Venezolanos abordan botes para cruzar el río Arauca desde La Victoria, estado Apure, Venezuela hasta el municipio de Arauquita, departamento de Arauca, Colombia, cerca de militares venezolanos, el 26 de marzo de 2021. – Casi 4.000 personas -en su mayoría venezolanos- han llegado al municipio fronterizo de Arauquita, noreste de Coolombia, desplazados entre domingo y jueves por combates entre militares venezolanos y un grupo armado colombiano. (Foto de Daniel MARTINEZ / AFP)
El conflicto armado ha estallado en Venezuela, con el abierto combate entre Ejército y guerrilla, sus miles de campesinos desplazados e incluso sus «falsos positivos». De esta forma Venezuela da un nuevo salto, tras la plena incorporación del narcotráfico, en la importación de los males que durante tanto tiempo caracterizaron a Colombia.
Si durante décadas pareció que Colombia se encaminaba hacia un estado fallido, la realidad es que ha sido la vecina Venezuela –la nación petrolera que tantos envidiaron en Sudamérica– la que ha acabado en ese abismo, mientras que los colombianos han logrado ir reconduciendo algunos de sus grandes problemas.
Hace quince años el chavismo empezó a implicarse directamente en el narcotráfico, facilitando que la cocaína generada por la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) partiera desde Venezuela en su ruta hacia el mercado estadounidense. Ese proceso dio origen al narco-estado chavista que conocemos. En los últimos días, Venezuela ha oficializado la importación de otro cáncer padecido por Colombia, relacionado con el anterior: el conflicto armado.
Guerrillas binacionales
El chavismo siempre permitió la instalación de campamentos de las FARC en el lado venezolano de la frontera. Desde el abandono de las armas de esa organización en 2016 ha acogido a la disidencia dirigida por Iván Márquez y Jesús Santrich, bautizada como Segunda Marquetalia, además de permitir la presencia de la otra gran guerrilla colombiana, el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Meterse de lleno en el narcotráfico y confraternizar con las guerrillas colombianas no podía resultar inocuo para el resto de la sociedad venezolana. A los homicidios y otro tipo de violencia que esas actividades conllevan se ha sumado finalmente el fenómeno del «conflicto armado», por usar la expresión que durante décadas se aplicó en Colombia. No se trata ya del fenómeno de una insurgencia nacional que combate al propio Estado para implantar un sistema ideológico diferente, sino de una pelea entre facciones de crimen organizado, una de las cuales está apoyada por el Ejército venezolano en la disputa que mantienen por el control de espacios para sus negocios ilícitos. El hecho de que los grupos colombianos hayan comenzado a reclutar a venezolanos les da a algunos de ellos un carácter binacional que puede hacer que esa confrontación en suelo venezolano sea algo meramente esporádico, sino que se prolongue.
Emili J Blasco | ABC