Como les contaba en la columna anterior, algo en este planeta tomó por asalto a los elementos fundamentales que nacen en las estrellas y los transformó en vida. Con ello cambió cada roca y cada átomo conocido, y su presencia por 4,000 millones de años en este, nuestro planeta azul. Los combustibles que ahora usamos como fuente de energía son producto de esa vida ancestral que cambió al planeta, así que cuando quemamos carbón mineral o usamos gasolina, estamos rompiendo enlaces de carbono que se armaron con la energía del sol hace mucho, mucho tiempo. Es decir, nuestra necia producción de energía fósil constituye un proceso inverso al que la naturaleza, sabiamente, construyó durante siglos.
El texto anterior también habla de cómo la atmósfera cambió a lo largo del tiempo. Hay que comprender que los gases que la componen hoy son diferentes a los que la formaban en otras eras de la tierra, y esa diferencia es producto de la fotosíntesis microbiana que, burbuja por burbuja, fue cambiando el CO2 por oxígeno y nitrógeno. Pero tengamos claro que este es un muy equilibrio frágil. A lo largo de la historia planetaria, las bajas en CO2 han provocado congelaciones globales, y cuando este gas de efecto invernadero es liberado súbitamente, como ha sucedido desde la Revolución Industrial y con mucha mayor intensidad en los últimos años, la consecuencia es el calentamiento global. Nuestra sed de energía fósil ha duplicado la cantidad de CO2 en la atmósfera en 50 años, un instante desde el punto de vista de los procesos biológicos y ya no digamos, geológicos. A este incremento le llamamos cambio climático global y vemos sus consecuencias en todos lados, no solo en los documentales que muestran osos polares famélicos en el polo Norte o gigantescos icebergs separándose de la plataforma de hielo más grande del mundo, llamada Larsen, en el polo Sur; sino en nuestras vidas cotidianas, pues es evidente que el clima es más impredecible, los huracanes más fuertes, y los incendios y las sequías más prolongadas cada año en todo el planeta; ya no digamos el evento más reciente, un vórtice polar que en febrero provocó tormentas invernales que no solo congelaron Madrid, sino que mataron a mucha gente de frío tan al sur como Texas, congelando los gasoductos que abastecen también al norte de México.
Al congelar Texas, este vórtice polar provocó un aumentó de la demanda eléctrica por los requerimientos de calefacción, y en respuesta al mercado, aumentó el precio del gas, insumo básico para la producción de electricidad. El congelamiento de los ductos que lo transportan y de las plantas generadoras, dejó sin luz a millones de usuarios en ese estado y el norte de México. En consecuencia, se alcanzaron precios altísimos que llegaron hasta los 9,000 dólares el MWh el 15 de febrero, volviendo el recurso inalcanzable para las personas de escasos recursos.
Lo que quizás no sepas es por qué se producen los vórtices polares y por qué se están volviendo más comunes. La temperatura de las corrientes marinas regula los vientos dominantes. El viento llamado jetstream, o corriente de chorro, proveniente del Atlántico Norte, es producido por las diferencias de temperatura entre el mar y el aire en la corriente del Golfo, que ha sido descrita como el río más grande del mundo, ya que se origina en África a nivel del ecuador, llega al Orinoco en Brasil y luego sube agua caliente rumbo las costas del Caribe y el golfo de México, antes de bordear a la costa Este de Estados Unidos y dividirse en dos al llegar a Islandia. De ahí, una parte fría se va a Groenlandia y Canadá, y la parte caliente permite que el norte de Europa sea habitable. Además de este tremendo recorrido, lo que hace la corriente del Golfo en su extremo norte es cambiar el agua caliente de la superficie por agua súper fría de las profundidades y de esa manera sube los nutrientes del fondo del mar en el Atlántico Norte. Por lo tanto, esta corriente regula, no solo el clima de varios continentes, sino también la productividad el mar. La corriente del Golfo se estableció hace 3 o 2.5 millones de años, cuando se cerró la comunicación entre el Pacífico y el Atlántico a nivel del ecuador. Al cerrarse el istmo de Panamá cambió la distribución de calor planetario e inició el gran periodo de las glaciaciones del Pleistoceno.
