La pandemia del coronavirus ha puesto en evidencia, sobre todos en los países ricos, la pandemia de la soledad. Hemos logrado alargar la vida pero no sabemos cómo llenarla de sentido. Confundimos felicidad con amontonar cosas, con vivir volcados hacia afuera, sin interioridad. Aumentan los contactos pero disminuyen los vínculos. Crecen las redes y se agudiza la soledad. Cada vez interactuamos menos con personas diferentes, y no tenemos tiempo para escuchar, para dialogar, para conversar gratuitamente y ofrecer una palabra de esperanza.
Cuando la pandemia golpeaba con fuerza y crecía la incertidumbre y el miedo, empezaron a surgir muchas voces, que, ante la evidencia de nuestra vulnerabilidad y de que no podíamos salvarnos aislados y solos, anunciaban el nacimiento de un futuro más humano, y se empezó a hablar de que de la pandemia saldríamos fortalecidos y gestores de una nueva normalidad. Lamentablemente, poco a poco se va olvidando la palabra “nueva” y estamos volviendo sin más a la normalidad anormal de antes. Los países más desarrollados aceleran su proceso de vacunación, buscan su seguridad, abren las fronteras a sus semejantes, mientras observan con creciente indiferencia la realidad cada vez más lamentable de los países pobres.
Pero la vieja normalidad tan deseada no sólo es injusta e inhumana sino que profundiza la soledad sobre todo de las personas más vulnerables. De ahí el clamor creciente de atacar esta pandemia de la soledad y tomar medidas tan sencillas como recuperar la palabra, la escucha, el diálogo, como medios esenciales, sencillos y muy baratos, de sanar las enfermedades del alma. En Barcelona un joven, Adrián Ballester, un día a la semana, coloca dos sillas en la calle en las que cuelga un cartel: “Conversación gratis”. Ello ha dado origen al Movimiento de Conversación Libre (“Free Conversation Movement”) que se ha extendido a otros lugares.
En Blackpool, una localidad deprimida de Inglaterra, crearon en 2019, junto a un centro de salud, “The Pink Bench”, el Banco Rosa. Una red de vecinos se ocupa de sentarse un tiempo cada día en el banco para acompañar a personas que necesitan simplemente charlar un rato y ser escuchadas.
En Japón han creado el ministerio contra la soledad. El ministro, Tetsushi Sakamoto, tiene una tarea enorme y va a necesitar mucha ayuda. Como ha escrito Koldo Aldai, “tendrá que alejar nubes, sembrar flores, secar lágrimas, correr el velo de muchos amaneceres… Tendrá que alargar mucho sus brazos para acoger tanto desamparo. Tendrá que prender numerosos fuegos sobre el asfalto. Hace mucho frío en las ciudades del Japón, en las ciudades del mundo entero. En 2020, el país asiático registró 21.919 suicidios, de los que 479 eran escolares y 6.976, mujeres. La creciente soledad en nuestras sociedades está muy vinculada al ascenso del individualismo. El 14% de las personas fallecidas en el país asiático que no compartían vivienda con nadie fueron halladas entre uno y tres meses después del deceso”.
Por ello, con pandemia y sin pandemia, no podemos renunciar a la construcción de un mundo más humano, justo y solidario, que recupere la familia, la comunidad, el sentido de ciudadanía planetaria, contagie el virus de la compasión y el compartir, y anteponga el nosotros al yo .individualista. Si esperamos que las vacunas nos salven del coronavirus, necesitamos emprender a nivel mundial una campaña que nos vacune contra la pandemia del individualismo, el egoísmo y la indiferencia.
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