La discusión actual de lo sucedido hace años 500 transcurre detrás de los lentes que la historia oficial nos ha colocado. Estas distorsiones parecen guiar gran parte del debate y explican las reacciones que, desde ambos lados del Atlántico se alcanzan a atisbar. De entrada, muchas de nuestras ideas están viciadas por presupuestos de base que impiden, frecuentemente, detallar la discusión y, sobre todo, relacionar lo sucedido hace cinco siglos con problemas actuales.
Hace unas semanas comencé con el proceso de revisar la discusión que se dio en 1992 sobre otros quinientos años, los del quinto centenario del arribo de Cristóbal Colón a un continente que se llamó después América en las actuales lenguas hegemónicas. He tenido mucho cuidado en elegir el verbo “arribar” porque quiero poner de manifiesto que incluso el nombre de lo que sucedió en 1492 estuvo y está sujeto a una disputa que evidencia una gran complejidad en su lectura. Me resulta muy interesante indagar sobre las discusiones, las disputas semánticas y discursivas que tuvieron lugar en 1992 y las semejanzas y diferencias que se pueden hallar con respecto de las discusiones y disputas que, desde distintas posiciones y contextos, están teniendo lugar durante este año en el que se cumplen 500 años de la caída de la ciudad de Tenochtitlan.
Desde la década de 1980, las instituciones españolas anticiparon que 1992 sería el año del quinto centenario de algo que llamaban, y habían llamado históricamente, “el descubrimiento de América”. Desde 1983, se creó en España la Comisión Nacional del Quinto Centenario adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores, existía además un alto patronato encabezado por el mismo Rey Juan Carlos. Esta comisión formó parte de la primera reunión de comisiones nacionales sobre el tema realizada en 1984. La representación mexicana tuvo en Miguel León Portilla un coordinador que sería parte fundamental de las discusiones que se dieron en diferentes medios y espacios. Habría que apuntar que la comisión de México no estuvo encabezada por integrantes de pueblos indígenas o afrodescendientes lo que dice mucho del contexto, un momento en dónde la política oficial había tenido en el indigenismo integracionista su principal respuesta a lo que los gobiernos postrevolucionarios habían denominado, en muchas ocasiones, como “el problema indígena”. De la historia de los pueblos afrodescendientes se hablaba mucho menos que ahora.
En la reunión de 1984, la delegación mexicana planteó de entrada una objeción sobre el nombre. Más que festejar el “descubrimiento de América”, proponían para 1992 una conmemoración de algo que debía llamarse “el encuentro de dos mundos”; alegaban que una conmemoración, más que un festejo, podía dar cabida a una reflexión más compleja sobre lo sucedido en 1492. De acuerdo con estas ideas, en 1985, Miguel de la Madrid, creó la Comisión Nacional Conmemorativa del Encuentro de Dos Mundos con Miguel León Portilla a la cabeza además de Guillermo Bonfil Batalla y Roberto Moreno de los Arcos, entre varios más.
Las discusiones sobre el nombre y el verbo que habría que usar evidenciaron que cualquier elección implicaba de entrada un posicionamiento: festejar o conmemorar, descubrir o encontrarse, América o dos mundos. Las reacciones desde distintos contextos no se hicieron esperar: ni encuentro ni descubrimiento, lo que comenzó en 1492 fue una invasión, fue el comienzo de un genocidio y de la esclavitud masiva de la población afrodescendiente, replicaron otras voces. Si bien la postura de la delegación oficial mexicana matizaba tímidamente los festejos de un descubrimiento al hablar del encuentro de dos mundos, pronto, voces desde los pueblos indígenas ignoradas por el oficialismo, se hicieron escuchar para poner de relieve posturas que insistían que aquello no fue nunca el encuentro neutral entre únicamente dos mundos. El resto de los países de este continente fijaron posturas oficiales que evidenciaban el hecho de que la creación de estos estados fue en la mayoría de los casos un proyecto de las élites criollas. En sus posicionamientos, hablaron de la unión de los pueblos, de una epopeya histórica, de la celebración de la herencia ibérica e incluso, de un hecho necesario, para lograr la existencia de las naciones actuales. En extremos lejos de los matices, por ejemplo, Carlos Menem, presidente de Argentina en esos años, aceptó incluso el nombre de “descubrimiento de América” y otros mandatarios del continente matizaron apenas la propuesta que se planteaba desde España que, después de las reuniones, terminó por incluir aquello del encuentro en el nombre que quedó de la siguiente manera: Quinto Centenario del Descubrimiento de América y Encuentro de Dos Mundos. Discursivamente hablando, las posturas oficiales de la mayoría de los países muestran que se comportaron como si fueran aún colonias de la metrópoli.
En México, ante la postura oficial del encuentro de dos mundos propuesta por León Portilla, se desató una interesante polémica cuando el historiador Edmundo O’Gorman publicó un texto titulado “Ni descubrimiento ni encuentro” que dio cuenta de los problemas de la elección de ambos nombres. A pesar de esta interesante discusión entre León Portilla y O’Gorman, es importante notar la ausencia en los espacios oficiales y en los grandes medios, de voces desde los pueblos que habían sufrido históricamente las consecuencias de los hechos acaecidos quinientos años antes. Sin embargo, lejos de de las delegaciones oficiales que no incluyeron la voz de los pueblos indígenas de este continente ni de las poblaciones afrodescendientes, se comenzaron a gestar movimientos alternativos que tendrían diferentes manifestaciones en 1992 en varios países. Estos movimientos leyeron 1492 en otra clave que ponía de manifiesto la vigencia de los efectos del colonialismo y que ponía en crisis las posturas oficiales de las comisiones oficiales.
Lo sucedido en torno de 1992, nos recuerda, para estos otros 500 años, la importancia de la elección de las palabras y la elección de las voces que entran en el debate. Necesitamos que el concierto de las voces que discutan en la arena pública en torno de lo sucedido hace cinco siglos en el altiplano central de México sea diversa para lograr un caleidoscopio que nos pueda acercar a las complejidades históricas de 1521 y por lo tanto, de 2021. ¿La conquista de México? ¿la caída de Tenochtitlan? ¿El establecimiento del orden colonial? ¿Quiénes y cómo están nombrando?
Profesora de la UNAM