Una posibilidad de la ficción histórica es cubrir el vacío de muchos recuerdos colectivos; y, de paso, soslayar frecuentes consejos pedagógicos asociados a esos recuerdos. El novelista que hurga en la historia trae el pasado hacia el presente para hacerlo vivir en medio de las comprensiones y los signos de este presente. Ésos fueron los propósitos que llevaron al psiquiatra y novelista Francisco Herrera Luque a escribir su novela Los amos del valle: una peculiar versión del largo primer momento del origen del país. En el universo de esta novela dos esenciales protagonistas viven y actúan: de un lado, los aristócratas mantuanos, las veinte familias descendientes de los primeros pobladores de la región, los “Viajeros de Indias” que llegaron a Venezuela a comienzos del siglo XVI; del otro, el resto de la población venezolana: blancos recién llegados o “blancos de orilla”, pardos, mulatos, indios, negros esclavos.
La visión de la novela es que los fundadores de Venezuela fueron, en su gran mayoría, aventureros crueles y ambiciosos que legaron a sus descendientes demasiados principios distorsionados y demasiados valores pervertidos. La historia que escribe Herrera Luque es una historia sin paradigmas que contradice las muy tradicionales imágenes de decadencia de nuestra memoria. Para Herrera Luque no hubo decadencia alguna por la sencilla razón de que en Venezuela todo pareció ser siempre perduración de lo equivocado, entronización de lo torcido, continuidad de lo ilícito. Como se dice en una página de Los amos del valle: “No hay nada más parecido a su pueblo que un mantuano. No en vano lo formó él. Si el mantuano es hembrero y peleador, no lo es menos el zambo o el mestizo. Si el mantuano se hace justicia con sus propias manos mofándose de los tontos que acuden a los tribunales, otro tanto hace el carpintero, el alarife y el pulpero. El mantuano es brutal, déspota, jactancioso y presumido. ¿Lo es menos el pueblo? … Los pueblos tienen sus ídolos y los mantuanos, a pesar de todas sus maldades y loqueras, siguen siendo los santos a los que les reza el pueblo.”
En fin: nuestros tres siglos coloniales son presentados por Herrera Luque como el germen de lo que Venezuela es y ha sido desde entonces, génesis de muchos rasgos que llegan hasta hoy. El comportamiento del mantuanaje, con sus vicios y sus excesos, habría sido para Herrera Luque el primero y más duradero modelo de comportamiento para todos los habitantes de la región. Admirados o temidos, respetados u odiados, los mantuanos fueron, sobre todo, imitados; y sus errores parecieron haber acompañado desde siempre los avatares del tiempo venezolano. Según Herrera Luque, nunca existieron marcadas diferencias entre el comportamiento de los aristócratas criollos y el de los mestizos o el de los negros esclavos. La distancia entre gestos y estilos de unos y otros, fue mucho más tenue lo que se suele suponer; entre otras cosas, porque los mantuanos habrían sido mucho menos aristocráticos de lo que usualmente se piensa.
Los amos del valle hace frecuentes alusiones a cierto texto perdido: La Historia Secreta de Caracas. Como una especie de segunda parte o como una prolongación de la célebre Historia de la Conquista y población de la provincia de Venezuela, de José de Oviedo y Baños, esa Historia secreta se encargaba de contar los más bochornosos relatos de la vida venezolana durante el tiempo colonial. De ella dice Herrera Luque que debió ser un “relato vivo de lo que vio suceder en los primeros tiempos de la colonización y de la muy discutible razón que tienen para enorgullecerse de sus antepasados los que hoy llamamos mantuanos…” Con Los amos del valle, Herrera Luque pareció proponerse reescribir, a su manera, aquel texto desaparecido. No la intrahistoria, en el sentido unamuniano, sino la historia sucia y disminuida; la memoria sórdida de muchas miserias, bajezas y transgresiones.
En nuestra cultura reciente, Herrera Luque ha jugado un importantísimo papel; mucho más que como novelista, como constructor de imaginarios colectivos. Poseyó un conocimiento extraordinario del pasado venezolano y de sus muchísimos anecdotarios entresacados de olvidados rincones de la vida nacional. Y sobre ese conocimiento, edificó un universo con el que pobló, a su manera, siglos de tiempo vacío. Por cierto que Herrera Luque habría de descubrir algo que ningún novelista había conocido hasta entonces ni conocería, tampoco, desde entonces: genuino éxito. En pocos meses, edición tras edición, sus novelas se agotaban, insaciablemente consumidas por un público lector inesperadamente presente.
Herrera Luque hizo del pasado un suculento anecdotario de risa y drama surgiendo de entre la podredumbre; lo risible creciendo por sobre lo grotesco y lo inaceptable. Es entretenido leerlo y es ameno perderse en sus minuciosas reconstrucciones; pero, a la larga, éstas producen el desagrado de lo intolerable. En realidad, Los amos del valle es una novela del tiempo colonial nítidamente escrita desde muchas de las acusaciones y condenas con que los venezolanos nos percibimos hoy. Una historiada versión de las miradas que nuestro presente arroja sobre sí mismo. También, desde luego, la fabulación de cierta percepción que los venezolanos pareciéramos haber tenido siempre de nuestra historia: ser la errática construcción de dos esenciales protagonistas: unos pocos, poquísimos, poderosos; y otros muchos, muchísimos más, siempre víctimas.