Laura Antillano: Convivir

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Tengo dos gatos que tienen una idea matemática de mucha precisión acerca de sus rutinas, en cada momento del día. Estar encerrados no es un problema para ellos, son madre e hijo con diferencia de tamaños sorprendente. Ella es mínima al lado de él. Pero su relación es directamente proporcional con su nexo: Ella manda.

Sandro y Andrea (así les llamo). Marcan la pauta hasta para mis disciplinas de escritura. Conocen con precisión mis horas frente a la computadora y se instalan en el entorno a la misma, hasta quince o veinte minutos antes de que yo llegue a realizar mis tareas.

Ellos han sustituido afincando sus presencias, a quienes venían a reunirse en las tardes de taller literario en mi casa, en los tiempos previos a la pandemia, o sea: hace algo más de un año.

Creo que han aprendido a capturar las tramas de los programas televisivos, haciendo énfasis en aquellos destinados a los animales en general. Más de una vez les he descubierto poniendo enorme atención a documentales sobre felinos africanos o aquellos en los cuales se da consejo a quienes poseen gatos como mascotas y, literalmente, no saben cómo tratarlos ni qué hacer con ellos.

Me he habituado enfáticamente con su compañía en el transcurso de este año de enclaustramiento necesario.

Y eso me ha llevado a entender con mayor consistencia, y releo al poeta ecologista español Jorge Riechmann, quien señala que: “Si nuestro horizonte es una ética universalista, ¿no debería este movimiento ir más allá de las fronteras de nuestra especie?(…)El reconocimiento de que estamos arraigados en la vida y su bienestar exige que respetemos a las demás especies, no que las arrollemos en la ciega satisfacción de nuestros intereses”. Y según Milan Kundera: “La verdadera prueba de la moralidad de la Humanidad radica en su relación con  aquellos que están a su merced: Los animales”.

Mis felinos: Sandro y Andrea, me están enseñando mucho de eso.

 

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