Las palabras y los actos siempre dicen. La Revolución cubana globalizó la consigna “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!”, que ofrecía una opción aparente: o construimos un proyecto propio o se acabó, mejor no vivir. La revolución quedó atrapada en su dicotomía y acabó igualando patria con muerte. Yotuel Romero y un grupo de músicos cubanos respondieron a esa consigna con una canción: “Ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida / Y empezar a construir lo que soñamos / Lo que destruyeron con sus manos”.
Si patria es la herencia que legamos a las próximas generaciones es comprensible que cualquier político desee modelarla y que los grandes sucesos representen una oportunidad única para dejar su marca. Pero es extremadamente tenebroso cuando la patria se asocia a la muerte.
Varias naciones de América Latina se han vinculado con ese costado tétrico de la patria. Venezuela, Brasil, Nicaragua, México o Argentina, por ejemplo. El pésimo manejo de la pandemia —cientos de miles de muertos en unos, oscuridad informativa en otros— ha estado cruzado por el discurso patriotero de los gobernantes.
El usufructo político del control de la pandemia y de la vacunación —procesos que deben ser eminentemente prácticos, eficientes y dirigidos por la ciencia—, revela sus intenciones: ganar una elección cercana, acumular más poder o perpetuarse. En Argentina, un intendente denunció al gobierno de la provincia de Buenos Aires, la más numerosa del país, porque se registraban personas para recibir la vacuna Sputnik en las sedes partidarias de su ciudad y la prensa ha señalado que activistas del partido oficialista fueron inmunizados mientras personas mayores esperan aún su primera dosis.
No es anécdota, sino síntoma. En Nicaragua, los funcionarios agradecen públicamente la bondad de Daniel Ortega por lanzar una campaña de “vacunas para todos” mientras mantiene el cerco informativo sobre el alcance de la crisis. (Oficialmente, en el país solo han fallecido 182 personas, una cifra difícil de creer). En El Salvador, es usual escuchar que mientras Europa no tiene dosis, el país mantiene un gran ritmo de vacunación “gracias a dios y al presidente”, el cada vez más poderoso Nayib Bukele. Que en Brasil, el presidente Jair Bolsonaro haya sido primero un negacionista de las vacunas —como lo fue del virus— y ahora quiera convertirse en su adalid, habla de lo mismo: oportunismo político.
Venezuela, bajo un régimen autoritario, es el caso inobjetable. Tras años de demoler el país con corrupción y negligencia, nadie esperaba que la Revolución bolivariana manejase la pandemia con efectividad: las crisis exhiben quiénes somos. Nicolás Maduro ha anunciado con pompa vacunas que no ha asegurado y, sin ocultarlo, asoció la inmunización a una plataforma bautizada Patria, un soporte digital integrado a la tarjeta e identificación que creó su partido.
El penúltimo ejemplo es el gobierno de México, que intentó crear mística con una presunta vacuna local a la que el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió llamar Patria. Alguien en el gobierno de AMLO tuvo una idea que los demás supusieron magnífica: inflar el espíritu nacionalista con un nombre que convoque el ánimo de comunión a la vez que exhibe su trasfondo simbólicamente punitivo. Porque, se sabe —y más lo saben los demagogos—, quien no acepta el mandato de la nación es un apátrida. Un traidor.
El problema inicial es que a la Patria la preceden más de 217.000 muertos y uno de los peores manejos de la pandemia a nivel global. Una operación literalmente fatal que primero menospreció la fortaleza del virus y las medidas de protección y luego intentó cubrir sus pasos con excusas, denuncias de complots y ataques a los críticos y a los reportajes de prensa que revelaban las dimensiones reales de la tragedia. En medio, la importación de vacunas ha sido lenta y la inoculación no ha sido ajena a la politización: AMLO decidió que los médicos privados no son prioridad.
El punto final —la vacuna de nombre pomposamente decimonónico— es hiperbólico e irreal. Para empezar, la vacuna Patria no existe: podría estar diseñada a fines de 2021. Luego, la tecnología detrás de la vacuna no es nada patriótica sino importada de centros especializados de Estados Unidos. El componente local es un laboratorio mexicano que la produciría con una contraparte extranjera. Una paradoja interesante: el cerebro de la Patria de AMLO es Estados Unidos y su realizadora nacional una organización privada en colaboración con organismos de ciencia cuyos presupuestos su Cuarta Transformación ha recortado.
Ante el desastre, Patria: nacionalismo chusco. Un concepto hueco, inasible, discutible. En vez de planes y gestión, eslóganes y electoralismo.
Ante el aprovechamiento político de una crisis humanitaria, es preciso buscar contrastes para no dejarnos vencer por la desazón. Yo vivo en Estados Unidos, donde patriotismo y patrioterismo habitan casas adyacentes. Joe Biden sin dudas se colgará sus medallas: prometió inyectar 100 millones de vacunas en sus primeros cien días como presidente y su gobierno ya colocó 200 millones. Pero es posible —quiero creer— que allí acabe el patrioterismo pues el acto patriótico lo supera: ha sido el descomunal, silencioso y eficiente despliegue logístico para distribuir esos millones de dosis en poco más de dos meses en un país de tamaño continental y fracturado políticamente.
No hubo cortapisas ideológicas. En el State Farm Stadium de los Cardinals de Arizona, donde me vacuné, no vi un solo activista ni un solo cartel partidario ni un solo político ansioso reclamando propiedad electoral. Funcionarios de salud, organizaciones civiles, hospitales y cientos de miles de voluntarios apoyaron a médicos y enfermeros colocando vacunas las 24 horas del día en clínicas, clubes, farmacias y escuelas. Jamás una sede partidaria. Patria y vida.
López Obrador, Ortega, Bolsonaro, Maduro y tantos más, escuchen: este no es momento de banderas ni proselitismo. Cuando millones de vidas siguen en juego no hay ideología, no hay izquierda ni derecha. No hay lugar para patrioterismo. Señores presidentes: despoliticen la crisis de salud, guárdense para otro momento el oportunismo que la historia les recordará. América Latina es una de las regiones más afectadas del mundo por la pandemia —solo el 8 por ciento de la población, pero el 35 por ciento de las muertes—, así que dejen de pensar en votos y piensen en vidas. Más ahora, cuando nuevas olas del virus, con nuevas variantes, atacan con severidad.
La incapacidad e improvisación ya produjeron demasiados muertos y el sectarismo durante la vacunación no mejora la crisis. En esa ruta, el resultado está escrito: patria y muerte, perderemos.
Escritor y editor. Es director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y maestro de la Fundación Gabo. Voyeur es su libro más reciente -@DiegoFonsecaDF.