Ismael Pérez Vigil: La negociación

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Que nadie se engañe con el título. Aunque es en singular, en el país están en curso varias negociaciones, Así, en plural, pero se pueden discutir bajo un mismo paraguas. Igualmente en torno al tema se desarrolla en la oposición una tensa polarización, valga decir discusión y diatriba, sobre su significado y sus protagonistas.

Nada de raro tiene que sean varias “negociaciones”, pues desde que el régimen parece haber tomado de nuevo las riendas de la iniciativa en la discusión política, como bien dice el periodista Pedro Pablo Peñaloza: “Valiéndose de la dispersión, el chavismo instala tantas mesas como factores de la oposición existen” (tuit del 16/05/2021).

No voy a repetir lo que se dice en torno al tema en cada variante, solo me referiré a un par de aspectos de la discusión:

Sería interesante conocer cómo se responden a sí mismas las vestales de la anti negociación. Algunas de las interesantes preguntas que ellas formulan para oponerse a la misma son: ¿para qué?, ¿con quién?, ¿qué negocian? ¡Negociar, horror!, además ¿sin un plan? ¿Cuál es el plan?

Les confieso que yo no lo sé; no sé si hay o no un “plan”, espero que sí; pero, algo que siempre me ha intrigado es: ¿Cómo saben las vestales que niegan la negociación que no hay un plan? Podría aceptar que en el pasado hubo serias dudas acerca de la existencia de ese plan, o al menos que haya habido una “planificación” de la negociación −que no es exactamente igual−; pero, si fuera así, ¿Eso, de que no hay plan, es ya algo inmanente?, sí alguna vez no lo hubo, ¿significa que ya no lo habrá jamás?, ¿es algo así como una maldición?, ¿no cabe la posibilidad de que esta vez sí haya un plan, aunque antes no lo hubiera y que, obviamente, no se puede estar divulgando?

Descartando a los “alacranes” −de los que siempre diré que no son oposición y que, en todo caso, ya “negociaron” en el peor sentido del término− me extraña la satanización actual que se hace de la “negociación”, porque las tres fuerzas principales de la oposición democrática hablan de ella y la proponen. Con cierta reticencia aun y temor a la palabra, con diferentes aproximaciones, objetivos, estrategias −o más bien, tácticas−, pero negociación al fin.

En orden de “magnitud” −verificada en votos y encuestas− la oposición Guaidó /G10 se plantea acordar un plan para la “salvación nacional”, que incluya al Gobierno, naturalmente a la oposición y a la comunidad internacional; obviamente a esta última, pues el apoyo de esta negociación −y en realidad, de todas− descansa en la comunidad internacional y sus sanciones.

La oposición que encabeza Henrique Capriles, aunque la consultó, excluye la participación directa de la comunidad internacional −al menos la que apoya a Guaidó− y se plantea un plan más modesto: acudir a las elecciones regionales con algunas condiciones y garantías, para ir recuperando espacios y organizando a la oposición.

Para fracción que encabeza María Corina Machado no es el punto más importante, pero no la descartan y tiene un objetivo más preciso: solo está dispuesta a dialogar y negociar con base en la salida de Nicolás Maduro y toda su gente, por supuesto apelando a la presión que pueda ejercer la comunidad internacional bajo alguna forma de intervención directa (?) y con ese sentido de desalojar del poder al régimen actual.

De manera que, como vemos, las tres facciones mayoritarias, representativas de la oposición, hablan de “negociar” y todas ellas, de alguna forma, descansan en la presión que pueda ejercer la comunidad internacional; pero, ¿son todas ellas igual de “diabólicas y perversas”? Ese es un punto que no me queda claro cuando escucho o leo a determinados voceros o personajes influyentes de una u otra opción.

