Enrique Meléndez: El Nacional y su circunstancia

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La verdad es que El Nacional ya casi había cerrado su circulación, tomando en cuenta que sólo había quedado con su edición en su respectivo portal electrónico; pues el impreso ya no se editaba por falta de papel, como la mayor parte de la prensa libre de este país; en un momento en que el monopolio del papel ha quedado en manos del gobierno, a propósito de una corporación excluyente, que fue creada con la finalidad de asumir la distribución de este insumo; que en otra época, como lo acaba de hacer ver en un artículo el columnista Claudio Nazoa, hubiera significado un terremoto, en vista de que El Nacional tuvo una gran simbiosis con la opinión pública; vanguardia del periodismo venezolano; pues tómese en cuenta que en esas décadas que van de 1960 y hasta la victoria de Hugo Chávez en 1998 este rotativo fue una escuela; en ese sentido, por sus salas de redacción pasó gente como Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez; además de ser dirigido por eminentes escritores, como Antonio Arráiz, Miguel Otero Silva, Ramón J. Velásquez, Arturo Uslar Pietri.

Hay una anécdota que trascendió en el mundo periodístico, a finales de la década de 1970; cuando la dirección del periódico pretendió poner de jefe de redacción de la información política a un escritor y periodista ecuatoriano de nombre Ted Córdoba Claure; enseguida los reporteros de la fuente, como un Leopoldo Linares, lo rebotaron con el argumento de que este señor, al ser extranjero, no podía ocupar un puesto de suma importancia, en lo que se refiere al manejo de la opinión pública en Venezuela, tomando en cuenta el espacio que cubría este medio en ese momento. Era la voz de Venezuela; se diría de la clase media, con mucho de creatividad; donde hubo, además, mucha literatura; a partir de un papel literario, que era muy leído. Así como comienzan los profesores de filosofía sus clases en las universidades europeas, que vamos a hacer teoría; aquí se hizo literatura. Por eso digo que fue una escuela, para muchos que nos formábamos en el campo de las letras; partiendo del hecho de que el periodismo es un género literario; aparte de las revistas, que se insertaban en las ediciones dominicales; con lo que el rotativo también tuvo carácter de entretenimiento; además de informar acerca de la palpitante actualidad, y en lo que no dejó de parecerse a los grandes diarios del mundo.

La historia de su nacimiento Otero Silva la contaba con una cierta gracia. Recordaba que a comienzos de la década de 1940 su padre, el viejo Henrique Otero Vizcarrondo, había viajado a los EEUU, y allí había encontrado la oferta de una imprenta, que había pertenecido a un partido nazi, en condiciones de remate. Un amigo del viejo Otero Vizcarrondo, le aconsejó que la comprara; contando con la vocación literaria y periodística, que había demostrado su hijo Miguel, quien para la época se había formado en el periodismo de humor venezolano; sobre todo, había fundado y dirigido un semanario dedicado al humor llamado El Morrocoy Azul, y había publicado su primera obra titulada Fiebre, y de modo que Otero Vizcarrondo le envía un telegrama a su hijo Miguel, en el cual le pregunta que si está dispuesto a fundar un periódico, y éste a secas le responde que sí. Se presenta el viejo en La Guaira con la imprenta y un año de papel, que había traído consigo en el barco, que lo transportó desde los EEUU, y es así como un 3 de agosto de 1943 nace este rotativo, que se impone, gracias a ese talento literario, del que hacía gala Miguel y, en ese sentido, a la novela Fiebre le seguirán otras obras; algunas de las cuales serán llevadas al cine y al teatro. Fue un talento muy creativo el de este señor, y en nuestro medio profesional se decía que Otero Silva era el mejor periodista de Venezuela.

Ahora las ambigüedades no perdonan en la vida. Otero Silva fue el tipo de militante revolucionario; que el viejo Ortega y Gasset conocía como el gran comediante del comunismo; donde un entraba un Pablo Neruda, a quien por cierto lo unió una gran amistad; entraba un Sartre, y a los que se consideraba, no sin un dejo de ironía, las grandes vedettes del comunismo. De hecho, Pablo Neruda cobraba, lo que él denominaba honorarios, por sus presentaciones; sobre todo, en las universidades o centros de estudios superiores, donde llama la atención una figura de éstas; además de ser un hombre con mucho éxito editorial, y con el perdón de la digresión. En una famosa polémica que sostuvieron Rómulo Betancourt y Otero Silva, éste le sacó a relucir esa ambigüedad: una extraña simbiosis, decía Betancourt, de comunista con millonario; lo cual, por lo demás, no dejó de depararle sus sinsabores; como la vez que las agencias de publicidad le hicieron un boicot a su edición, dejando de publicar en sus páginas todo tipo de propaganda comercial, y esto debido a que su director, el propio Otero Silva, proclamaba su apoyo a la entonces llamada “revolución cubana”; en plena Guerra Fría, y boicot que lo sacó en bomba de aquel cargo, y que puso en riesgo, como él mismo lo consideraba, la fortuna de la familia Otero. Le decía, además, Betancourt en aquella famosa polémica, que la empleada de servicio de la casa de los Otero Silva tenía más conciencia de clase, que este comunista-millonario.

Esto lo digo, porque con esta sentencia del TSJ, que obliga a pagar a El Nacional una multa imposible de honrar; que implica su cierre; hecho que ha generado numerosos pronunciamientos, no se ha dejado de evocar ese dicho que reza: así paga el diablo; pues no se olvide que otro de los medios de comunicación, que se puso al servicio de Chávez, cuando éste se volvió un ganador indiscutible en aquella justa presidencial de 1998, fue El Nacional; pues aún la corriente socialista no se había degradado al nivel en que se encuentra hoy en día; por el estruendoso fracaso, que ha tenido, en especial, en Venezuela, bajo la denominación de Socialismo del Siglo; cuando ya se había visto en Cuba, y todavía tenía entonces sus dolientes.

melendezo.enrique@gmail.com

 

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