El plan de infraestructura que está sobre la mesa de la política estadounidense, que incluye las telecomunicaciones y la generación de energías limpias, no es un tema recién estrenado. Fue anticipado a la opinión pública como parte de la propuesta electoral demócrata para el período presidencial de Biden.
Su propósito es apoyar el desarrollo en áreas que son pilares del presente, y lo son aún más del futuro económico, social y ambiental. En mi opinión, está destinado a ser un punto de inflexión, un antes y un después en un país que no puede seguir ignorando sus deficiencias, sino hacerles frente.
Sin embargo, no quiero obviar la nube que sobrevuela la discusión acerca de este plan de infraestructura. Casi dos billones de dólares hacen a algunos preguntarse sobre la viabilidad de esta iniciativa.
Esto implica considerar la necesidad de acuerdos políticos y económicos que permitan escalar, como nación, hacia el peldaño merecido en instalaciones y servicios para todos.
Véase que no se trata de inversiones en el vacío, de dinero per se, de números en un informe, de un movimiento especulativo a corto plazo. Al contrario.
No es momento de ser tímidos, sino proactivos y agresivos para construir, hoy, el futuro de los estadounidenses en terreno propio y con las propias manos.
Esto se logrará con participación de empresas de todos los tamaños, con productividad en todos los niveles.
Serán millones de empleos los que generarán movilidad y seguridad al país gracias a la puesta al día de 32 000 kilómetros de carreteras, 10 000 puentes que necesitan ser reparados o reconstruidos, vías férreas y ferrocarriles.
Serán millones de personas quienes, a través de la inversión en infraestructura para las telecomunicaciones, tendrán empleos de calidad y permitirán un mayor alcance del internet de banda ancha (broadband). Tal ampliación de los servicios de comunicación remota impulsará emprendimientos de otros millones de personas, lo que significa igual número de oportunidades de empleo e innovación.
Serán millones de trabajadores los que se emplearán en la generación de energías limpias para mejorar el entorno local, regional y global, pero seremos muchos millones más quienes tendremos la oportunidad de disfrutar y legar un mundo más responsable a las futuras generaciones.
No se trata de un sueño, sino de despertar a las posibilidades que están a nuestro alcance. Este plan será la mayor inversión hecha en los últimos cincuenta años para modernizar la infraestructura de los Estados Unidos, cuyo impacto positivo puede extenderse al resto del siglo.
Por esto, cuando me refiero al plan de infraestructura de Biden, no hablo de billones de dólares «gastados», sino inyectados de manera inteligente a la economía para beneficiar a las personas, a los estadounidenses, mientras se impulsa el desarrollo sostenible de la nación más poderosa e innovadora del mundo.
José Aristimuño, secretario de prensa para medios latinos del Parrido Demócrata