Nelson Morán: La esperanza no debe morir, y menos en nuestras manos

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La historia de los pueblos es construida por su gente, donde todos somos protagonistas principales, en masa se pone en movimiento la materialización de las ideas que mueven y accionan la rueda de la historia. Desde los inicios de la humanidad, el ser humano como ser social, por su propia naturaleza, ha buscado asociarse, unirse con otros, convivir en grupos sociales para satisfacer sus necesidades y asegurar su sobrevivencia. En éste andar generalmente, algunos se destacan, por diversos motivos y circunstancias, oportunidades, llegando a convertirse en guías, líderes, ductores, aceptados y/o designados por el colectivo; esto es, la aceptación material y consensual de la organización social, dirección pública y colectiva, y normatización para regular y orientar el comportamiento social; todo ello, en función del bienestar y beneficio de todos.

En éste andar de la construcción histórica, o mejor dicho, de su historia, la historia del pueblo, surgen desviaciones, distorsiones, producto de intereses personales y grupales; donde algunos se plantean confirmar círculos grupales pequeños, de fácil control, para así lograr capitalizar las aspiraciones y necesidades sociales en beneficio propio o grupal, lo cual logran bastantes veces, adueñandose de las ideas y principios sociales, forjados al calor de la lucha, logrando convertirse así en los únicos beneficiarios de los logros de las luchas sociales, quedando el colectivo, el pueblo, rezagado, marginado de los mismos y siendo utilizado como instrumento al servicio de dichos grupos; vienen a constituir la base social que soporta al grupo que se ha hecho usufructuario, más que obligado y a la fuerza, del Estado, creado en principio para servir y beneficiar a todos.

Es así como en el transcurrir y dinámico proceso de construcción de pueblos, donde se da el curioso y no poco común caso, en los que unos pocos quieren y pretenden tomar para sí, las aspiraciones de bienestar, las esperanzas del pueblo, matándolas en su concepción colectiva, para ponerlas a su disposición y así ser los únicos beneficiarios. Para lograr tal cosa, proceden a asumir el control total del poder del Estado, y lo hacen a través de diversos procedimientos, a saber: Organización cerrada y selectiva; Creación de entes públicos controlados y subordinados; Uso de cuerpos armados policiales, militares y de seguridad con marcado carácter represivo; Control absoluto de instituciones públicas, sin visos de autonomía; Procesos electorales controlados; Puesta en marcha de políticas públicas con carácter de subordinación: Proselitismo a través de entes públicos; Demagogia sin importar resultados; Populismo desenfrenado; Práctica de confundir y actuar como si el Estado, Gobierno y Partido fuesen uno sólo y conformarán instituciones del mismo (en políticas de Estado y gestión gubernamental incorporan al partido); Generación de planes y programas de corte populista que los proyecten como benefactores necesarios; Conformación de equipos permanentes para divulgar ideas e imágenes que los posesionen en el imaginario colectivo como únicos, divinidades, semidioses, deidades, y otras. Así, estos pequeños grupos, que se han adueñado del poder del Estado, para su uso y disfrute exclusivo, pretenden matar la esperanza popular.

La cosa está en dejar que lo hagan, y aquí viene a tomar valor el papel protagónico del pueblo, unido y mancomunadamente, donde nada detiene su fuerza arrasadora y avasallante. Está en el colectivo, en el pueblo todo, unido, el mantener vivas las aspiraciones y banderas libertarias, los ideales de independencia y bienestar social, en no dejar morir la esperanza y materializar sus ideas de libertad, prosperidad y bienestar. Sabemos que la dinámica social es permanente y demoledora de diversos aspectos para dar paso a nuevos escenarios; conscientes estamos del carácter de lucha permanente para mantener vivos los principios e ideas sociales, fundamentales y esenciales para el bien social, así entendemos que la lucha es permanente y a ella nos debemos, por todos nosotros.  Es así que: “La esperanza no debe morir, y menos en nuestras manos”.

 

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