El trabajo es un acto social que presupone progresividad basada en la productividad que embrida la capacidad de transformar, de producir con el concurso de los recursos obtenidos, de allí la productividad laboral es la relación entre el trabajo desempeñado por una persona en su actividad en conjunto con los recursos que se han empleado para generar dicha producción, este simple concepto sustenta toda la propensión del ser humano para prepararse de manera formal, adquirir habilidades ofertables y desde luego, percibir una remuneración acorde con dicha capacidad, que le permita vivir con decoro y optar a su vez a condiciones decentes de trabajo. En torno a la justicia laboral han surgido en el mundo movimientos sindicales que promueven estos derechos, y con el desarrollo del capitalismo como sistema económico se ha demostrado lo vetusto e inaplicable de las denuncias del marxismo sobre el expolio de la plusvalía al trabajador y otra suerte de jaculatorias anacrónicas.
“El que trabaja, quien va a trabajar o trabajó” debe conocer el Derecho del Trabajo, esta expresión es una paráfrasis del Profesor y amigo Leoncio Pablo Landaez, una de esas máximas que los juristas de altura ética y académica suelen decir en las aulas de clase para dejar una impronta coherente entre el ser y el hacer, algo que sé de sobra que hace mi buen amigo. Pero lo cierto es que en Venezuela ni bajo el amparo de las leyes, ni bajo la óptica de los Licenciados en Relaciones Industriales, ni bajo el análisis económico, existe trabajo, este proceso está muerto, de facto destruido, pues no hay salario, ni condiciones laborales, ni higiene y medio ambiente laboral y obviamente en esa tara mental del socialismo que busca homologar o igualar a todos bajo una misma regla, la productividad queda defenestrada al olvido, es una cosa hueca, yerta, inservible, total, todos recibiremos un salario igual.
Desde 1999, hasta la fecha se han reportado cincuenta y cinco aumentos salariales, de los cuales treinta y tres se han ofrecido durante el septenio del horror madurista, ningún mandatario había destruido con tal saña la institución social del trabajo, y huelga recordar que en su campaña este ex “canciller”, se hacía y aún se hace llamar el presidente obrero, pues previa a su discurrir en la política se desempeñaba como chofer de metrobús, unos transportes públicos superficiales que pertenecían a la estatal Compañía Anónima Metro de Caracas. No pretendo despreciar su oficio de chofer ni su condición de obrero, la referencia surge como puente dialógico, para presentar la incoherencia de que un líder sindical, no haya sido capaz de restituir el imperio y concurso de la tripartita para la fijación salarial al llegar a la presidencia de la república, si bien en este país en los últimos veinte años nunca hemos votado por líderes preparados, al menos Nicolás Maduro, ha debido haberse leído un folleto elemental, en el cual explanen que es la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y a través de cuales mecanismos se fija el salario.
En sus largas alocuciones, las cuales uno se obliga a ver, pues siempre hay posibilidades de sorpresa, ante un individuo que hace una muy mala replica de su antecesor al cual suele llamar su padre político y líder eterno, el señor Maduro habla de sus luchas sindicales, de la augusta manera en la cual ahorra e incluso de la administración del bono de alimentación por parte de la “primera combatiente”, su consorte. Esta oda a la demagogia queda reducida a la nada, cuando en el país se percibía un salario de menos de un dólar al mes, incluyendo las bonificaciones de un dólar treinta centavos, mismo cuyo aumento jamás se publicó en Gaceta Oficial, y es más, se llegó a inferir que el monto tanto del salario mínimo como del bono de alimentación era de 1,8 millones de bolívares es decir un salario más bono de 3,6 millones de bolívares, una cantidad absurdamente miserable e irrelevante. Desde 2018, al eliminarle cinco ceros a la moneda las tablas de la administración pública quedaron desagiadas y deflactadas a la nada, se volvieron meros eufemismos, cantidades nominales que atentaban contra las interescalas y fueron generando la migración de funcionarios públicos, maestros, médicos, personal de salud, funcionarios de los niveles nacionales, regionales y municipales y profesores universitarios, todos instalados en la pobreza. El abandono de la política monetaria ha causado una violenta depreciación del valor del bolívar, hasta hacerlo repudiable, esta condición propia de las hiperinflaciones frente al abandono de la publicación periódica del índice de remuneraciones por parte del BCV, han recreado un cuadro de irrelevancia en torno al salario mínimo.
