El regreso de Estados Unidos al consenso internacional sobre el afrontamiento del cambio climático es uno de los pilares de la política exterior de la administración Biden. La cumbre virtual sobre el clima debe consolidar compromisos debilitados durante los años de Trump, bajo los cuales se han camuflado y amparado otros incumplimientos (1).
Pero la lucha contra el cambio climático y la preservación de un planeta habitable es algo más que un objetivo de la humanidad. Es también una gigantesca oportunidad de negocio propulsada bajo la denominada transición ecológica. La necesidad favorece esta nueva fase del desarrollo capitalista en una multitud de campos de expansión: aceleración del desarrollo de energías renovables, nuevas aplicaciones tecnológicas, reorientación del sector de la construcción y la ingeniería, apertura de líneas de financiación, etc.
Como en otras fases del sistema socio-económico vigente, el capital público drenará el sector privado. El plan Biden de promoción de empleo inyectará 2 billones de dólares, parte de los cuales irá destinado a engrasar la “economía verde”. En Europa, una parte de los 750 mil millones del Plan de recuperación tendrá similar propósito. Y habrá más fondos. Pero este impulso no necesariamente favorecerá una distribución más igualitaria de los recursos. Más bien debe temerse lo contrario: pese a una proliferación de pequeños y medios negocios asociados inicialmente a la transición ecológica, lo más probable es que más temprano que tarde se consolide una concentración empresarial.
En el plano geopolítico, tampoco cabe esperar un reequilibrio de oportunidades. Desde el inicio de las negociaciones sobre el clima (Río, 1992) hasta la fecha, los compromisos de compensación a los países pobres han sido degradados p incumplidos. Como recordaba el año pasado el keniano Mohamed Adow, director de Africa Power Shift, Occidente acumula una deuda ecológica histórica con el mundo en desarrollo (2). EE.UU, Canadá y Europa siguen siendo en la actualidad emisores de CO2 más intensos que el resto de los países, incluidos los grandes contaminadores actuales del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica).
Pero si introducimos la variable histórica, este saldo se convierte en abrumador. Desde la Revolución Industrial (mediados del XVIII) hasta el presente, las grandes economías occidentales más Japón han sido responsables de las tres cuartas partes de las emisiones de carbono, según un exfísico de la NASA. Si tomamos como referencia los últimos 60 años, el daño ecológico que los países pobres han hecho a los ricos suponen la cuarta parte del perjuicio inverso, según un informe de la Academia estadounidense de Ciencias (2008).
Un nuevo discurso político
En esta nueva fase del capitalismo asociada a las perspectivas catastróficas del clima pero también al agotamiento de las fuentes energéticas fósiles, eran necesarios nuevos discursos en los partidos y centros de pensamiento del consenso centrista, para incorporar los postulados modernizados del ecologismo de primera hora. Lo cual, a su vez, ha obligado a esas formaciones específicas o nominalmente “ecologistas” o “verdes” a esforzarse por hacer distinguible y relevante su voz. No siempre -casi nunca, en realidad- lo han logrado.
El peso electoral medio de los Verdes en los países de la UE en las tres últimas décadas se ha mantenido en una horquilla del cinco al siete por ciento. La mayor implantación se encuentra en los países del Centro europeo y el Benelux (Austria, Suiza, Holanda, Luxemburgo y Bélgica); se han estancado en los países nórdicos, en parte por el auge populista; experimentan un fuerte vigor en los bálticos, si consideramos a los partidos campesinos; apenas existen en los antiguos satélites de la URSS del centro y el sureste (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Rumania); y son muy débiles o están integrados en plataformas generalistas de la izquierda en el Mediterráneo y el sur (Italia, España, Grecia, Chipre, Malta y Portugal).
En los tres grandes países europeos su fortaleza es desigual. Apenas mantienen una presencia simbólica en el Reino Unido (penalizados por el sistema electoral mayoritario). En Francia están divididos entre progresistas y liberales, estos últimos marginales. La media de los primeros en los últimos 30 años apenas llega al 5%. Ahora quieren ejercer una voz más influyente, ante la debilidad creciente de los partidos tradicionales de izquierda (PSF, PCF) y el retroceso de los radicales o insumisos. Es en Alemania donde, después de un periodo de estancamiento en los noventa y en la primera década de la centuria, acarician por fin la posibilidad de llegar al gobierno federal.
