Leandro Area Pereira: Me niego

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Lo siento, pero votar en Venezuela en estas condiciones para qué. Como si con ello nada más aparentáramos ser ante el mundo una democracia de ciudadanos y así esconder lo que en realidad somos y que todo el mundo sabe, que no deja de ser esta realidad sombría de un país que se ahoga, con la que juegan al vaivén de intereses los que mandan y los que dicen no hacerlo también.

Lo que deseamos es independencia, libertad y república, como desde 1810, y no la dictadura que otra vez nos transita. Lo que anhelamos es ser mejores individuos, vacunados todos sin necesidad de alcabalas ni ruegos, menos temerosos y menesterosos, sanos, fraternos, adecuados, sensatos, sensibles, prósperos, conscientes, productivos, y mirar el horizonte más allá de rendijas y migajas que hoy prebendas o cambalache parecieran en pago de legitimación del inexistente capital político del gobierno más allá de la fuerza y la barbarie. No es abstención lo mío, al contrario, es militante rechazo. ¡Cómo no serlo si la lista de oprobios no cabe en estas páginas!

¿Elecciones? Como si eso nos hiciera democráticos, menos pobres, confiados, conscientes, orgullosos, respetuosos y plurales, iguales, menos violentos, ordenados, y abriéramos caminos a la fe, confiados, pero en qué y en quién o quiénes, en estas circunstancias.

¿Partidos políticos? Dónde se compran, quién los vende, a qué hora se reúnen. Los líderes qué gritan, a quién, qué dejan de ofrecer, dónde me los encuentro y me reúno, dónde les miro la cara, a los ojos, sí, a los ojos. Los militantes qué reparten, qué esperan repartir, dónde se esconden, quién los persigue, quién los tortura, cómo quedan sus madres por las noches. Los desechos que quedan, lo dicen casi todo.

¿Los diálogos? Sí, como si eso nos hiciera país civilizado, con eficientes políticos y curtidos diplomáticos o buenas personas, menos románticos, pragmáticos, mesurados, institucionales, preocupados por el porvenir, equilibrados, menos ladinos de lo normal, a fin de cuentas. Como si con ellos además soltaran a los presos políticos, a todos, civiles y militares, y además fuésemos al mercado, pudiésemos pagar un seguro de vida, tener familia, educar a los hijos, poseer dignidad y administrarla hasta para morir.

¿La economía? ¿Cómo se come eso si lo que hay es hambre?; como si alguien se preocupara por las necesidades de la gente; como si se planificara para el bienestar, como si se pensara en la vivienda, en la educación y la alimentación, en el vestido, en el ahorro, en la construcción de porvenir común.

¿La justicia? Y el derecho secuestrado como está para qué sirve, a quién acudo cuando sufro de desprotección, de miedo, acoso, violencia, tortura, de soledad jurídica, de inseguridad; dónde encuentro la casa de los derechos humanos que son también los míos y los nuestros de cada uno, dónde los jueces limpios.

¿La gente? Dónde queda la gente, dónde vive, quién la conoce, a quién le importa, con quién comparte, come, a quién visita después de las 3:00 de la tarde, quién la protege y cuida. Las mujeres, los hombres y todas sus combinaciones: cómo nos sentimos, quién nos oye, qué podemos hacer además cuando resistir es mucho pero insuficiente del todo.

¿Y el país? ¿En verdad aún existe? Quién osa transitarlo, qué fue de sus instituciones, de las universidades y escuelas ¿Existe aún un mapa valedero que me oriente? Lo desguazaron todo. Hasta ustedes mismos se extinguieron y no para el olvido.

En la democracia que creo, en el país que aspiro, no es suficiente votar para reconstruirlo y menos cuando nos lo han quitado todo, se lo robaron todo y de qué forma y van por más, a qué dudarlo.

Y así, personalmente a todas estas, yo no me apunto en ese porcentaje, me desplazo y dejo, me escurro consciente, no sigo el juego, me desgana la ciencia de la viscosa impostura. Queden las palabras que dilatan y cuecen la penumbra.

 

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