Dentro de la mitología griega existe una leyenda sobre la creación del vino asociada a la costumbre de libar bebidas espirituosas. Hábito que era común en el mundo antiguo y que aún sigue siendo practicado por los ocupantes circunstanciales del poder, quienes consumen las más costosas bebidas, adquiridas en lujosos restaurantes y bodegones de Caracas. Bebidas que resultan inaccesibles para un profesional que, después de años de estudios y posgrados, su sueldo no alcanza al equivalente de 15 dólares mensuales. Mucho menos podría hacerlo un obrero, cuyo mísero salario apenas le sirve para mal comer.
En cierta ocasión, Dioniso, dios de la vendimia y del vino, al despertar vio una pequeña planta que le llamó la atención. Esa matica era la vid. Atraído por su belleza, la extrajo del suelo y la trasplantó en el fémur de un pájaro. Allí creció hasta que el espacio se le hizo insuficiente. Viendo eso, el dios, la colocó en el fémur de un león, en donde creció un poco más. Al cabo de un tiempo, viendo que el espacio se había quedado corto, la insertó en el fémur de un burro. En ese espacio la planta se desarrolló, floreció y dio muchos frutos.
Dioniso no sabía que fruta era esa, pero comió uvas hasta el hartazgo. Los agraces al fermentar en su estómago, produjeron alcohol, que lo embriagó. Arrebatado por el licor, el dios cometió una serie de desmanes, por lo que, al despertar al día siguiente, se encontró en medio de un horrible malestar: ganas de vomitar y terribles cólicos. Afortunadamente para él, su residencia estaba en el Monte del Olimpo, en Grecia, porque si hubiera estado en Venezuela, la gracia le habría costado bastante por el precio del papel toilet, articulo que puede liquidar cualquier salario y rogándole a Dios que, si lo atacan unos cólicos intestinales, se encuentre dentro del margen de los quince días que tarda en llegar el agua para algunos sectores.
¿Cuáles desmanes podría haber cometido Dioniso durante su borrachera? Lamentablemente eso no lo cuenta la historia, pero uno podría inferirlos, con la sola mención de que este dios era conocido por los romanos como Baco y allí tiene su origen el sustantivo “bacanal”, con todas sus connotaciones. Pero concentrémonos en temas más terrenales para hacerle seguimiento a los seguidores de Dioniso ¿Qué cómo puedo hacer eso si soy abstemio? Bueno, el haber lidiado durante años con amigos adoradores de este dios, me ha permitido constatar de primera mano, los efectos que produce el licor cuando invade el torrente sanguíneo del ser humano.
Existen múltiples teorías para explicar los comportamientos de los adoradores de Dioniso, pero, para los efectos de este escrito me quedaré con la que dice que la fase de la borrachera tiene cuatro etapas. En el primer escalón de la ebriedad, al beodo se le compara con un LORO, porque, generalmente le da por hablar y contar correrías y hazañas que el propio Don Quijote palidecería ante ellas: tiene mucho poder e influencia en el gobierno; el dinero le llueve a borbotones; sus carros son todos de último modelo; incontables días serían necesarios para recorrer la extensión de sus haciendas; su agenda está repleta de teléfonos de bellas mujeres y en lo más profundo de su alcoba, al igual que Francisco de Miranda, guarda múltiples trofeos que dan cuenta de los momentos felices pasados junto a ellas.
Superado el primer momento, violentamente se arriba al segundo peldaño de la cadena, el cual recibe el nombre de la etapa del MONO. Aquí el individuo se desinhibe completamente: se pone gracioso, canta baila, cuenta chistes y según él, se convierte en el alma de la reunión.
La tercera etapa es la llamada el momento del PERRO, porque nuestro amigo se vuelve cariñoso con todo el mundo y pasa a ser hermano, primo o compadre de todos los presentes:
― ¡Antes me caías mal, pero ahora que te conozco mejor, me agradas mucho; te quiero como un hermano! ―dicen los canecos.
Según algunas teorías, el ciclo concluye en la etapa que llaman la del TORO, por ser aquella donde por cualquier pequeño incidente, el achispado desafía a pelear hasta sus mejores amigos.
Mis amigos dicen: ¡Quién no toma maquina! Sin estar totalmente de acuerdo con el aserto, mi condición de abstemio me permite observar ciertos detalles en los embriagados que para los “conlibantes” podrían pasar desapercibidos: trampas, componendas, infidelidades, traiciones, de todo tipo, han visto mis ojos y escuchado mis oídos, salir de los labios de los bebedores. Pero hay algo que escapa del proceso lógico de la borrachera y que hasta ahora no he podido encontrarle explicación: algunas personas se toman un primer trago, se levantan para ir al baño y cuando regresan están completamente borrachos, además, conozco un caso donde el personaje se convierte en un energúmeno y puede llegar hasta a la agresión física de sus compañeros «¿Qué pasó en el trayecto mesa-baño-mesa?», me preguntó yo.
Tengo para mí que, la lista de las borracheras quedaría incompleta sin llegar al clímax representado por la etapa de la depresión y el llanto, durante la cual he tenido que consolar a muchos buenos amigos:
―Nadie me quiere, no soy el hijo preferido para mis padres; mi mujer me regaña cuando llego haciéndole cariño por la noche; para mis hijos, yo solo soy un proveedor de dinero y los amigos nunca están cuando los necesito, ―dicen los borrachos, entre sollozos y gimoteos.
A pesar de todo lo expresado, no soy enemigo de las bebidas alcohólicas, por si mismas, porque creo que, llevadas con moderación, ayudan a sortear, favorablemente, algunas situaciones, sobre todo en temas de negocios, para lo cual se ha acuñado el término: “tomador social”. El problema se presenta cuando, la persona trasciende los límites cívicos, perdiendo el control de sus actos y, hasta de sus esfínteres.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE – Noelalvarez10@gmail.com