Leo por estos días a un teólogo profesor de la Universidad de Salamanca, Juan José Tamayo, en su libro: “Invitación a la utopía”. Habla en él de “la esperanza como virtud”, y nos señala que no se trata de la esperanza como los cuentos de hadas, sino de la idea de una “esperanza militante”, un “optimismo militante”, se trata de , en su palabra: “estar consciente de las dificultades del camino, si bien cree que pueden vencerse”, es más: ”asume el fracaso como momento necesario del itinerario histórico del ser humano, pero no se queda tirado al borde del camino, como si el fracaso fuera la última palabra (…)”corrigiendo el viejo adagio latino: La suerte todavía no está echada.”
Pensamos en ello, en esta actitud, frente a las adversidades que vivimos con la pandemia, en el día a día. La sola concentración que se ha dado en varios países por la elaboración de las vacunas y medicamentos, que señalan nuevos inventos de la química medicinal.
Tamayo insiste en que: Razón y esperanza caminan juntos, este “saber” no es contemplativo, las utopías deben pasar por el tamiz de la lucidez, la apertura es otra condición, la apertura al futuro como aliciente, y el tercer elemento necesario de este compromiso es la aceptación, el compromiso esperanzado con: la transformación.
La noción de utopía forma parte de la Historia. Lo han dicho los grandes filósofos. La utopía tiene que tener la mirada en la meta. La nuestra, de la Humanidad, hoy, es superar la pandemia, conseguir los modos de vencer el peligro que significa el Covid-19. Esa es la tierra prometida.
Las normas establecidas, las medidas de prevención para evitar la reproducción de los contagios, son acciones que nos involucran a todos sobre el planeta. Puede resultar ingenua la utopía de retornar a la normalidad, nunca sería igual esa “normalidad” a lo vivido antes; pero será la continuidad de nuestras vidas y la de quienes nos siguen como generaciones posteriores, descendencias, jóvenes, niños nacidos o por nacer. Y aunque ya no estuviéramos queremos que ellos sí lo logren y en relación con la Utopía del Buen Vivir al cual se han suscrito las constituciones de varios países suramericanos como el nuestro, Bolivia e incluso: Ecuador.
Y sobre ello Tamayo es claro al decir: “El ser humano no puede quedarse encerrado en su conciencia subjetiva dejando al Yo cautivo de sí mismo (…) el encuentro del otro está en el centro de la utopía de otro mundo posible”.
Eso no podemos olvidarlo.