Chris Giles, reconocido columnista del Financial Times, 29 de abril de 2021: la izquierda está ganando la batalla económica de las ideas (https://www.ft.com/content/d3c1c5c5-e601-4c46-8d3a-187e1d9a6b87). Giles se explaya sin recato a partir de este titular, y enfatiza algo que resulta excéntrico en las páginas de esa publicación: el modelo de capitalismo anterior al coronavirus, con altos niveles de desigualdad, está perdiendo apoyo popular, lo que sugiere la necesidad de un mundo post-Covid con más soporte y dedicación hacia los sectores más vulnerables y mayores impuestos, especialmente en niveles extremos de ingresos, riqueza y ganancias. Esto resultaba extremista para algunos cuando lo avanzó en 2013 Thomas Piketty en su famoso libro sobre el capital (El Capital en el siglo XXI, Fondo de Culturra Económica, Madrid). Pero que, en 2021, se diga en una palestra tan significativa para el mainstream económico –y no es la única– como el FT no deja de ser llamativo. Y es que los estragos del coronavirus arrastran no solo las infraestructuras sanitarias y sociales, sino también parecen remodelar las herramientas teóricas y prácticas de la economía como disciplina científica.
Una prueba de toque de todo esto, en la economía aplicada más próxima, es el plan de recuperación económica trazado por la administración norteamericana. La afortunada llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos está suponiendo, al menos teóricamente, un giro copernicano en el diseño de la política económica. El coronavirus ha contribuido a espolear esa transformación. En síntesis, 4 billones de dólares destinados a remozar y modernizar las infraestructuras –muy abandonadas–, subir salarios, aportar coberturas sociales, preocuparse por la digitalización y el cambio climático, retornar a las instituciones internacionales, subir impuestos a la franja más rica de la población, etc. Enunciados imposibles hasta hace poco tiempo. Premisas que están descolocando a académicos y políticos convencionales. Hay un deseo, una inquietud entre amplias capas sociales, de que el sistema económico debe tener resultados más equitativos. El desafío es comprobar si esos anuncios se plasmarán en la realidad. Porque si estos proyectos se traducen en leyes efectivas, resultará difícil revertir todo el proceso, como advierte Paul Krugman (https://elpais.com/economia/2021-05-01/suerte-a-los-conservadores-si-el-plan-de-biden-pasa-a-ser-ley.html). Y pondrá a los republicanos –y a la derecha económica, empresarial y académica– ante la tesitura de atacar un “gobierno intervencionista” que mejora, de manera efectiva, las condiciones de vida de la población.
Lo cita Giles: una encuesta (https://www.pewresearch.org/global/2021/04/22/many-in-western-europe-and-u-s-want-economic-changes-as-pandemic-continues/) realizada por la empresa Pew Research Center sobre las preferencias de la población en relación al sistema económico en Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido, concluye que la mitad de los encuestados requieren reformas completas en la economía. Sigamos con el interrogante anterior: ¿será reversible todo esto cuando el repunte económico sea duradero? Tenemos experiencias que indican que sí: sucedió en la Gran Recesión, cuando se administraron políticas de perfil keynesiano entre 2008 y 2010, que fueron retiradas a mediados de ese último año, con las consecuencias negativas que se conocen: aumentos de la precariedad y de la desigualdad, con datos de Oxfam. Pero si la estrategia de Biden, alineada con la política monetaria de la Reserva Federal, se consolida, resultará difícil que la Unión Europea vuelva a preceptos de una austeridad que ya se reveló letal para la macroeconomía del continente: débil crecimiento económico y del empleo, según datos de Eurostat. La UE debe perseverar para alinearse con esa hoja de ruta: acelerar los recursos e incrementarlos si procede. Este debería ser el camino.