Nadie está dispuesto a trabajar por nada, en tal sentido este primero de mayo, en medio de una cadena gris televisada, después de un anuncio también expoliado del espectáculo que suponía aumentar el salario en un gobierno, socialista, antiimperialista, obrerista y en esencia chavista. Vaya cantidad de adjetivaciones para definir el anacronismo y crueldad de una población famélica, miserable y además expuesta a la pandemia de unvirus en potencia homicida. En la efervescencia de estas crueldades, se anuncia un aumento a diez millones de bolívares, sumando el salario más el bono de alimentación. Quiero aclarar que jamás definiré a este salario como integral, pues el bono de alimentación no tiene carácter salarial, no se emplea como patrón de cálculo para vacaciones, prestaciones, ni utilidades, este incremento que expresaré en una tabla adjunta, no cubre para nada la canasta alimentaria en un país primitiva y violentamente dolarizado, además de manera asimétrica, proceso al cual el propio Maduro denomina válvula de escape, sin reconocer que el 56% de la población no tiene acceso a la divisa y que el Estado nunca podrá indexar los salarios al tipo de cambio, pues adolece de vías claras de ingreso y la fuente tributaria se encuentra subsumida por la presencia de un largo y doloroso proceso de hiperinflación, lo cierto es que de ganar 1,30 dólares ahora percibimos 3,40 dólares al mes, es decir once centavos de dólar diario, estamos por debajo de los umbrales del Banco Mundial, pues no llegamos al dólar con noventa centavos al día y en atención además al rezago cambiario y la apreciación del tipo de cambio, que no se compaginan con la velocidad de ajuste de precios al alza, diariamente se requieren 20 dólares para vivir, en bolívares unos cincuenta y siete millones doscientos treinta y nueve mil setecientos sesenta y ocho con cuarenta centavos de bolívares, y el salario mínimo es de Diez millones mensuales más tres millones de bono de alimentación.
Los esquemas salariales quedan reflejados en esta tabla, que comparto a los fines de sustentar las líneas de este artículo.
PPC: Poder de paridad de compra, en dólares. La paridad del poder de compra (PPC) es una condición de equilibrio asumida con frecuencia en el análisis económico, tanto teórico como práctico. … En su versión absoluta, la teoría de la paridad del poder de compra (PPC) establece que el nivel de precios de dos países debe igualarse cuando se expresa en la misma moneda.
Si bien nominalmente y relativamente, parece un ajuste importante si estos datos se comparan con la inflación anualizada, el salario mínimo tendría un poder de compra comparado con marzo de 2020, de tan sólo 321 mil bolívares aproximadamente, y afectado por el efecto de la inflación acumulada hasta marzo, el salario bonificado podría comprar cuatro millones novecientos un mil setecientos cuarenta y tres bolívares, lo cual supone una pérdida inmediata en la capacidad de comprar de 127,7%, el mismo valor de la inflación acumulada desde diciembre 2020, hasta marzo 2021.
No se remunera nada, se incurre en trabajo perdido para las unidades de recursos humanos de la administración pública, calcular el efecto de estos incrementos, si en la práctica los mismos son insuficientes, la aún resiliente administración privada remunera muy por encima y en divisas el salario de sus trabajadores, generando una brecha superior al 1500% entre lo devengado en promedio por un trabajador del sector público y su par privado, el Estado no puede acudir a una política tributaria más voraz de la que ya maneja, al haber llevado de facto y por el efecto nominal de distorsión en los ingresos a la totalidad de empresas y micro empresas a condición de contribuyente especial y atar al petro los impuestos municipales.
En Venezuela estamos desmonetizados además de dessalarizados, dos condiciones que producen pobreza y miseria, la tabla adjunta demuestra la pérdida por inflación tanto anualizada como acumulada, ese incremento es irrelevante e inoficioso.
En 2018 se creó el Petro, un criptoelemento al cual yo defino como emisión de deuda pública, sin entrar en el tema de que para ser un criptoelemento, el mismo debe estar descentralizado y no producido desde el Estado, y el salario se ancló a este invento, cuya fórmula contenía el tipo de cambio y el precio de un barril de petróleo, es decir 60 USD/BDP x 60 Bs/USD, esto generaba un valor de 3.600 bolívares soberanos y el salario mínimo se ubicaba en 1.800 Bolívares soberanos, luego la fórmula de cálculo se rompió y el valor de un Petro se hizo constante en 60 dólares, es decir que los 10 millones de bolívares devengados entre salario y bono representan 0,04 petros, un verdadero logro.
Finalmente este régimen es una estafa ideológica, una vacuidad, una cacofonía una entelequia, se definen como defensores de los trabajadores y nos sumen en la miseria, se burlan de nosotros, su iracundia establecida como guía de acciones, solo sirve para constituir engaños, fraudes y estafas, se traicionan y traicionan a sus ideales desde sus comodidades de sultanes, se jactan en decir que con cinco dólares se compra lo mismo y un cruel ministro del trabajo, ahora convertido en ministro de educación se atreve a manifestar que la inflación no es igual en la ciudad capital o en un pueblo como Guasdalito, por cierto enclavado en Apure en donde el Estado más que fallido es inexistente.
Este aumento no genera sino la necesidad de la administración pública, de depositar esas cantidades irrelevantes y minúsculas en las cuentas nóminas de muchos trabajadores quienes han migrado a otras actividades, así usted puede ver a un docente con postgrado, trabajando de vigilante, a un profesor universitario asesorando a una empresa o vendiendo dulces, en esta suerte de simplicidad común en la cual caen las cuestiones serias cuando se tratan por un gobierno indolente, no hay emprendimiento, hay sobrevivencia y necesidad, en fin no hay trabajo y menos decente y somos el país más pobre del continente y peor remunerado.
“El trabajo es fuente de dignidad personal, es fuente de cohesión social”. Juan Somavía.