En São Paulo están usando excavadoras para abrir fosas sin parar, también durante la noche. En un año en Brasil han muerto más de 380.000 personas, las que hubieran fallecido hasta 2045 si no hubiera habido pandemia. Los números son exponenciales y marean. Los enterradores veteranos lloran porque no dan abasto. No hay espacio ni tiempo para homenajes. Dice la rabina Delphine Hovilleur, la más conocida del judaísmo liberal en Francia, que las cifras de la covid-19 han secuestrado los rostros, los nombres y las historias. Ella misma, durante el confinamiento, recibió una llamada que la conmovió: desde el cementerio, un desconocido le pidió una oración para despedir a su padre, judío, porque ni él ni sus hermanos sabían hebreo. Sentada en su dormitorio, sin ponerles cara, les dictó unas palabras que ellos reprodujeron frente al ataúd. Según ella, los ayudó a sentirse vinculados a la generación anterior, a agarrar la cuerda de su propia historia.
La población no religiosa no tiene respuestas. Y así se van apagando millones de vidas en todo el mundo sin que nadie les dé un sentido. En estas circunstancias es lógico que las despedidas sean incompletas y los duelos, solitarios. Lo desconcertante es que no se hable de la muerte en sí. Los políticos se apoyan en el número de fallecidos para argumentar sus propios aciertos y señalar los errores del contrario. Pero a lo escatológico, lo incómodo y lo vertiginoso que tiene el final de la vida no se le dedica ni un minuto.
Después de la crisis de 2008 la gran obsesión fue la educación financiera. Se quería evitar que la gente firmara a lo loco contratos que no entendiera y que terminase cayendo en una espiral de deuda. La asignatura pendiente hoy es la pedagogía de la muerte. Enseñarles a los ciudadanos que un día termina todo. Sin embargo, lo que vemos, al menos en los países ricos, es un intento de embellecer lo inevitable: memoriales sobrios, jardines del recuerdo, praderas para pasear que parecen campos de golf. Cuanto menos triste es la estética, más dinero cuesta.
Tendremos que procesar culturalmente esta forma de morir y solo va a ayudarnos la filosofía. Es la única que lleva atinando con las preguntas desde los griegos. A la lista de las lecciones de la pandemia deberíamos añadir aprender a gestionar la conciencia de la muerte. Entender que, como decía Heidegger, se presenta en el ahora de la vida del hombre.
@anafuentesf