Alemania, eje impulsor
El caso de Alemania es singular. Allí emergieron como fuerza política propia, en los ochenta, impulsados por la oleada de protestas contra la instalación de los euromisiles y la creciente preocupación por la falta de control de las industrias contaminantes. Durante el proceso de unificación, la polarización los relegó a un papel muy secundario. Tras el cambio de siglo, fueron socios de la coalición de gobierno con el SPD de Schröeder.
Desde mediados de los 90 se han movido en una franja electoral de dos puntos (entre el 6,5% y el 8,5%), sólo superado en 2009 (10,7%). El debate entre las dos corrientes de los Verdes (fundamentalistas o radicales y realistas o moderados) se ha saldado, no sin altibajos, a favor de los últimos. Los fundis constituyen hoy una minoría o han migrado a otras latitudes izquierdistas. Los realos impusieron su programa de colaboración abierta con otros partidos, sin exclusiones, salvo la extrema derecha. Los verdes, en efecto, gobiernan hoy con el SPD, CDU, FPD (liberales) y Die Linke (La Izquierda, integrada por disidentes de la socialdemocracia oficial y el antiguo partido comunista del Este), en formatos y combinaciones múltiples.
Este pragmatismo les permite ahora posicionarse como posible socio de coalición del gobierno que salga de las elecciones de septiembre, favorecidos por el descenso de la CDU post-Merkel (por debajo del 30% en las encuestas) y aún más del SPD (del que se espera el peor resultado de su historia: en torno al 15%). Con una estimación de voto en torno al 20-22%, los Verdes sueñan incluso con superar a los democristianos y poder liderar distintas fórmulas de gobierno compartido, como en algunos länder.
En su último número, el influyente semanario político DER SPIEGEL dedicó su portada a Annalena Baerbock, una de las dos líderes de los Verdes (la dirección es bicéfala en el partido desde hace tiempo) y candidata a la cancillería (3). La ideología de esta mujer que fuera deportista destacada (campeona nacional de trampolín) y doctora en ciencia política no está muy definida. Se destaca por su carácter y sus dotes de liderazgo, algo que los alemanes aprecian y premian en las urnas. En su favor juega también la debilidad del candidato democristiano, Armin Laschet, que no cuenta con el respaldo entusiasta de una gran parte de su partido. El partido bávaro (CSU) trató infructuosamente de promover a uno de los suyos, el popular Marcus Söder. En los socialdemócratas, el actual ministro de Economía, Olaf Scholz, se percibe como más sólido, pero se ve vez arrastrado por la larga decadencia de su partido.
Baerbock, clara exponente de los ecologistas realos, puede gobernar con la mano derecha y la mano izquierda, aunque las bases de su partido siguen prefiriendo a los socialdemócratas, y una minoría también a Die Linke. No obstante, en asuntos ambientalistas han saltado chispas entre Verdes y SPD (4). Los ecologistas son muy críticos con el gasoducto NordStream2 que los socialdemócratas defienden (el excanciller Schröeder es un alto cargo de del consorcio y presidente de la petrolera estatal rusa Rosfnet).
El impulso diplomático que la Administración Biden dará a la lucha internacional contra el cambio climático y la orientación “ecológica” del capitalismo internacional asentarán la corriente medioambientalista ya muy influyente en el Partido Demócrata norteamericano.
En Alemania, una victoria de los Verdes podría dar nuevo vigor a formaciones parejas en Europa, desprovistas ya del espíritu crítico con el que surgieron. A su vez, liberales, conservadores y socialdemócratas acentuarán aún más sus discursos con retórica verde para apuntalar sus perspectivas electorales y mejorar su posición frente al nacionalismo populista e identitario, menos sensible a esta tendencia.
Notas:
(1) “Climat: cinq ans après l’accord de Paris un sommet Mondial aux avances insuffisantes”. LE MONDE, 13 de diciembre.
(2) “The Climate debt. What the West owes the rest”. MOHAMED ADOW. FOREIGN AFFAIRS, mayo-junio 2020.
(3) “Annalena Baerbock holds the keys to Germany’s next election”. DER SPIEGEL, 23 de abril;
(4) “Annalena Baerbock, the woman who could be Germany’s next chancellor”. BBC, 20 de abril; “Germany’s Green Party knows how to pick a candidate for chancellor”. THE ECONOMIST, 19 de abril; “Annalena Baerbock, la Verte allemande qui rêve d’être chancelière”. THOMAS WIEDER. LE MONDE, 19 de abril.