Héctor Schamis: Votando en la fragilidad democrática

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Para cuando este texto vea la luz se estará votando en Bolivia, Perú y Ecuador. Se trata de una segunda vuelta subnacional en Bolivia, primera vuelta presidencial y legislativas en Perú, y segunda vuelta presidencial en Ecuador. Tres elecciones diferentes pero todas permeadas por la incertidumbre y la fragmentación.

Incertidumbre no tan solo acerca del resultado, ni tampoco por la pandemia—se ha votado con una cierta normalidad en el último año—sino por el deterioro institucional de larga data. Lo cual ha sido motivo de fragmentación, generando una natural desafección ciudadana y, en consecuencia, una democracia cada vez más frágil. Y este es un rasgo de la política en casi toda América Latina.

En Bolivia se realizará la segunda vuelta para gobernadores en La Paz, Tarija, Chuquisaca y Pando. Ya el domingo 7 de marzo, en ocasión de la primera vuelta subnacional, había quedado claro que la concluyente victoria de Arce-Choquehuanca en octubre de 2020 fue una anomalía causada por la fragmentación del anti-masismo, inicialmente 10 candidatos luego reducidos a 5. De ahí que en 2021 el MAS fuera derrotado en las principales ciudades del país.

Así fue como cinco días después de aquella decepción electoral, y previa consulta de Evo Morales con La Habana, el gobierno del MAS procedió a cooptar al Poder Judicial, una ofensiva pensada para absolver adeptos y perseguir adversarios. Le siguió una verdadera caza de brujas que vulnera los derechos de Jeanine Añez y varios de sus exministros y colaboradores.

En síntesis, se vota en Bolivia bajo serias alteraciones al orden constitucional. Quizás el país esté al borde de una ruptura, una especie de fujimorismo pero “de izquierda”, según ellos.

En Perú se vota en condiciones de extrema fragmentación, 18 candidatos compiten por la presidencia. Las encuestas indican que menos de 3 puntos separan a los seis que lideran, un rango de 6.8% a 9.5%, mientras que el 25% de la sociedad muestra indiferencia con la elección y el 26% de aquellos interesados en votar están indecisos. No es una escenario que inspire confianza ni optimismo.

Ello es resultado inevitable de recurrentes crisis institucionales, plagadas por casos de corrupción, enjuiciamientos y condenas de expresidentes, inhabilitaciones de candidatos y una historia de partidos políticos efímeros. O sea, partidos que surgen con un candidato victorioso para desaparecer al poco tiempo. Todo ello desde hace décadas, de hecho.

Es un milagro muy peruano que en dicho contexto la economía haya crecido de manera sostenida y la desigualdad haya descendido pronunciadamente.

En Ecuador tiene lugar la segunda vuelta presidencial entre Andrés Arauz y Guillermo Lasso, una elección bajo la larga sombra de Rafael Correa. Arauz es Delfín de este último. Todos los demás candidatos de la primera vuelta, nueve en total, son acérrimos opositores al correísmo, fuerza política reconocida por la corrupción y sus prácticas autoritarias. A propósito, Correa está sentenciado y prófugo.

Tal como ocurrió en Bolivia en relación al MAS, la fragmentación en curso bien podría entregarle la victoria al correísmo, especialmente por las acusaciones cruzadas entre Lasso y el candidato Yaku Pérez, tercero en la primera vuelta.

A propósito, en la elección de 2017 Yaku Pérez había dicho que era “preferible un banquero a una dictadura”. Es una disyuntiva con bastante actualidad, el regreso de Correa a Ecuador no sería precisamente el de Rómulo Betancourt a Venezuela. Deberían saber que la mezquindad política habitualmente desgasta a la sociedad y genera aprensión; con ello aumenta el porcentaje de indecisos e indiferentes.

El posible regreso de Correa además sería una prueba de fuego para la justicia; mírese a Argentina donde la prioridad del kirchnerismo es la exoneración de sus dirigentes corruptos. También como en Bolivia, un posible regreso del correísmo al poder obliga a pensar en posteriores persecuciones de adversarios. Los renombrados trolls de Correa amenazan opositores sin discriminar demasiado entre ellos.

En América Latina la democracia está en problemas y en problemas serios. Tantos años cambiando constituciones a voluntad, persiguiendo periodistas e interfiriendo con la justicia—cuando no robando elecciones, ya sea con el diseño del sistema electoral o al contar los votos—han dejado secuelas.

Los autoritarios alineados con el castro-chavismo, ALBA, Puebla, São Paulo y otras estrategias saben bien cómo hacer política, entendiéndose por política la construcción de un sistema de partido único a la cubana y su perpetuación en el poder. Los demócratas de la región, los que protegen la separación de poderes, las garantías individuales y la alternancia están a la defensiva. La democracia se les escurre por entre los dedos sin que parezcan capaces de retenerla.

El sueño de 2001 al firmarse la Carta Democrática Inter-Americana, un continente en el que solo faltaba Cuba para ser completamente democrático, es hoy eso, un sueño. Y por cierto que se siente muy lejano.

@hectorschamis

 

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