“Nadie puede pelear por la vida aisladamente…Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante.” Papa Francisco.
Mientras la corrupción campea y el mercadeo de conciencias se agudiza, algunos líderes de la oposición por su actitud mezquina, ególatra y soberbia parecen no haber entendido todavía que la unidad para los venezolanos, al igual que la felicidad para el ser humano, es un camino y no una meta. Para ello es necesario olvidar agravios, ser tolerantes, y más respetuosos con nosotros mismos. Lamentablemente, la soberbia que se manifiesta no es por el orgullo de ser lo que se es, sino por el menosprecio de lo que es el otro, sin reparar, como ya lo dijera Savater, que nadie es más frágil, más vulnerable y más inconsistente que un soberbio.
En ese transitar juntos, en ese camino en unidad, nuestro foco de atención debe ser acabar con esa manifestación del poder coactivo convertido en satrapía y sustituirlo por el poder sustentado en principios. Es conveniente, hasta por vergüenza social, suprimir el típico estilo chimpancé que se ha entronizado en el poder y que amenaza con extenderse por el cuerpo social, esa conducta que Carlos Matus expresara que es el modo más primitivo de hacer política. Incapaz de construir una sociedad de bienestar en el presente, siguen ofreciendo la consecución del Santo Grial con el cual aspiran resolver todo los problemas a futuro.
A este régimen lo caracteriza esa especie de frankestein ideológico que lo inspira y que amalgama lo más aberrante que otras sociedades han sufrido. Basado en mitos y supercherías ha devenido en un régimen totalitario y cruel, catastrófico en lo económico, terrorífico en lo militar y policial, sincrético en lo político y religioso, no sólo se consideran cristianos o evangélicos, sino además, marxistas, maoístas, leninistas, fascistas, nazistas, adoradores de Sai Baba, creyentes de los babalawos y de la pepa del zamuro.
Venezuela nos necesita unidos por un largo tiempo porque requiere una verdadera gesta revolucionaria, comandada por un liderazgo transformador que es aquél que a sus seguidores los convierte en líderes y en genuinos agentes de cambio. No queremos líderes carismáticos, porque el carisma, como afirma Peter Drucker, es en realidad la perdición de los líderes ya que se consideran infalibles y actúan como semidioses.
Si en algo existe coincidencia, es en el diagnóstico y evaluación de una sociedad enferma como la nuestra cuyos síntomas esenciales son la pérdida de valores, la quiebra de sus instituciones, el pragmatismo y la perversión de las actuaciones de funcionarios y dirigentes corrompidos por el poder y fuera de él. La gente lo que exige es un cambio que le ayude a salir de su pobreza material y su miseria espiritual, para romper el ciclo histórico de amargura y desilusión a la que es sometida cada cierto período.
Según los estudiosos de las doctrinas político-económicas, a éstas las caracterizan tres elementos esenciales: análisis crítico del pasado y del presente; un programa para un futuro ideal; Y el método o plan de acción mediante el cual se hará la transición del presente hacia ese futuro ideal donde todos logremos el bienestar. Eso sería un verdadero logro revolucionario, dirigido por un liderazgo con principios y valores bien afianzados, porque una sociedad de excelencia, necesita de ciudadanos excelentes. Es un asunto de sólidas conciencias.
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