En cualquier caso, todas las vestales anti-negociación vienen con la misma cantaleta, ¿Dónde está el plan? Y sin esperar respuesta, añaden a continuación: “¡No hay un plan! Luego, el plan es cohabitar, proteger sus propios intereses y legitimar al régimen”. Eso sí, cuando se les pregunta cuál es el suyo, se molestan, no les gusta que se lo recuerden, se ofenden y alegan que este no es el momento ni el lugar para exponerlo… y de pronto, tienen razón, porque ningún plan para derrocar a una dictadura se publicita, ni se ha publicado en la prensa o en las redes sociales. Lo que no es lógico es criticar a los demás por no dar a conocer algo que ellos tampoco están dispuestos a revelar.

Por su parte los “futurólogos”, que siempre abundan, ya “descubrieron” que eso de negociar, en el fondo lo que busca es darle “impunidad a los narcotraficantes, violadores de DDHH, de la dictadura”. Y los más “radicales”, haciendo caso omiso de que algunos de sus líderes también hablan de negociación, siguen blandiendo su “yo se los dije” y critican las propuestas negociadoras, indiscriminadamente, porque son la evidente demostración de lo que ellos siempre han dicho, que lo que quieren, Guaidó, el G10, y los otros “farsantes” opositores, es “continuar cohabitando con la dictadura”; y así sigue la polémica en los meandros de Internet, para evidente regocijo del régimen, que cada poco la aviva y estimula, desconociendo a unos, insultando a otros, aupando a terceros o rechazándolos a todos.

Nadie parece preguntarse ¿Por qué un régimen con tanto poder, que controla todas las instituciones, todas las policías y las fuerzas −legitimas e ilegitimas− del Estado, especialmente las FFAA (en realidad, su único sostén), cede dos rectores principales en el CNE y accede a sentarse a negociar?; aun cuando dudemos de su buena fe, lo menos sería pensar que “algo” debe de estar pasando.

Pero todos sabemos que una negociación es algo abstracto, por lo lejano, porque puede darse o no, porque puede desarrollarse o fracasar de maneras insospechadas, porque muchos acontecimientos cotidianos la pueden influenciar. Así que, apartémonos por un momento del tema de la negociación y ocupémonos de algo que si es concreto y que tenemos al doblar la esquina: las elecciones regionales. En este sentido, el tema de la anti-negociación no viene solo, viene lastimosamente adosado a otro igualmente “perverso”, la abstención; o, mejor dicho, la no participación electoral, porque algunos −los mismos mencionados más arriba− también se molestan si los llaman abstencionistas.

Ese es otro tema, la abstención, que implica otro conjunto de argumentaciones bastante peculiares y extensas, que no repetiré. Me referiré solamente a un aspecto que también me llama la atención. Es el caso de los que dicen que participar en los procesos electorales que se efectuaron contra las dictaduras −por ejemplo, la de Pérez Jiménez o la de Pinochet− estaba “justificado” y era “legítimo”; solamente participar en los procesos electorales de ahora, no está justificado ni es legítimo. Aquellos, al parecer, sí tenían el famoso “plan”; al menos hoy lo sabemos o suponemos −o así nos lo venden, la historia siempre la escriben los vencedores− pues esas dictaduras cayeron al poco tiempo; de lo que no estoy seguro es sí, en su momento, los que fueron a votar, y los que llamaron a hacerlo, sabían también que había un “plan” que daría ese resultado.

Pero ojo, lo anterior no es una crítica. En mi opinión, tan válido fue que se votara como parte de un “plan” para derrocar a esas dictaduras, o que se fuera a votar por mera “inercia” de la resistencia contra ellas durante tantos años, de tantos que ofrecieron sus vidas y su seguridad personal y que de pronto vieron un resquicio, una fisura, en regímenes que lucían imbatibles y se lanzaron a esa “aventura”, por algo tan efímero y abstracto como el deseo de vivir en democracia y libertad. Lo cierto, es que hoy, estando todos de acuerdo en que se debe abrir una vía para la negociación, lucimos más divididos que nunca y son cada vez más ásperos los argumentos y recriminaciones mutuas.

Dividir un conglomerado humano es muy fácil. Lo difícil es volverlo a unir, lo que facilita la tarea de los que nos han privado de la libertad a todos y han destruido al país.

Politólogo

 

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