Lo que leemos ahora en el FT y otras plataformas, lo que observamos al otro lado del Atlántico, lo que percibimos desde Bruselas, constituyen, en mayor o menor grado, planteamientos que otrora eran considerados progresistas, incluso de izquierdas (así lo define el ya citado influyente columnista del Financial Times). Progresividad fiscal, redistribución de rentas, inversiones productivas, programas de formación, lucha contra la desigualdad, educación y sanidad garantizadas… eran y son columnas esenciales en los programas económicos de las formaciones de izquierdas. Ahora, estas ideas se han ido instalando en el ideario de gobiernos, de consorcios empresariales e incluso de bancos centrales (véase, en este último punto, el reciente y novedoso estudio, imprescindible en el mundo financiero, de los profesores de LSE Simon Dikau y Ulrich Volz, en Ecological Economics, núm. 184, junio de 2021: https://reader.elsevier.com/reader/sd/pii/S092180092100080X?token=5D1256BAE73EB01CBA52030E2FCDE1048AC587F12C8835347E7A45DCE22C0BC2C925425C27808D44ECD9C2FC1E43837E&originRegion=eu-west-1&originCreation=20210502084242). Su aplicación va a ser lo que dará la medida real de esos planteamientos. Los grupos empresariales más avezados, los académicos ortodoxos más atentos, los lobbies de presión más informados, están percibiendo algo que, en cierta medida, se asemeja a lo vivido durante los años 1930: la urgencia por salvar el sistema económico.
En aquella década, el problema acuciante se centraba en el desplome total de la demanda agregada, el incremento del paro, la anemia comercial y el avance de ideologías totalitarias; en el presente, se reproducen algunos de los elementos descritos, si bien con menor profundidad, pero se añaden otros cruciales: las consecuencias del cambio climático, las agresiones ecológicas, los retos demográficos, los emergentes liderazgos económicos, las nuevas revoluciones industriales. Estos factores condicionan la evolución del capitalismo, cuya capacidad de mutación está históricamente demostrada: querer ver en todo esto una crisis terminal, como muchas veces se dijo desde las izquierdas al analizar otras crisis, constituye un error de diagnóstico y, por tanto, ofrecer respuestas erráticas. Este sistema de producción tiene componentes observados en la biología, siendo sus tejidos conformados por sociedades y economías: cambia, se adapta, se transforma camaleónicamente a las nuevas realidades. No existen leyes inmutables en él, un hecho que debiera hacer pensar a los economistas como científicos sociales, y abandonar, definitivamente, esa sentencia de que, en economía, se debe ser oscuro ya que no se puede ser profundo. La exploración de esa profundidad requiere un cambio noosférico, un intento de comprensión holística del sistema económico. Justamente para que el diagnóstico se acerque más a la realidad. Esto puede estar pasando ahora. Pero ello no está exento de resistencias, escepticismos e inmovilidades: va a ser una dura batalla de las ideas en el tiempo que viene.
Una parte representativa de las ciencias sociales se ha hecho eco de esta situación. Proliferan los libros que tratan la evolución del capitalismo, aunque los abordajes del tema puedan ser diferentes. Pero, en síntesis, se subraya que urgen cambios en profundidad. Quienes esto escriben –Thomas Piketty, Gabriel Zucman, Branko Milanovic, Jeffrey Sachs, Angus Deaton, Robert Schiller, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Steve Keen, Ann Petitfor, Mariana Mazucatto, entre otros autores– no lo hacen, en general, sobre postulados de derrumbe del sistema económico; la tesis central radica en modularlo sobre fundamentos concretos: el avance de la equidad, la asunción de compromisos climáticos –cumbre de París–, una fiscalidad realmente progresiva –que incluya renta y patrimonio–, la lucha contra los paraísos fiscales –penalizando los movimientos especulativos del capital–, repensar los procesos de deuda soberana y deuda privada –contemplando incluso quitas o condonaciones–, la formación adecuada al cambio tecnológico, la transición hacia vectores energéticos sostenibles, el cambio en los hábitos de consumo, etc. He aquí una semejanza con el contexto en el que escribía John Maynard Keynes: mejorar, para evitar el colapso.
