“Uso indebido, injusto o excesivo de algo”, así aparece definido en un diccionario de forma precisa y escueta. Mientras el diccionario de la Real Academia es mucho más concreta: Abuso de confianza: “Infidelidad que consiste en burlar o perjudicar uno a otro, que por inexperiencia, afecto, bondad excesiva o descuido, le ha dado crédito. Es una de las circunstancias que agravan la responsabilidad penal en la ejecución de ciertos delitos”. Parece ser suficiente la definición, propuesta por la Real Academia para abarcar todo lo que se ha producido en estos tiempos de abusos, especialmente al agregar de confianza; pues es así hay un abuso de confianza en esos individuos que se basa en la inexperiencia, el afecto, la ingenuidad, especialmente de los jóvenes e inexpertos muchachos y muchachas que se inician en el trabajo, la investigación, terminan los estudios, entre otras razones y situaciones. Molesta, particularmente, cuando se pretende acusar a alguien inocente del presunto delito, aprovechando la coyuntura política; nos alegramos cuando se ve el indicio de que, se hará justicia en los casos reales de abuso y no con intenciones politiqueras. En diversos escritos y libros he analizado el caso de las noticias autogeneradas. Ha sido demostrado su efecto empíricamente, aquí en Venezuela y científicamente en el exterior. Muchos colegas periodistas se asustan cuando se toca el tema, por cuanto se piensa que somos los periodistas, los que determinamos los hechos noticiosos en cuestión. Se trata de una patología pre existente entre los personajes que se sienten impulsados por la noticia impresa o audiovisual a efectuar el mismo delito. Las tres noticias comprobadas, tal como lo escribí antes, son: el abuso sexual, quitarse la vida y los actos de terrorismo. En los dos primeros casos señalados he cambiado la palabra que inspira al delincuente a actuar en consecuencia. En el tercer caso, como no existe, hasta ahora ¡y gracias a Dios! entre nosotros me atrevo a escribirla. Los dos anteriores, tal como lo expresé, fueron evaluadas, empíricamente en nuestro país, hace bastante tiempo. La cuestión es que, al iniciarse las denuncias, como una bola de nieve, va creciendo, una vez que comienza el destape de los hechos abusivos siguen apareciendo nuevas víctimas. Al fin- pareciera- se dan permiso a sí mismas para decir lo que en un momento, próximo o lejano, sufrieron en su vida personal, laboral o educativa, u otro espacio, y no se atrevieron a denunciarlo o a contarlo, entre otras posibilidades. Con el corazón apretado por la mortificación, me pregunto, ¿Qué lleva a una persona aparentemente exitosa a cometer un desafuero de tal magnitud? Encuentro que quién lo intenta o lo realiza: un abusador tiene una profunda falta de autoestima, probablemente generada por diversos tipos de agresión anteriores. En efecto, tal como señala, la extraordinaria terapeuta Dra. Carolina Arbelaéz, siempre que hay una problema hay dificultades con la autoestima. No queda otro remedio que recurrir a los psiquiatras, psicólogos y terapeutas para que de alguna manera se logre una explicación plausible que nos permita comprender un delito tan grave, desagradable, humillante y desproporcionado como los que realizan esos abusadores con pretendido poder. También, además de los especialistas citados anteriormente, deben coadyuvar en el proceso de sanación: abogados, criminalistas y trabajadores sociales, para que la situación –indudablemente terrible- sea revertida. Se haga justicia. El problema en cuestión, antiguo como el humano, no menos grave por eso, amerita más y mayores reflexiones. Insistiremos en el mismo.