización del espectro político explican este bloqueo. Pero habría que añadir el de la versión local de la polarización: partidarios y adversarios de Netanyahu, el primer ministro desde 2009 (y líder más longevo de Israel, si se cuenta un primer periodo de gobierno en los años noventa).

King Bibi, como se le conoce coloquialmente, ha secuestrado la democracia israelí. Todo, o casi todo, gira en torno a su figura. A sus intereses personales, más que a su proyecto político. Su designio consiste ya en escapar al triple proceso judicial abierto contra él por corrupción, malversación de fondos y abuso de confianza. La clase política se divide entre quienes creen que el primer ministro debe ser sometido a la justicia, sin privilegios ni salvaguardas, y quienes pretenden defenderlo por convicción o por conveniencia.

Hace una década larga, Netanyahu se convirtió en el líder de una derecha nacionalista decidida a cuestionar primero y enterrar más tarde el proceso de paz con los palestinos, estimular la colonización de los territorios ocupados e imprimir un giro conservador y tradicionalista en la sociedad israelí. La usura del poder y su indisimulada ambición le han llevado a pertrecharse contra cualquier intento de alternativa (1). Netanyahu ha sustituido la visión por la maniobra permanente, el proyecto por el oportunismo. Las instituciones son cada vez más serviles y ahora se atenta contra la judicatura. Un caso comparable al de Hungría y Polonia, según analistas críticos o Samy Cohen, politólogo judío residente en Francia (2).

Unos resultados no concluyentes

Los resultados del 23 de marzo no han resuelto el atolladero. El partido de Bibi, el Likud, ha obtenido 30 de los 120 diputados de la Knesset (Parlamento); es decir, la mitad menos uno de los que necesita para gobernar con mayoría (61). A partir de aquí comienzan las cuentas. En la columna de potenciales aliados figuran los habituales de los últimos años: los diputados ultraortodoxos sefardíes del Shas (9) y los askenazíes de Unión en la Torá (7). Eso hacen 46. En cualquier lugar, lo más natural sería el pacto con los afines. No en Israel.

La ultraderecha nacionalista se divide en dos partidos, Israel Beitenu (Nuestra casa Israel), de Avigdor Libermann, que concentra gran parte del voto de los inmigrantes rusos y de Europa oriental); y Yamina, una coalición dirigida por Naftalí Bennet, que aglutina a dirigentes que han roto agriamente con Netanyahu. Cada uno de ellos tiene 7 diputados.

Liebermann mantiene su abierta hostilidad hacia los ultraortodoxos por el asunto de la exención del servicio militar (que Netanyahu les otorgó como precio a su apoyo); por tanto,  su apoyo es muy dudoso. Bennet ha conseguido unificar a esa derecha que quiere jubilar cuanto antes a Netanyahu. En ese empeño se han malogrado numerosas figuras, y Bibi sigue reinando.

Otro dirigente que se separó esta legislatura del Likud para construir una alternativa a Netanyahu fue el exministro de Educación (antes, de Interior), Gideon Sa’ar. Su partido, New Hope (Nueva Esperanza) apenas ha conseguido 6 escaños. Nada desdeñable, pero insuficiente para proclamarse como garante de una regeneración interna en la derecha nacionalista. Por lo demás, su proyecto sólo difiere del de Netanyahu en lo táctico, no en lo estratégico, como se pone de manifiesto en una entrevista concedida a un think-tank norteamericano (3).

Pacto con Dios y con el diablo

Netanyahu puede pescar en el extremismo religioso sionista. Conviene aclarar que los judíos practicantes celosos y políticamente activos se dividen, básicamente, en sionistas y ultraortodoxos (antisionistas). Estos últimos, los haredim (temerosos de Dios) se opusieron al Estado de Israel como proyecto político, por considerar que no hay más autoridad que Dios. Más tarde, algunos adoptaron el pragmatismo: puesto que el Estado sionista era una realidad duradera, se organizaron políticamente para extraer ventajas de él, tanto en la comunidad sefardí (de origen oriental) como en la ashkenazí (occidental).

Los religiosos sionistas, defensores del Estado de Israel con convicción plena, han ido adoptando posiciones más extremas. Han aprovechado sus votos en la Knesset para sacarle concesiones a Netanyahu, como el resto de miniformaciones conservadoras.  En esta ocasión, el propio primer ministro, sabedor de que tendría que contar cada voto para seguir en el puesto, alentó la unificación de distintas corrientes en una coalición que agruparía a un sector de  Tkuma (Resurrección) y Oztma Yehudit (Hogar Judío), dos formaciones con abiertas posiciones racistas, partidarias de la expulsión de los palestinos de los territorios bíblicos de Judea y Samaria (Cisjordania). La segunda es heredera del grupúsculo terrorista fundado por el desaparecido rabino Meir Kahane. Netanyahu espera contar con sus 6 diputados.

