Fabián no supo lo que era compartir en la escuela con sus compañeros. No corrió por los pasillos a la hora del recreo ni marcó su puesto favorito en el salón. No conoció todo el abecedario ni las operaciones matemáticas básicas ni llegó a su cumpleaños número siete.
La parasitosis, una infección por parásitos que se pudo prevenir con un tratamiento a tiempo, le apagó la vida de manera muy prematura.
Fabián murió el 20 de abril de 2021 en el ambulatorio de Guárico, una población campesina en lo alto del municipio Morán, a casi 88 kilómetros de Barquisimeto, en el estado Lara. Estudiaba primer grado en la escuela del sector Tierra Buena, perteneciente a la red de Escuelas Campesinas de Fe y Alegría.
El médico de guardia lo recibió ya sin signos vitales y con un evidente cuadro de desnutrición. Sus abuelos y tíos lograron conseguir una moto y gasolina para trasladarlo, sin embargo, las dos horas de viaje les pasaron factura.
La desnutrición y falta de atención médica de Fabián son una triste radiografía de lo que viven los niños de su comunidad y de las vecinas. Zona de campesinos que se dedican en su mayoría al cultivo de café y caraotas que poco conocen de noticias, la COVID-19, control de cambio y menos de política.
En esta zona montañosa tampoco saben de bolívares y dólares. Allí todo se transa con café. La “carrerita” para llevar a Fabián hasta el ambulatorio de Guarico, el pueblo con mejores condiciones que tienen más próximo, le costó a la familia 10 kilos de café.
“Murió Fabián”
La directora de las Escuelas Campesinas de Fe y Alegría en la zona Lara-Llanos, Zuhaila Pérez, no quiso que la muerte de Fabián quedara como una más.
A través de WhatsApp, difundió un relato entre sus contactos no solo para informar lo que había sucedido, sino también para dar a conocer las condiciones de salud de la población que vive en esa zona apartada de todo y de todos en el estado Lara.
Aun viviendo el luto de la pérdida del pequeño, comentó a Radio Fe y Alegría Noticias que él es uno de los 3 niños que han muerto en los últimos dos años de las escuelas campesinas producto de enfermedades como la parasitosis.
Las infecciones parasitarias pueden adquirirse por alimentos mal lavados o agua no procesada. También por la picadura de mosquitos. En cualquier caso, se puede prevenir con el debido tratamiento desparasitante que todo niño debe tomar de acuerdo a su edad.
La cuenta, en teoría, debió ser de cuatro, pero hubo un caso que milagrosamente se salvó. Se trata del hijo de una mujer que trabajaba como obrera en una escuela de Fe y Alegría de la zona. Como pudo, consiguió trasladarlo hasta Barquisimeto donde permaneció en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga y se recuperó, a medias.
Los médicos le advirtieron a la madre que debía dedicarse a atenderlo las 24 horas del día si quería que siguiera viviendo, pues su grado de desnutrición era tal, que difícilmente podía recuperar el peso y talla de un chamo de su edad. La mujer tuvo que renunciar a su trabajo para atenderlo a él y a sus otros dos hijos. Él sí logró salir y contarlo, pero Fabián, no.
Zuhaila Pérez contó que Fabián es el mayor de tres hermanos. Era. Tampoco pudo compartir con sus dos pequeños hermanos quienes nacieron en Ospino, estado Portuguesa, a unas tres horas de camino, luego de que su madre se mudara con una nueva pareja.
Los abuelos maternos se quedaron a cargo de Fabián. Vivían en una pequeña casa en Tierra Buena junto a los tíos y un primo del pequeño para un total de siete personas.
“Allí, en esa humilde casa, creció en medio de cafetales y montañas, soñando como todo niño en el día en que le tocara ir a la escuela”, escribió la profesora.
Las personas de esta zona montañosa tienen la amabilidad y el agradecimiento como cartas de presentación. Aún en medio de las carencias en las que viven, buscan y rebuscan hasta encontrar algo que entregar a quienes los visitan. En las buenas y en las malas.
En el ambulatorio les prestaron insumos para que pudieran cocinar y comer. También les donaron la urna. De vuelta a su caserío, un vecino ofreció su casa, con un poco más de espacio, para el funeral.
La mamá de Fabián pudo llegar para despedirse, aunque pocos los acompañaron en el velorio. Ni sus cuatro compañeros de clase, demás representantes, ni su maestra pudieron ir por falta de gasolina y transporte.
“El más pobre entre los pobres”
Zuhaila Pérez explicó que desde hace unos años implementan en las 12 escuelas que conforman la red de instituciones campesinas de Fe y Alegría en la zona, proyectos de atención alimentaria y nutricional. Sin embargo, los recursos son limitados y para poder llevarlos a cabo deben hacer censos y “escoger al más pobre entre los pobres”.
