La destrucción de la democracia en Venezuela y Nicaragua después de haberla utilizado para alcanzar el poder, es razón suficiente para temer que Pedro Castillo pretenda implantar en Perú un engaño parecido o se encamine hacia la dictadura del proletariado pretendida por el leninismo de su partido, previa demolición de la institucionalidad vigente. La aclimatación del despotismo electo es improbable en los Andes porque la Asamblea Constituyente que cimentaría su desarrollo debe ser convocada con el consenso de amplias mayorías, de las que carece Perú Libre, para que refleje la pluralidad social. Castillo no cuenta con ellas, ni le respalda un movimiento semejante al MAS, de Evo Morales, o el PT, de Lula, ni puede convocarla como durante la junta militar de Morales Bermúdez.
Las presidenciales han demostrado que las alertas sobre la pérdida de libertades y derechos y el advenimiento de un totalitarismo represor y ruinoso no hicieron mella en los millones de electores ya arruinados por la pandemia y el desempleo. El 75% de los trabajadores peruanos son informales. El espantajo del comunismo no asustó al Perú de la vulgata marxista ni al olvidado desde el virreinato de Blasco Núñez. La delincuencia política y los ineptos en liza hicieron el resto en una nación con seis outsiders presidentes por los reacomodos de segunda vuelta.
Castillo se comprometió abandonar la presidencia en 2026 si la ganaba. Al igual que Ollanta Humala, convendría que lo jurara ante notario para despejar las dudas de los cuarteles, de los inversores y, fundamentalmente, de los demócratas: que suscribiera el compromiso en defensa de la democracia del militar que también infundía sospechas desde que protagonizara un levantamiento castrense.
El venezolano Carlos Rangel, divulgador del liberalismo, abogaba por una revolución capitalista que premiara el emprendimiento de los peruanos que bajaban de la sierra para abastecer el consumo de Lima, venciendo la acumulación de ordenanzas, prohibiciones y abusos. “¡Qué no haría esa gente si el sistema sociopolítico en lugar de castigar su espíritu empresarial lo desencadenara! ¡Esa es la revolución que nos hace falta en la región. No, la estúpida y reaccionaria revolución marxista!”.
Su ensayo Del buen salvaje al buen revolucionario (1976), considerado la antítesis de Las venas abiertas de América Latina (1971), de Eduardo Galeano, denunció que el autoritarismo, el populismo, la idolatría del Estado y el victimismo nacionalista agravan en América Latina males ya presentes en las sociedades precolombina, colonial y en las repúblicas del XIX.
Medio siglo después, las verdades del uruguayo sobre el desarrollo de Estados Unidos y Europa a costa del subdesarrollo del Tercer Mundo son dogma en Castillo y los revolucionarios fondeados en la Teoría de La Dependencia. Hora es de que reflexionen también sobre las verdades de Rangel para crear riqueza sin perder la libertad. Caso contrario, todo seguirá igual o peor.