Las izquierdas están en esa senda. Con las gradaciones que se advierten y los matices que se quieran: socialdemocracia, ecologismo político, izquierda socialista, por indicar solo tres familias que trabajan en Europa en el marco de las instituciones y, en algunos casos, en la gestión gubernamental. Ellas tienen, en sus portafolios, algunos, buena parte, todos o más factores que los descritos anteriormente. Esto incluso atañe a los sectores que podríamos calificar como más radicalizados: véase, por ejemplo, el texto de Yanis Varoufakis, James Galbraith y Stuart Holland, con la proposición de un New Deal europeo y la utilización del Banco Central Europeo, Banco Europeo de Inversiones, Fondo Europeo de Inversiones y Mecanismo Europeo de Estabilidad como palancas activas para ese objetivo, con la finalidad de superar los problemas existentes (https://genius.com/Y-varoufakis-s-holland-and-jk-galbraith-a-modest-proposal-for-resolving-the-eurozone-crisis-annotated). Pero no se sugiere asaltar ningún palacio de invierno, ni se abordan cielos lejanos pero presumiblemente alcanzables.
Estas izquierdas, en todo su espectro, por tanto, cuestionan el sistema económico no para sustituirlo de forma abrupta por otro cuya esencia es desconocida; sino por espolear cambios estructurales –un concepto que, como hemos visto, sí se llena de contenido, contrariamente al que suele acontecer con muchas de las retóricas económicas que lo utilizan– perentorios para hacer más justa socialmente la economía y más habitable ecológicamente el planeta. Esto, además, nos lleva a un escenario que abraza la politología: los instrumentos necesarios para alcanzar esa agenda. Los perfiles electorales en Europa, en general, no arbitran mayorías absolutas o predominios apabullantes de unas u otras opciones políticas. Esto ha abierto las posibilidades a colaboraciones y complicidades en el campo de la izquierda, con los complejos estratos que hemos apuntado. Sería, en cierta medida, la configuración de una “Cuarta Vía” que anudaría los ejes esenciales a aplicar en la política económica con la capacidad para desarrollarlos si se sellan acuerdos programáticos cuando el mosaico electoral lo permite. El atomismo político ha cedido paso a un cierto holismo, un universo más “líquido” –en la concepción de Zygmund Bauman– que, en estos casos, tendría la positividad de romper con postulados pétreos e innegociables.
Hemos visto o estamos viendo todo esto en gobiernos nacionales y/o regionales en España, en Portugal, en Alemania; esta “Cuarta Vía” –en oposición a la “Tercera Vía” propiciada por Tony Blair– recoge el núcleo central de la política económica –más arriba hemos desglosado algunos de sus componentes–, con el aval, además, de que una parte relevante de las ciencias sociales aporta, con investigaciones empíricas, orientaciones para la clase política, junto a reflexiones políticas profundas y de calado: aquí, se inscriben también las lecciones impagables de Tony Judt. Entre aquellas contribuciones, trabajos recientes remarcan la revisión profunda, radical, de axiomas considerados como quísticos: que la histéresis, la permanencia de altas tasas de paro en el tiempo, es condición básica para mantener controlada la inflación. Los profesores Walter Paternesi, Davide Roamniello y Antonella Stirati han demostrado empíricamente que esta tesis no es permanente y que el desempleo de larga duración puede revertirse sin un repunte significativo de la inflación (https://www.ineteconomics.org/research/research-papers/on-the-non-inflationary-effects-of-long-term-unemployment-reductions). Otro buque insignia del mainstream que puede desmoronarse.
En este contexto, los think tanks que generan argumentos, discursos y narrativas desde la perspectiva progresista –en una laxa acepción que incluye las formaciones de izquierdas con vocación de gobernar y transformar– deben reactivar sus análisis, sus investigaciones rigurosas y su capacidad, desde la modestia y el contraste de datos, para incidir en los policy makers. Estas contribuciones, a veces construidas en soledad, remando a contracorriente, pueden resultar efectivas cuando la realidad impone, tozudamente, la incapacidad de la economía escolástica para resolver los problemas de la población: su acceso a un puesto de trabajo, a la sanidad universal, a una educación extensa, a una vivienda digna, a unas infraestructuras dotadas, a una cultura edificada sobre bases democráticas. Esta es la esencia de esa “Cuarta Vía”, que permeabiliza, porosamente, el ideario económico –con medidas plausibles, lejos de imaginarios utopistas– con la posibilidad de articular experiencias conjuntas que tengan esos mínimos comunes denominadores.