Por medio de suplementos nutricionales y bolsas con productos alimenticios, tratan de apoyar el sano crecimiento de aquellos con mayor riesgo y cuadros de desnutrición.
Cuando Fe y Alegría comenzó a pesar y medir a sus alumnos, hace cinco años, la Escuela Campesina obtuvo uno de los porcentajes más altos de deficiencia nutricional con más del 80% de la matrícula con desnutrición grave, aguda o leve. En la jornada de desparasitación del año pasado, más del 90% de los estudiantes botó parásitos.
Son casi 400 alumnos que atiende Fe y Alegría en estas comunidades de productores del estado Lara, quienes viven durante todo el año de lo que recogen en la zafra de café. Pocos pueden bajar hasta El Tocuyo, capital del municipio Morán, o hasta Barquisimeto, para poder comprar alimentos a precios más económicos de los que consiguen cerca de casa.
De allí que la alimentación se base en arepa y caraotas. Caraotas o arepa. Arepa a veces rellena, muchas veces sola.
Fabián no logró entrar en el censo de atención de un proyecto debido a que su primo, quien le llevaba dos años de edad, estaba en peores condiciones nutricionales. Parte de los acuerdos con los colaboradores era que solo puede llegar una bolsa de alimentos por familia.
Al estar en una vivienda con sus tíos y su primito, solo podían escoger a uno. Mismo drama que se vive en las demás casas donde hay dos, tres y hasta cuatro hijos o dos familias viviendo juntas.
Son niños que necesitan una alimentación balanceada que muchos padres y cuidadores no pueden costear. Necesitan de vitaminas, nutrientes que no llegan para todos. Necesitan atención médica preventiva y pública, además de centros de salud dotados y médicos de distintas especialidades. El ambulatorio de Guarico apenas tiene uno que otro.
Las organizaciones que ejecutan proyectos de atención en la zona no se dan abasto para atenderlos a todos. A veces, hacer la selección es la tarea más difícil pues es dejar a un lado a niños y niñas que también necesitan de este apoyo ante la ausencia de políticas públicas en materia de salud.
“Y aunque fueron pocos esos días en los que pudo recibir clase presencial, nos cuenta la maestra que era uno de los que primero llegaba y siempre quería estar cerca de ella para preguntarle sobre las letras y las vocales que, con orgullo, nos dice la abuela, ya se las había aprendido y las dibujaba en todas partes: en el suelo, en las paredes de su casa, en su cuaderno… Decía que el abecedario era muy largo pero que de seguro la maestra le iba a enseñar cómo aprenderlo más rápido”.
La pandemia como un mito
A estas comunidades rurales no llegan los políticos. No llega ningún nivel de gobierno. Tampoco las noticias ni las redes sociales. El acceso a la información es limitado cuando se vive entre deficiencias en las telecomunicaciones.
Tener televisión en casa es un lujo para la gran mayoría pues solo es posible a través de un servicio satelital que no pueden pagar. Solo queda la radio y, sin embargo, omiten programas informativos y prefieren los de entretenimiento.
De allí que muchos sigan sin creer en el virus que causa la COVID-19 y que azota desde hace casi 14 meses al país. Aseguran que por ser una zona tan apartada que no recibe visitantes, la enfermedad no les tocará la puerta.
Las maestras se preparan con tapabocas extra para entregar a los adultos pues muchos salen de casa sin portarlos ya que no lo ven como algo necesario ni obligatorio.
Poco acceso a agua potable, tala indiscriminada de árboles, combustible cada vez más limitado hasta para sectores prioritarios, poca presencia de efectivos de seguridad, son otros aspectos que también viven a diario.
“Lo que pasó con Fabián es lo que está pasando, si se quiere, en toda Venezuela. Nos escudamos en la pandemia y el confinamiento, pero para otras cosas sí se sale. No hay gasolina y no se pueden atender las comunidades, pero sí hay para otras cosas. Dónde están los servicios priorizados, los salvoconductos para atender las necesidades primarias, la vida, la salud, la educación”, se pregunta la profesora Zuhaila.
«Que no mueran más niños en el silencio de una montaña, o en cualquier rincón del mundo donde todo queda lejos, donde pocos se atreven a pensar que es posible llegar y ayudar, que es posible creer, confiar y educar para transformar estas realidades y estos contextos donde también merece la pena vivir dignamente. Hoy no sólo ha muerto un niño, hoy ha muerto un estudiante de Fe y Alegría, ha muerto un sueño y la esperanza de una familia. Hoy todos estamos de luto pero también de pie para hacer lo que nunca debemos dejar de hacer: Educar para transformar vidas y realidades”.
Silvia C. González – Fe y Alegría