Sin embargo, hoy en día el derretimiento de los hielos del océano Ártico y Groenlandia está cambiando la salinidad y la temperatura de la primera rama de la corriente del Golfo y enfriando de más ésta parte del mar (un fenómeno que el New York Times describe como “cold blob”), cambiando así el comportamiento de los vientos. En consecuencia, el jetstream está debilitado y no puede contener al aire frío del océano Ártico, así que este se escapa a latitudes tan sureñas como Texas, mismas que no están preparadas para temperaturas de -20 C. Los cambios climáticos masivos asociados a la corriente del Golfo tienen repercusiones globales y todo esto se debe al incremento de CO2 y de metano en la atmósfera, no solo por la actividad humana, sino también por retroalimentación entre el deshielo de las tundras de Siberia y Canadá, y la liberación de los gases de la materia muerta que estaba congelada debajo de ellos, generando incendios que duran meses donde antes había hielo y elevando aún más la temperatura del océano Ártico.
Este desastre se debe a razones tecnológicas, de estilo de vida y demográficas. Somos miles de millones y todos queremos un coche, refrigerador, luz en nuestras casas, aire acondicionado donde hace mucho calor o calefacción donde hace mucho frio. Pero no todas las personas tienen la misma responsabilidad de esto, hay naciones que usan mucho más de este carbono almacenado en las rocas que otras, entre ellas está por supuesto Estados Unidos y China. Nuestros vecinos del norte utilizan 11.4 kilo Watts (kW) por persona al año, que es el 25% de la energía fósil total utilizada por el planeta, mientras economías igualmente desarrolladas como Alemania y Japón usan la mitad (6 kW), la India utiliza 0.7kW por persona y China ha bajado su consumo hasta 1.6 kW por persona, mientras que hace tiempo gastaban tanto como como India. Desde 2013 China ha estado disminuyendo la obtención de energía a partir de carbón y está pasando a fuentes renovables como el aire y el sol, mientras que en EUA, la mitad de la energía eléctrica se obtiene del carbón, aunque esto promete cambiar con las políticas de su nuevo presidente.
Entre los combustibles fósiles, el más sucio y abundante es, sin duda, el carbón, aunque en México las plantas de combustóleo son menos eficientes y por lo tanto más contaminantes que las de carbón. Pero esto no tiene que ser así, para dar el ejemplo está Dinamarca, que tiene una gran generación de energía eólica, o Costa Rica, que ha llegado a completar su producción con un 100% de fuentes renovables. Estos datos son suficientes para demostrar que las fuentes primarias de energía renovable son viables, lo que tiene que mejorar aún es la administración de su intermitencia (no hay sol de noche), a través de tecnologías de almacenamiento que permitan generar reservas para cuando hay escasez.
En México recordamos la expropiación petrolera, sucedida un 18 de marzo, pero de 1938. Sin embargo, nuestro presidente quiere volver el tiempo atrás para romper los acuerdos de la reforma energética del presidente anterior, argumentando que necesitamos independencia energética del extranjero y retomar la fuerza transformadora de Cárdenas, solo que más de 80 años después. Esto va muy acorde con los intereses del jefe de la Comisión Federal de Electricidad, el poderoso y colmilludo Bartlett. A la CFE de hoy no le gustan las energías renovables, pues desplazan los combustibles fósiles que ellos utilizan, además de que pertenecen, en su mayoría, a empresas privadas. Así que de plano prefiere el combustóleo, luego el carbón o el gas, dejando como base de energías limpias disponibles para la CFE a las hidroeléctricas. El problema es que estas están asociadas a las presas, que no solo rompen el movimiento del agua, sino que se abastecen con la lluvia, cada vez menos predecible, y que se necesita para la agricultura, una actividad prioritaria según se establece en la Ley de Aguas Nacionales. Por lo tanto, su regulación no puede depender de la CFE, si no de una estrategia consciente de distribución y manejo de este fluido vital.
Tanto AMLO como Bartlett son políticos de la vieja escuela, esa que desconfía de lo que no entiende y le pone cola de diablo y cuernos. Qué tal si en lugar de desconfiar de las fuentes renovables (sol, viento y mareas) generamos, como lo pretende Biden en Estados Unidos, una industria nacional sólida que construya hélices para turbinas eólicas y paneles agrovoltáicos para los desiertos; que invente nuevas maneras de almacenar esta energía para hacerla más confiable, y ecotecnias que impidan que las rapaces que pasan por el istmo de Tehuantepec desvíen su camino. Todo es posible si volteamos a ver al futuro y no al pasado, por lo tanto, hay que rechazar la nueva ley energética y apoyar el desarrollo tecnológico, científico, y la inventiva mexicana, antes que nos alcance un futuro donde Mérida este bajo el agua.
Valeria Souza