En los tiempos en que se alternaban en el poder los Partidos AD y Copei, los mejores siempre eran los seleccionados para las instituciones básicas de la República. Buenos médicos; competentes abogados con habilidad para el debate; expertos petroleros; economistas; ingenieros que supieran de obras públicas. Luego, ya el deterioro era notable en el segundo gobierno de Caldera (1994-1998). Después, con la llegada de Chávez en 1999, nada volvería a ser como antes, donde toda la institucionalidad llegó a extremos que jamás pudimos imaginar.
Hubo un tiempo en que los dos Partidos que se alternaban en el poder en Venezuela: El social demócrata Acción Democrática (AD) y el Social Cristiano Copei, se entendían de maravilla a la hora de hacer sus escogencias para la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Supremo Electoral, Fiscalía General, Contraloría General y otras instituciones básicas de la República.
Claro que eso no ocurría en el ágora, ni siquiera en presencia de las direcciones nacionales de cada uno de los Partidos. Simplemente Gonzalo Barrios, presidente de AD y Rafael Caldera, líder máximo, único e insustituible de Copei -ambos “buen diente”- se reunían ante una bien dispuesta mesa, cada uno con su lista e iban escogiendo una especie de “este pa’ ti”, “este pa’ mi”. La mayoría de los ungidos dependía de quien fuera en esos momentos la fracción más numerosa en el Congreso. Los mejores magistrados de la Corte Suprema de Justicia y los más confiables miembros del Consejo Supremo Electoral salieron de esos conciliábulos.
En cuanto a los senadores y diputados, la escogencia correspondía a los cogollos partidistas, (siempre tan desacreditados pero al final utilísimos). Se preocupaban por seleccionar candidatos que representaran con lustre las distintas áreas de la vida ciudadana y de la política: Buenos médicos; competentes abogados con habilidad para el debate; expertos petroleros; uno que otro economista; ingenieros que supieran de obras públicas. Todos iban en las listas del Partido en los diferentes estados y su elección era casi segura.
Durante mi primer periodo como diputada, cuarta en la lista de AD por del Distrito Federal en la elección en que arrasó AD con Jaime Lusinchi (diciembre 1983), me sentía transportada con los discursos tan llenos de inteligencia y contenido de Pepe Rodríguez Iturbe, Gustavo Tarre, Ramón Guillermo Aveledo, Haydee Castillo de López. Fíjense que solo menciono copeyanos. Henry Ramos, muy buen orador, nunca fue santo de mi devoción pero había que oírlo porque lo hacía bien. Carmelo Lauría también se lucía con buen manejo de inteligencia y humor.
Moisés Moleiro era otro nivel: Cuando pedía la palabra y subía a la Tribuna de Oradores, con su voz ronca por el alcohol, y comenzaba a lanzar dardos especialmente a AD, los primeros en disfrutarlo eran los adecos. Tenía una fijación con el desplante que una vez le hizo Rómulo Betancourt, no podía obviarlo en ninguna de sus intervenciones.
Todo se derrumbó, como decía la canción, cuando las cosas se democratizaron y las direcciones regionales empezaron a participar en la escogencia de candidatos a los cuerpos deliberantes. Eran los amiguitos, amigotes y financistas. Durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez – CAP II, AD que mantenía la mayoría en la Cámara de Diputados, carecía de un solo diputado que pudiera participar en un debate sobre petróleo. Nada menos que el Partido de la nacionalización petrolera.
En el período 1994-1998, gobierno de Rafael Caldera II, el deterioro era notable. Apareció
Elías Santana con “Queremos Elegir” y un grupo de adherentes a quienes solía referirme como ¡Queremos que nos elijan! Empastelaron la discusión de la Ley del Sufragio con una supuesta pero nefasta democratización.
Sobre Caldera y el “Chiripero”, más el auge de la Causa Radical, en 1995-1998, escribiré otra nota. Después de la llegada de Hugo Chávez en 1999, nada pudo ser como antes, lo cual no habría sido tan terrible si todo no fuera a peor hasta extremos que jamás pudimos imaginar.