En esta lucha desesperada por mantenerse en el sillón e intentar escapar al castigo de la justicia, Netanyahu parece dispuesto “aliarse con el diablo”. O con  diablos distintos y hasta opuestos a los anteriores, en este caso los islamistas árabes israelíes de Ra’am. Les ha cortejado abiertamente (4). En las elecciones anteriores este grupo minoritario acudió a las urnas con el resto de formaciones árabes en la Lista Conjunta. Bibi ha hecho penitencia con esta minoría, después de haberla ninguneado o faltado al respeto, como cuando en 2015 alertó a sus bases de que los árabes “iban a votar en manada”. Una alianza del Likud con Ra’am es totalmente antinatural. Pero ese es el signo de los tiempos.

Impotencia del centro y la izquierda

En la oposición, las opciones no son mejores. El ensayo centrista (en realidad, centro-derechista) de Kajol Lavan (Azul y Blanco), llamado el partido de los generales por el origen de sus líderes, ha sido un fiasco más. Su líder, Benny Gantz, es ya otra víctima más del astuto Bibi. Para no repetir elecciones, se avino a un pacto fáustico, que consistía en la habitual fórmula de gobierno de coalición con la permuta del puesto de primer ministro a mitad de mandato. Antes de que le tocara el turno, Netanyahu orquestó una disputa sobre el proyecto presupuestario y, después de asegurarse que el caos del Covid-19 se había resuelto con una eficaz campaña de vacunación, forzó la ruptura del acuerdo de gobierno y, por tanto, las nuevas elecciones.  Kajol Lavan se rompió. De los 33 diputados de hace un año ha pasado a 8. Uno de los socios, Yesh Atid (Hay futuro), liberal, liderado por Yaid Lapid, una popular figura mediática, ha mantenido gran parte del capital político centrista, al conseguir 17 diputados.

El socialismo democrático casi ha duplicado su fuerza parlamentaria. El laborismo, otrora pilar fundamental del proyecto sionista, se ha recuperado, después de estar a punto de precipitarse en la irrelevancia política, tras una larga y penosa decadencia (5). Bajo el liderazgo, por primera vez en su historia, de una mujer, Merav MIchaeli, los laboristas han duplicado su representación (pasan de 4 a 7 diputados), en alianza de nuevo con el pequeño partido liberal Gesher (Puente). A su izquierda, Merev (Vigor) ha logrado un buen resultado al meter a seis de los suyos (tres más que ahora) en la Knesset. En cuanto a los árabes, la Lista Conjunta contará con 6 diputados, al restarse los 4 islamistas.

Así las cosas, el campo pro-Netanyahu podría tener 52 diputados seguros: 30 del Likud, 16 de dos los partidos ultraortodoxos y 6 de los religiosos sionistas extremistas. Le faltarían nueve para la mayoría. El heterogéneo bando contrario sumaría 48: 17 de Yeish Atid, 8 de Azul y Blanco, 6 de New Hope, 7 Laboristas, 6 del Meretz y 4 de la Lista conjunta árabe. Los dudosos son 18: 7 de Israel Beitenu y otros 7 de Yasmina, y 4 de los islamistas.

Los cálculos para cerrar las alianzas no tendrán que ver con la coherencia ideológica o programática. El factor decisivo será la actitud ante el futuro de Netanyahu: supervivencia u ostracismo. Si no hay veredicto concluyente, habrá quintas elecciones. Un ciclo sin final.

Notas

(1) “For or against Netanyahu, Israelis can’t quit him”. LAHAV HARKOV. THE JERUSALEM POST, 22 de marzo.

(2) “On the verge of an illiberal democracy”. ALON PINKAS. HAARETZ, 22 de marzo; “En Isräel, l’era Netanyahu n’est pas sans rappeler celle Viktor Orban en Hongrie”. SAMY COHEN. LE MONDE, 24 de marzo.

(3) “New leadership in Israel: a conversation with Gideon Saar”. ROBERT SATLOFF. THE WASHINGTON INSTITUTE, 10 de febrero.

(4) “Israel round four: new and old dynamics”. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 9 de febrero.

(5) “How Liberals lost in Israel”. YEHUDA MIRSKY. FOREIGN POLICY, 25 de marzo.

 

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