Si viviéramos la caridad, ayudáramos al necesitado, compartiéramos el pan, diéramos sin esperar nada a cambio, ¡vaya!, sí que sería muy meritorio… una acción es meritoria cuando es libre y desinteresada, cuando se hace “porque sí”: si en Venezuela hiciéramos las anteriores obras tendríamos mucho mérito, porque aquí todo mundo -me valgo de la expresión, pero sin generalizar- hace lo que le viene en gana. Me da gracia que se hable a grandes gritos de ser buenos hermanos cuando la realidad en las calles es muy distinta.
Para nadie es secreto que la economía venezolana va de un lado a otro, de aquí para allá, en un barco de mala muerte, con el pueblo dentro, nauseabundo, que no sabe qué es peor: hundirse en el negro abismo del océano o dejarse salvar por otros que ofrecen su mano para terminarles de ahogar después. He notado un par de cosas -bueno, desde hace tiempo las noto, y me parece que muchos de los que me leen también- que me han motivado a escribir un pequeño comentario satírico, claro, con la esperanza de que dé fruto.
Viajaba yo para la ciudad de San Cristóbal, hace poco tiempo, en una línea de transporte público que no vale la pena nombrar y, mientras esperaba mi turno para pagar el pasaje, el encargado de cobrar decía que venía un aumento… yo miraba los rostros de las personas que tenía cerca esperando encontrar una expresión de molestia, pero no, ni la menor señal. Cuando llegó el esperado momento de pagar -esa espera, por cierto, se me hizo interminable por la prisa que llevaba en llegar a la capital, la poca habilidad para contar dinero del joven, y los pensamientos que se cruzaban por mi mente al ver condiciones de bioseguridad paupérrimas-, el cobrador me dijo del aumento anteriormente señalado, y me permití darle mi opinión de disgusto por esto; el joven no dijo nada y continuó su camino… Una vez más miré en derredor, y mi acompañante de butaca tenía la expresión en el rostro que deseaba ver: disgusto por una medida tomada a priori. No quería ver aquella expresión para regocijarme en el sufrimiento ajeno, porque también llevo del balde, sino para que las voces de inconformidad se escucharan. La señora me hacía señas con los ojos de lo que significaba para ella un nuevo aumento, en divisa, y que no hablaba para no caer en discusión. Es triste cómo, poco a poco, nos importa menos lo que pasa, y si nos importa, no hacemos nada. Podrá alguien decirme que es ridículo cambiar la situación manifestando inconformidad sin ningún apoyo, pero es más ridículo pensar que otras personas -que no padecen en nada la situación y que contribuyen a que empeore- vayan a alzar la voz por el que sufre.
A muchas personas no les conviene un cambio en Venezuela en todos los ámbitos, precisamente aquellas que se enriquecen ilícitamente, que sacan provecho del estado de pobreza de la familia venezolana para aumentar sus cuentas bancarias. Es indignante ver que un amplio porcentaje de la población devenga un salario que no alcanza para comprar un kilogramo de carne; es insultante ver ricos de la noche a la mañana, mientras hay familias que han trabajado toda su vida, honradamente, para ser pobres.
Recientemente fue beatificado el Dr. José Gregorio Hernández, hecho que me alegra al igual que a buena parte del país; antes de que dejes de leer este artículo por tener distinto credo, déjame decir dos cosas. Primera, no es idolatría -si escribes a mi correo, con gusto te digo por qué no-. Segunda, la homilía del señor Nuncio Apostólico da una buena brújula para la Venezuela que agoniza, y que parafraseo en el siguiente párrafo.
“El futuro de Venezuela depende de los venezolanos que estén dispuestos a vivir la lógica del evangelio”, que no es la lógica del quítate tú que me pongo yo, ni la del mientras yo esté bien, los demás que se mueran, no, es la lógica que ve amor donde hay odio, esperanza donde hay tristeza, fe donde hay duda, y que lleva a obrar en consecuencia. El futuro de Venezuela no depende de políticos sin brújula moral, ni de jóvenes aspirantes a políticos que se acomoden a los intereses de los partidos y a las épocas sin tener criterio propio: Venezuela depende de que tú y yo nos portemos como Dios quiere, que veamos hermanos y no gradas para pisar y llegar alto. La situación está insoportable, y no hay cuerpo que lo resista, pero más insoportable la apatía y la papa caliente que se juegan para hacerse de la vista gorda con los problemas del país. ¿A quién le tocará la papa?… te tengo la respuesta: ¡a ti y a mí! De que tú y yo nos portemos como Dios quiere dependen muchas cosas. No lo olvides.
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